Un asunto de familia: el asunto es la familia

En la filmografía del japonés Hirokazu Koreeda hay un asunto que más temprano que tarde cobra relevancia: la familia. El realizador ilumina, a profundidad y con sinceridad –se diría que con cariño–, diferentes aristas del vínculo; explora la complejidad y los contrastes de la convivencia, el abanico de afectos que crece entre los diferentes miembros, en particular entre padres e hijos. El curso de las historias alcanza para el análisis y el diagnóstico, sin embargo, resulta muy significativo porque por lo general es bastante emotivo. Koreeda no juzga, no demuestra: muestra, comparte. En Still Walking (Aruitemo aruitemo, 2008) ingresamos a la intimidad de una familia que se reúne para un ritual alrededor de un doloroso evento; en Nuestra pequeña hermana (Uminachi Diary, 2015) somos testigos del nexo que se forma entre tres hermanas y su pequeña media hermana; en Kiseki (2011) acompañamos a dos hermanos separados por los conflictos entre sus padres; en De tal padre, tal hijo (Soshite chichi ni Naru, 2013) descubrimos cómo la herencia no pasa necesariamente por la herencia genética; en Tras la tormenta (Umi yori mo nada fukaku, 2016) acompañamos las desventuras de un hombre que tuvo fugaz éxito como escritor y ahora lidia con la ausencia del padre, los problemas con su ex mujer y las dificultades para convivir con su hijo; en El tercer asesinato (Sandome no satsujin, 2017) una investigación policial revela las contrariedades de dos padres, un asesino y un abogado, que encaran fantasmas emparentados. Un asunto de familia (Manbiki kazoku, 2018), penúltimo largometraje del nipón y Palma de oro en el festival de Cannes de 2018, ya lleva el tema en el título en español (la traducción literal sería “Una familia de ladrones”). Bastaría decir, de entrada, que es un gran compendio, una summa.

Un asunto de familia acompaña a una familia que vive en buena medida del robo. Una pareja, un chamaco y una joven viven y conviven, apretados, en la casa de “la abuela”. La despensa se surte con los hurtos que habitualmente realizan en algunos supermercados; la abuela tiene una fuente de ingreso singular. Los recursos con los que cuentan son escasos, pero no parece faltarles nada. Incluso cuando se añade un miembro más. Viven en los márgenes de la ilegalidad. Y la familia, sin embargo, funciona.

Fiel a su estilo, Koreeda propone una cinta reposada, tranquila. Con paciencia y atención, con sutileza, muestra las singularidades del núcleo familiar. Ocasionalmente mueve la cámara para describir, pero sobre todo para acompañar y revelar; la profundidad de campo en todo momento contribuye a integrar a los personajes a los diferentes y contrastantes espacios que habitan o transitan. La luz, entre la calidez y la sordidez, matiza las estaciones del año y los estados emocionales, que, como en la familia ofrecen un amplio abanico: de la alegría a la frustración, de la exaltación al silencio. La música, cortesía del otrora rockero Haruomi Hosono, irrumpe en escasos momentos y apoya este paisaje emotivo. El ritmo, apacible, es valioso para llevar al espectador a un provechoso estado de atención y emoción.

Koreeda emprende una labor con ambiciones filosóficas. Se empeña con lucidez en explorar el fundamento de la familia, las condiciones que permiten establecer vínculos y la relevancia de éstos en la cotidianidad. Para hacer más agudo el análisis –y más fuerte la emoción– el realizador nipón propone vínculos voluntarios… hasta cierto punto. Al final queda claro que los nexos, aun cuando se buscan y funcionan, presentan matices contrastantes. Porque si se asegura la sobrevivencia y la convivencia es amable y hasta alegre, tarde o temprano es inevitable afrontar la verdad. Y la verdad pasa por fallas de origen, por un egoísmo latente, por mentiras y ocultamientos, por frustraciones personales y ambiciones que no llegan a buen término en el ámbito personal pero que se compensan en familia. Durante dos terceras partes de la cinta la buena voluntad y la disposición alcanzan para la protección, para aspectos que resultan encomiables: estamos ante una familia entrañable que presenta detalles singulares. Es posible percibir que algo no encaja, y conforme avanzan las cosas y se hacen revelaciones fundamentales queda claro que el esplendor familiar visto previamente no sólo era frágil, sino engañoso. Y si cabe la bondad, también hay amplio campo para la mezquindad. Al final no es fácil hacer juicios concluyentes, porque, como en toda familia hay hábitos positivos y conductas negativas, porque en la familia se quiere a personas que han estado ahí, a veces de forma incondicional, pero que presentan aristas reprochables: la familia duele.

 

Para José Javier Coz

 

Calificación 100%

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