Tenet: palíndromo fascinante pero medianamente insignificante

Después de diez largometrajes y un puñado de cortos, queda claro que para Christopher Nolan el tiempo es un ingrediente fundamental para la narración y el drama. A partir de lo que dejan ver sus películas, parece que no querría, no sabría concebir un relato lineal y convencional. Después de elongar el tiempo gracias a la droga y el sueño (El inicio), romper el orden de los factores para alterar el producto (Amnesia) y alternar diferentes bases temporales (Dunkerque), ahora amplía “el campo de batalla” y propone, en su decimoprimer y más reciente largo, una historia cuyo sustento está en el viaje temporal y en la inversión de la acción: Tenet (2020).

Hacer una sinopsis de Tenet supondría revelar algunos de los detalles del argumento, pero sobre todo es un tanto ocioso. Digamos tan sólo que el protagonista, que en créditos tiene el nombre de Protagonista (John David Washington), se involucra en una trama que lo lleva a encarar a un antagonista, éste sí con nombre y sin apellido: Sator (Kenneth Branagh), quien busca acabar con el mundo (y que conste que no es una película de Marvel) por razones mezquinas (por supuesto). Y cuenta con un recurso inverosímil, posible para la Física teórica aunque poco probable para la tecnología: la manipulación del tiempo. En la ruta hay persecuciones, peleas y más o menos todos los ingredientes que ofrece una aventura con espías. Tenet ofrece una mezcla habitual en el sello Nolan: acción y ciencia ficción.

Nolan parte de un guión escrito en solitario y para no variar ofrece un dispositivo audiovisual fascinante: una puesta en cámara ágil, con harto movimiento; una puesta en escena ecléctica, con diversos matices en la luz cortesía de su ahora cinefotógrafo de cabecera, el suizo Hoyte Van Hoytema; un montaje que aporta al relato y al ritmo, que por momentos son vertiginosos; y una banda sonora con toques electrónicos a la que hace aportes valiosos el músico sueco Ludwig Göransson. Es particularmente llamativo el despliegue del movimiento en escena, Nolan juega con la inversión de él (de ahí el palíndromo titular). Resulta espectacular ver en un plano acciones que se verifican en el mismo espacio pero en tiempos diferentes. En la misma escena hay, así, dos escenas, pues en un espacio hay acciones de dos tiempos diferentes, y mientras el presente va en la dirección que podemos constatar en nuestra pandémica realidad, el futuro, ahora, se mueve al revés. Algo similar sucede con las voces y la música, que reproducidos de forma invertida generan extrañeza.

Nolan plantea su cinta como una experiencia. Y hace bien, porque como historia ofrece realmente poco. Lo que enreda la trama sabe a déjà vu, y mucho: no se aleja de las convenciones del 007 (bueno sí, porque Nolan es casto y pudoroso), del hombre de acción hábil para manipular máquinas y seres humanos. Como sucede en las películas mentadas en el primer párrafo de este texto, el manejo del tiempo amerita explicaciones y demostraciones. En Tenet estos menesteres son objeto de más de una larga explicación; no obstante, no es raro que exista cierta confusión con lo que sucede en pantalla. El actor principal confesó que dedicó cuatro horas a la lectura del guión, al cabo de las cuales se dio cuenta “que no había entendido nada”.

A mí me parece que vale la pena poner en acción –o inaugurar, para variar– las neuronas para entender qué asuntos están en juego en las películas de Nolan, pero en la primera visión no habría que fatigarse con ellos y tan sólo observar cómo operan en términos de la acción. En Tenet, para la que Nolan tuvo como asesor al físico Kip Thorne, basta con saber, creo, que se puede viajar en el tiempo y que las acciones pueden correr en reversa, lo que supone que los efectos preceden a las causas. Al final, en las películas de Nolan, toda esa parafernalia termina siendo valiosa porque hace que la emoción se multiplique y que la historia fluya de buena forma, pero sobre todo porque contribuye bastante al discurso, a la sustancia. No es el caso en Tenet, en la que este asunto temporal y direccional termina siendo el asunto. Aquí, a pesar de que abundan los diálogos explicativos y otros que apuestan por sobreentendidos, realmente termina por ofrecerse muy poca sustancia. A mí me parecen valiosas las películas de Nolan porque matizan la épica y hablan de las preocupaciones que nos asaltan en las diferentes etapas de la vida. En su caso las constantes temáticas van, entre otras, de los sinsabores de la vida en pareja a las vicisitudes de la paternidad, pasando por la responsabilidad que supone involucrarse en el curso de la vida de los otros. En Tenet hace un elogio de la maternidad que al final suena un tanto forzado y resulta superficial. En la ruta, además, hay algunos elementos que invitan a la sospecha porque parece que están ahí para cumplir con las obligaciones de la corrección política más que para multiplicar la densidad narrativa y temática.

En conclusión: vale la pena acercarse a Tenet con la expectativa de ver un gran espectáculo y vivir una experiencia fascinante pero medianamente insignificante. Nolan piensa y ve en grande: piensa en tiempo y ve en IMAX, por lo que vale la pena vivir la experiencia de esta cinta en esa pantalla (y que conste que no llevo comisión por la recomendación).

Calificación 65%

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