Tolkien respira apenas en Tolkien

Además de los requisitos que uno demandaría a una película de cualquier género para considerarla buena (solvencia técnica, virtudes narrativas, ambiciones temáticas, profundidad), de una buena película biográfica cabría esperar además apuestas claras y sustanciosas en el tratamiento del personaje que le da pretexto u origen. Ya sea un repaso pormenorizado de su vida oculta, la exploración de los eventos puntuales que definieron su vida y obra, las claves decisivas de su singularidad; hacer a partir de él un ensayo sobre la creación, el arte, las vicisitudes de la vida (al estilo de la memorable Amadeus de Milos Forman). Cabría esperar que la honestidad –no confundir con morbo– sea la llave para ingresar a la verdad del biografiado. Con esto en mente no es muy difícil observar las flaquezas de Rapsodia bohemia (Bohemian Rhapsody, 2018) y Rocketman (2019). En algunos aspectos Tolkien (2019), que esta semana llega a nuestras pantallas, ofrece mejores cuentas. En algunos.

Tolkien es el octavo largometraje del chipriota Dome Karukoski y recoge algunos pasajes de la vida del célebre escritor J.R.R Tolkien (Nicholas Hoult). Lo acompañamos desde su adolescencia, cuando pierde a su madre, hasta la vida adulta, cuando trabaja sobre El Hobbit. El relato se centra en un pasaje que tiene lugar durante la primera guerra mundial, desde el que se hacen saltos al pasado. Así conocemos a los amigos cercanos de Tolkien, el curso de su primer amor, su pasión por lenguas en desuso o inventadas y la inpsiración para su obra.

Karukoski concibe una cinta de época convencional, con todas las de la ley. Como es habitual en estas apuestas, la verosimilitud es fundamental, y es notorio el rigor en la puesta en escena, en la construcción de la época. Con la cámara el cineasta es solvente: propone algunos puntos de vista sugerentes, pero no busca grandes lucimientos. La decisión de utilizar los flashbacks es iluminadora, pero los saltos se dan de manera poco orgánica, y al final parecen accesorios. La música, cortesía del norteamericano Thomas Newman, apoya de forma convencional los diferentes registros emotivos y contribuye a subrayar la solemnidad que a menudo habita la cinta. Asimismo, la apuesta de Karukoski no evita caer en la rigidez que a menudo caracteriza a estas cintas. Así, incluso las escenas que tienen matices de ligereza padecen de cierto acartonamiento. Los efectos visuales y sonoros, más bien medianos, no ayudan a dar grandeza a la imaginación.

El cineasta y sus guionistas –el británico Stephen Beresford y el irlandés David Gleeson– no entregan una biografía exhaustiva. Se concentran en un período y ofrecen algunas claves para entender la vida y obra del escritor, en particular el rol de su madre en la alimentación de su imaginación y el peso de las amistades que de alguna manera fueron su familia (del que da cuenta de buena manera El señor de los anillos). No obstante, el acercamiento resulta parcial y demasiado respetuoso. Si bien es cierto que la propuesta ofrece pasajes emocionantes queda la impresión de que se busca mantener impoluta la memoria de Tolken; tan solo se hacen evidentes sus celos. Tolkien se inspira en la vida y milagros de un escritor de gran imaginación, pero no es particularmente imaginativa… ni profunda.

 

Calificación 65%
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