Sin novedad en el frente: sin muchas novedades en el cine bélico

La novela Sin novedad en el frente del alemán Erich Maria Remarque, que fue publicada en 1929 (once años después del fin de la primera guerra mundial), pronto obtuvo notoriedad y celebridad. No obstante, ha sido la inspiración de tan solo tres largometrajes. La primera vez en1930 y bajo las órdenes del realizador de origen ruso Lewis Milestone, cuya labor alcanzó para dos premios Óscar: mejor película y director (en una terna en la que aparecían dos glorias de Hollywood: King Vidor y Ernst Lubitsch). Medio siglo después de su publicación, en 1979, Delbert Mann encabezó una producción para la televisión, que obtuvo el Globo de oro de la categoría. La más reciente es Sin novedad en el frente (Im Westen nichts Neues, 2022), dirigida por Edward Berger. Se trata de la primera visita cinematográfica desde la perspectiva alemana y es una puesta al día auspiciada por Netflix.

Sin novedad en el frente ubica la acción en la primera guerra mundial; registra eventos de sus últimos años y concluye con el fin de la guerra (11 de noviembre de 2018). Sigue las vicisitudes de un grupo de jóvenes entusiastas que se suman a las filas del ejército alemán. La historia acompaña particularmente a Paul (Felix Kammerer), quien se enlista voluntariamente para acompañar a sus amigos. Son enviados al frente francés, y en las trincheras y el lodazal descubren que la gloria está en otra parte.

Berger echa mano con fortuna del arsenal estilístico que caracteriza al cine bélico (podemos ver la huella lo mismo de Senderos de gloria que de Caballo de guerra o 1917, por sólo citar algunos títulos que se ubican en la misma conflagración). Concibe una puesta en cámara que va de la contemplación al registro de la acción con atención. Con frecuente cámara en mano hace sensible el temblor y temor de los soldados; con planos que se extienden en el tiempo y el espacio (son abundantes los travels de seguimiento) captura la intensidad y el fragor de la batalla, la respuesta emocional de los que se entrematan. La puesta en escena no sólo da verosimilitud a la época y a la guerra, sino que da cuenta de las miserias físicas de los personajes y hace sensible su estado de ánimo, se diría que su estado espiritual. En este terreno es inevitable hacer un reconocimiento al desempeño del cinefotógrafo británico James Friend, quien resuelve acertadamente las cuestiones de orden práctico (la continuidad temporal o de la luz, así como las diferentes estaciones del año, por ejemplo), pero también acentúa con detalle un amplio abanico sentimental y consigue dar expresividad incluso a los planos abiertos. El montaje, por su parte, es pertinente para enfatizar el contraste entre la celeridad de la batalla y el ocio de la espera, entre la apacible indiferencia de la naturaleza –grabada en planos fijos– y el reguero de cadáveres, descrito en movimiento, con el que la humanidad contribuye al paisaje. En la banda sonora llama la atención las músicas de Volker Bertelmann, en particular la irrupción de una armonía sintética que se hace presente en más de un momento y subraya el oprobio: se diría que es leitmotiv, una exclamación que lo mismo es un lamento que un desgarramiento.

Berger hace una especie de denuncia que es oportuna… y pertinente para todo episodio bélico. Exhibe a la caprichosa mano del azar y las malas jugadas de la suerte, la presencia del absurdo, que caracterizan a la guerra. Pero también muestra las diferentes formas de vivirla. También aquí hay clases, y en particular muestra cómo mientras los altos mandos viven incluso con lujo los soldados rasos pasan fríos y hambre. Aquí no hay lugar para los héroes, y si hay un espacio para la comprensión entre los enemigos, también hay un campo fértil para la abyección y la mezquindad entre los que militan en el mismo bando. Al final, nos enteramos de que en la primera guerra mundial murieron 17 millones de personas y surge una pregunta: ¿para qué? (La humanidad se empeña en regresar una y otra vez a la barbarie bélica, como podemos constatar actualmente en territorio ucraniano. El cine, por su parte, también vuelve a estos menesteres con cierta frecuencia; y aunque los recordatorios en las pantallas (chicas o grandes) tengan un poder muy limitado, nunca son del todo inútiles. O al menos eso esperamos, porque al parecer la humanidad es una condición incurable.)

Sin novedad en el frente presenta matices valiosos en el tratamiento de la historia. El acercamiento se aleja del melodrama y hay cierto distanciamiento. De los personajes sabremos poco; su singularidad es, en esencia, la falta de singularidad. Acompañamos a jóvenes típicos, con deseos y ambiciones, que se dan un encontronazo letal con el mundo de los adultos. El acompañamiento es pertinente para ponernos por momentos en sus zapatos y dar cuenta del proceso que convierte a un hombre en una piltrafa, pero justo es subrayar que uno sale consternado de la película, no devastado. Porque si bien Netflix nos previene que “este título es violento y sombrío” y acompaña la clasificación (R) con el mensaje: “violencia bélica sangrienta fuerte e imágenes espeluznantes”, el manejo de la violencia no es particularmente crudo. Es más bien mesurado (y tampoco es que uno ande de morboso): sólo vemos brevemente el resultado de ella; y, cuando los cadáveres se multiplican, la cámara toma cierta distancia y a menudo lo hace en movimiento. En resumen, el tratamiento es un tanto convencional y tampoco se elude esa contradicción que a menudo aparece en el cine bélico: por más pacifista que sea una película de este género, en más de un pasaje la batalla –como una consecuencia del estilo utilizado en el registro– resulta tan espectacular como bella.

Calificación 75%
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