Woodstock 99: fallido spring break

Woodstock 99 (Woodstock 99: Peace Love and Rage, 2021) es una producción de no ficción de HBO. Hace un recuento de lo sucedido en el evento epónimo, un festival musical que congregó a 400 000 asistentes en lo que fuera una base militar del estado de Nueva York y que pasó a la posteridad por una serie de desmanes. El título de marras transita por la ruta que la mentada cadena de televisión de paga ha recorrido en más de una ocasión –y que tanto gusta y complace al morboso público norteamericano–, la misma que sigue el cine de juzgados: presenta un caso y busca moralizar, señalar culpables. Pero tiene además una pretensión desproporcionada: hacer de ese festival una especie de hito finisecular, de síntoma nacional. La apuesta resulta fallida y grandilocuente… como el festival.

Woodstock 99 es la segunda entrega de no ficción del californiano Garret Price. Éste hace, entre otras cosas, una crónica de los acontecimientos registrados en Rome, Nueva York, entre el 22 y el 25 de julio de 1999. Ahí se dieron cita una serie de grupos y solistas de moda, que se presentaron en dos foros. Particularmente se anota que había expectación por ver a tres agrupaciones metaleras: Limp Bizkit, Rage Against the Machine y Metallica. Desde el primer día los recursos instalados por los organizadores resultaron insuficientes y se hizo patente la ineficacia de la seguridad. Con el paso de las horas el enojo de los asistentes –al menos de algunos de ellos, no caigamos en las generalizaciones que hace Price– propició actos violentos que terminaron en algunos incendios y en pillaje. Por otra parte, Woodstock 99 presenta los testimonios de algunos asistentes sobre lo que vivieron, y de un puñado de periodistas que no sólo dan cuenta de lo sucedido, sino que aventuran explicaciones que apuntan entre otras cosas a una especie de ansia de fin de siglo, a comportamientos de la industria musical y supuestas conductas sociales.

Price reúne material de archivo –que es amplio, pues el festival tuvo una cobertura de diferentes medios y fue transmitido en vivo por el canal MTV– y hace un breve recuento de lo sucedido en el Woodstock original (1969) y en la “secuela” del 25 aniversario (1994). Denuncia el afán de romantizar esos festivales, particularmente el sesentero, y nos invita a desmitificar aquello de tres días de “paz, amor y música” en todos ellos. Hace ver la ignorancia de los asistentes al evento del 99 sobre lo que realmente ocurrió en los previos –y hasta sobre quiénes se presentaron: los homenajes pasaron de noche–, al menos de los dos jóvenes que fueron entrevistados y que son exhibidos a cuadro.

Conforme la exposición avanza se hace evidente la codicia de los organizadores y del sistema que había alrededor de la música. Los periodistas convocados (hay por ahí un crítico de cine, una editora de una revista musical) ofrecen explicaciones y sacan conclusiones que me parecen poco fundamentadas y desproporcionadas. En la ruta descalifican a los jóvenes –son un grupo de enojados sin causa– y lanzan indirectas a algunos músicos, aunque especifican que no deben ser culpados. Aventuran opiniones sobre generaciones: que si los baby boomers tal o cual cosa; a menudo hacen generalizaciones (y atribuyen características homogéneas a la mayoría de los asistentes revoltosos, a los que de forma discriminatoria agrupan en la clase de “varones blancos”, por ejemplo) y un etcétera que no vale la pena mencionar. Se hace creer que en el fin de siglo había un ánimo singular, propicio al desfogue; se hace creer que esa coyuntura es realmente un parteaguas. No estoy seguro de que estos periodistas sean autoridades en sociología o antropología como para sustentar sus asertos con cierto rigor; no me convencen sus dichos y, dicho sea de paso, resulta dudoso el afán de esta producción y otras de este estilo de hacer sociología y juicios exprés.

En general Price aplica criterios y parámetros de la actual corrección política a sucesos que se vivieron hace más de dos décadas (puestos a elucidar, ¿por qué no hace precisiones sobre el festival del 69, al que asistieron chicos y chicas con una mentalidad abierta?). Asimismo, aparecen algunos pasajes que son cuestionables –en el mejor de los casos– como aquél en el que proponen a Nirvana como el prototipo de la banda progresista (sí, el mismo grupo que ahora está en los juzgados acusado de pornografía infantil: cría cuervos puritanos y te sacarán demandas); Metallica aparece como una de las bandas insensibles que permitieron la barbarie y, para desacreditarla, sale a cuento una digresión (más bien una gratuidad que resulta una bajeza) sobre su baterista, Lars Ullrich, quien es acusado de codicioso por desaprobar Napster, herramienta que según alguien dice con ánimo populista devuelve el poder a la gente. (¿A cuento de qué viene este apartado?) Para acabarla aquí se emplea un recurso reprobable en el documental: no se da voz al apelado para que al menos pueda explicarse. Sí, aquí como en la mayor parte de las situaciones que involucran a dos o más personas también hay más de una versión de los eventos.

Para mí no hay que ir muy lejos para encontrar una explicación de lo sucedido: la respuesta está en Woodstock 99. Los asistentes fueron con el afán de tener una especie de spring break, pero no encontraron los servicios que normalmente se ofrecen a jóvenes desenfrenados y ebrios –que terminan siendo incapaces de hacerse cargo de sí mismos– en los destinos playeros de su elección, en los que hay hoteles y autoridades que garantizan su confort y su seguridad. Muchos de ellos y ellas no estaban mentalizados ni preparados materialmente para pasar tres días expuestos a altas temperaturas, para respetar las instalaciones comunes (como los baños, que pronto se desbordaron), con altos costos en los productos y dificultades para hidratarse en las instalaciones previstas para el caso (cuando las botellas de agua costaban 4 dólares). A eso hay que sumar el aburrimiento que pronto vivieron –como manifiesta uno de los asistentes–, por lo que el enojo fue creciendo. ¡Y no había celulares para entretenerse! El enojo de unos se contagió a otros. Y de la facilidad para emular la violencia, que no es un asunto original ni nuevo, tenemos muchos ejemplos: hoy la vemos a raudales en las redes sociales. Habría que precisar, para terminar, que Price hace hincapié en lo negativo, pero no faltan los testimonios de asistentes que tuvieron una buena experiencia, acaso porque tenían consciencia de lo que supone un evento de esta naturaleza y estaban dispuestos a pasar incomodidades, como el del argentino Daniel Belvedere que aquí puede leerse: https://www.shock.co/musica/no-senti-miedo-vivia-un-momento-historico-testimonio-de-woodstock-99.

No entiendo al final el comercial para Coachella, un festival que, desde lo que se presenta en Woodstock 99, luce tan nice como aséptico. ¿HBO tendrá algún interés ahí?

 

 

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