The Eddy (2020) despega de forma espectacular: con un maravilloso y brioso planosecuencia; con un primer episodio que presenta pasajes virtuosos y que funciona bastante bien como gancho. Desde el arranque crece a ritmo de jazz y establece los hilos de las tramas que vendrán. Y lo que viene es habitado por harta emoción y pasión, dosis de ternura y avalanchas de dolor. Y mucho, mucho jazz.
The Eddy es una serie producida por Netflix y creada por Jack Thorne (coguionista de la película Extraordinario). Consta de ocho episodios de 55 minutos (la duración de un mediometraje), al mando de cuatro directores (cada uno realiza dos capítulos, es decir, un largometraje): Damien Chazelle –quien cobró notoriedad por Whiplash (2014) y además participa en la producción ejecutiva–, Houda Benyamina, Laïla Marrakchi y Alan Poul. Cada capítulo lleva por título el nombre de uno de los personajes, quien da la pauta (o, para ponernos a tono: el personaje epónimo tiene su solo) en el orden siguiente: Elliot, Julie, Amira, Jude, Maja, Sim, Katarina, The Eddy. En la nómina, al frente y detrás de cámaras, aparecen nombres célebres: entre los actores hay caras conocidas, como Tahar Rahim, a quien vimos en El pasado (Le passé, 2013) de Asghar Farhadi y en Un profeta (Un prophète, 2009) de Jacques Audiard; Amandla Stenberg, protagonista de Todo, todo (Everything, Everything, 2017) de Stella Meghie; Joanna Kulig, a quien vimos en Guerra fría (Zimna wojna, 2018) de Pawel Pawlikowski y de manera fugaz Tchéky Kayro, actor de origen turco que posee una larga filmografía; en la cinefotografía aparecen Eric Gautier (Into the Wild, Diarios de motocicleta) y Julien Poupard (Los miserables). La banda es compuesta por músicos de profesión, como el contrabajista cubano Damián Nueva, el trompetista Ludovic Louis (quien colabora con Lenny Kravitz), el saxofonista haitiano-canadiense Jowee Omicil (quien colaboró con Roy Hargrove, que en paz descanse); la baterista croata Lada Obradovic y Randy Kerber, pianista que ha participado como músico, orquestador o compositor en decenas de películas.
The Eddy es un club de jazz en París. Pertenece a Elliot Udo (André Holland) y su socio, Farid (Rahim). Elliot es un pianista reputado, pero vive atormentado por la muerte de su hijo (sí, como Neil Armstrong en El primer hombre en la luna), por lo que ha dejado de tocar. En “Elliot”, firmado por Chazelle, nos enteramos que Udo dirige la banda base del club, que tuvo una relación con la cantante, Maja (Kulig), que recibe a su hija Julie (Stenberg), una joven conflictiva que ha sido “despachada” por su madre desde Nueva York. También lo vemos en el desconcierto absoluto cuando su socio es asesinado y descubrimos que hay algo sospechoso en el manejo del club.
En los capítulos siguientes acompañamos a Julie, cuya rebeldía genera más de un conflicto; a Amira (Leïla Bekhti), esposa de Farid; a Jude (Damián Nueva), contrabajista contrariado; a Maja, la voz cantante; a Sim (Adil Dehbi), joven de origen magrebí que trabaja en el club e inicia una relación con Julie; a Katarina (Lada Obradovic), baterista de origen croata, quien guarda un secreto que resulta fundamental; a The Eddy, la banda, el club.
Si bien tienen sus matices y sus particularidades, en general el estilo visual es homogéneo. La tensión se instala por medio del uso frecuente de la cámara en mano; hay una tendencia a cerrar los planos, lo que por momentos genera claustrofobia (de la opresión que vive Elliot sabremos por el tamaño de plano y la inquietud que provocan los movimientos de cámara; en algunos momentos el estilo es lúdico, como en el primer capítulo, cuando en la banda sonora se “arma una rola” entre algunos personajes de la banda que están distantes (y no es por reunión virtual, como dictan los pandémicos tiempos; es una reunión por montaje). Damián Nueva comenta que con Chazelle las cosas tuvieron sus particularidades: “Los momentos duros fueron con Damien Chazelle porque él es músico. En varias ocasiones terminamos de filmar a las 4 o 5 de la mañana, por diversas exigencias en la parte musical. La música de jazz es de conectarse con tu compañero y eso fue duro. Nosotros sufrimos, pero el que más sufrió fue el camarógrafo de las instrucciones que recibía. Sinceramente hubo estrés, pero lo disfrutamos muchísimo.” La paleta de colores, como la puesta en escena, tiende al naturalismo, a cierta crudeza; no se registran los típicos paisajes ni las postales de rigor para el visitante parisino, lo cual sumado a los planos cerrados elimina cualquier atisbo de turismo. No obstante, a lo largo de los capítulos se va construyendo una ciudad multicultural, centro de maravillas pero también de conflictos, de hostilidades y contrariedades. Como en Cold War, París seduce pero también repele.
A lo largo de la serie acompañamos las alegrías y las miserias, los fantasmas de los músicos y la gente que los rodea. Así cobran relevancia los dilemas entre el dinero y la música (como en La La Land), los desencuentros (en algunos casos, las agresiones) de padres e hijos, de madres e hijas, las expectativas frustradas de la vida en pareja, los sueños frustrados en medio de la precariedad, las vicisitudes del crecimiento en el abandono. La música, sin embargo, les da a todos algo más que un respiro: les da un motivo, una forma de vida. El jazz no es un personaje, es un elemento vital tanto en la serie como en la vida de los protagonistas. Y si en un thriller vemos al asesino en acción, aquí vemos de forma constante a los músicos en el escenario. Las canciones cobran protagonismo porque permiten dar cuenta de estados anímicos y momentos dramáticos. En algunas ocasiones por medio de ellas se establecen paralelismos y se da el tono a la escena. Por medio de la música se resuelven situaciones y se cierran episodios en la vida de los personajes (y en cada episodio el cierre es por medio de una canción).
La estructura de la serie tiene sus fortalezas, pero también sus bemoles (como se puede apreciar en Hernán, la serie sobre Hernán Cortés). Porque así se genera cierta dispersión, porque no todos los personajes viven conflictos que den fuerza al capítulo, porque no todos resultan atractivos. Justo es comentar que se apuesta en buena medida por ser sugerente, lo cual resulta fundamental en los episodios dirigidos por Houda Benyamina (“Amira” y “Jude”), en los cuales se abren vetas a un pasado que nunca se explicita del todo pero que cobra relevancia en el presente de los protagonistas. En mayor o menor medida todos los episodios presentan altibajos, pero todos guardan momentos de gran emotividad.
A este paisaje no escapa el último episodio: un cierre un tanto flojo, que resulta ser un anuncio (de la segunda temporada, se infiere). En particular queda a deber el asunto policial, que por momentos contribuye a la tensión y en otros es un mero pretexto de fondo, y que no tiene un cierre como tal. Dado que las series se diseñan en serie y con estrategias de largo aliento, esperemos que lo que seguramente ha de venir para The Eddy termine por amarrar lo que hasta el momento ha quedado sólo en el esbozo. Esperemos…