No voy a pedirle a nadie que me crea: no voy a pedirle a nadie que se ría

No voy a pedirle a nadie que me crea (2023) es una producción de Netflix y el tercer largometraje del realizador mexicano Fernando Frías, quien entregó buenas cuentas en su película anterior: Ya no estoy aquí (2019). En ésta daba voz e imagen a un grupo de jóvenes marginales de Monterrey y recogía sus eclécticas formas de expresión. Ahora acompaña a un joven jalisciense, inexpresivo y silencioso, que viaja a Barcelona con el objetivo de realizar un doctorado. El contraste entre los protagonistas de ambas películas es notable; el propósito y los alcances, también.

No voy a pedirle a nadie que me crea se inspira en la novela homónima de Juan Pablo Villalobos, oriundo de Lagos de Moreno, Jalisco. La historia acompaña al personaje homónimo del escritor (Darío Yazbek Bernal) quien antes de emprender el viaje a Barcelona con su novia, se ve involucrado, de rebote y por cortesía de un primo, con una organización criminal. En adelante debe obedecer al capo, lo que complica su existencia, y lo mismo sus relaciones personales que su plan académico se ven trastocados.

Frías propone un estilo frío, capaz de distanciar al espectador de lo que registra. La cámara es discreta y por momentos juega al fisgoneo; la puesta en escena, con luces planas y escenarios sórdidos, exhibe la fealdad de les escenarios, en particular de Barcelona. Por momentos se escuchan algunas músicas que no son particularmente “bonitas”. Ni hablar de los personajes, que resultan singularmente antipáticos: no hay manera de establecer lazos de simpatía con ninguno de ellos. Juan Pablo parece permanentemente ausente, es en apariencia casi un cero a la izquierda; Valentina (Natalia Solián), su novia, vive en la irritación y resulta irritante; en la misma ruta caminan los personajes secundarios: la fastidiosa madre de él, el abusivo casero argentino, el malhablado maleante mexicano, la estirada estudiante catalana.

Frías concibe una especie de experimento, una película de tesis que se sustenta en la tesis que originalmente pretende escribir Juan Pablo y que explora los límites del humor (a partir de la obra de Jorge Ibargüengoitia): ¿a partir de dónde algo deja de ser gracioso? Así, en la pantalla se suceden una serie de escenas que desde el inicio se mueven entre el humor posible y la risa imposible; entre chistes visuales o sonoros y escenas chocantes. Se presentan pasajes que pueden resultar desconcertantes o de plano desagradables, como los que presentan porno o violencia explícitos. La idea es exponer al espectador a situaciones que lo confrontan y lo descolocan, lo provocan y lo cuestionan.

Conforme avanza la película resulta cada vez más difícil reírse de algo, porque Juan Pablo es cada vez más atemorizado y abusado, porque se van presentando contextos o personajes que son aludidos y cuestionan lo que está detrás de los chistes. Apenas uno de los personajes del otrora “típico” chiste protagonizado por personas de diferentes nacionalidades (“van caminando un chino, un mexicano y un musulmán, etc.”) cuestiona los prejuicios raciales y la posición de quien hace el chiste, y trae a cuento la parafernalia de la corrección política, ya no quedan ningunas ganas de reír: se acabó el chiste. Ni hablar de la violencia física y verbal, de los desaparecidos, del abuso que, como recoge la nota roja mexicana hoy día (es decir, la mayoría de los noticieros televisivos), es el pan nuestro de cada día.

Lo que sí está de risa son los temas de investigación de los estudiantes de literatura que van a Barcelona. Y cuando por azares del guión Juan Pablo aterriza en la facultad de estudios de género, lo que por allá se “estudia” da para la risa loca (hasta él mismo reconoce, con la prudencia que la situación amerita, que lo que le está pasando ahí “da mucho lugar para algo que sea humorísticamente inclusivo”). Después comenta que le dio risa cuando leyó el cuento La ley de Herodes de Ibargüengoitia, y al ser cuestionado sobre qué significa “que algo te parezca gracioso”, comenta: “depende”. La respuesta parece estúpida, pero sólo lo es en la superficie. La gracia de un chiste depende… de la época en que se hace, de la distancia que uno tiene con lo que se cuenta, del afecto sobre los sujetos y objetos sobre los que se hace el chiste, del contexto en el que se está, de las circunstancias… y de algunos otros factores que la película expone con lucidez y con no mucha gracia; eso sí, sin la pedantería ni la gravedad de las autonombradas ciencias sociales.

Así, el experimento resulta tan osado y desagradable como iluminador. Lo cierto es que cómo extrañamos a Ibargüengoitia…

Calificación 75%

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