El tráiler prometía; cabía esperar un largometraje que rompiera de forma gozosa con la actual solemnidad ambiental: de cara a un paisaje cinematográfico que se caracteriza por el afán de cumplir con los temerosos parámetros de lo políticamente correcto, un poco de sátira se agradece. (Si bien es conveniente subrayar que mofarse actualmente de los nazis no supone un gran riesgo; otro panorama encaró Charlie Chaplin en 1940 con El gran dictador, que hizo reír y pensar al mundo en tiempos de guerra.) Pero, justo es consignar, lo mejor estaba en la promesa promocional, en “los cortos”, como se decía antaño. Jojo Rabbit (2019) es una decepción.
Jojo Rabbit es el más reciente largometraje del neozelandés Taika Waititi, quien alterna la actuación con la realización y es responsable de Thor: Rangarok (2017). El cineasta también es autor del guión: se inspira en una novela de su paisana Christine Leunens, autora que nació en Estados Unidos y tiene nacionalidad belga-neozelandesa. El argumento se ubica en los meses finales de la segunda guerra mundial y recoge las penurias de Jojo (Roman Griffin Davis), un niño que es fanático de Hitler, al grado de tenerlo como amigo imaginario. Las cosas comienzan a ir mal para él en el adiestramiento militar que recibe, pues sufre un accidente. Y empeoran cuando descubre que su madre (Scarlett Johansson) esconde en su casa a una chica judía.
Waititi concibe un trabajo de cámara convencional, que en algunos momentos contribuye a la ilustración, en otros al humor y ocasionalmente genera cierta tensión. La apuesta principal está en la puesta en escena. No sólo por la recreación de la época, sino por los diferentes matices sociales y emocionales que se esbozan desde vestuarios y maquillajes, pero principalmente desde la luz. Ésta es cortesía del rumano Mihai Malaimare Jr. y va de la frialdad –a veces con astisbos enfermizos– a la calidez. La cinta avanza a buen ritmo gracias a la alternancia de cámaras lentas y cortes rápidos. En la banda sonora es valiosa la presencia tanto de las músicas de Michael Giacchino como de algunas canciones: en particular “Heroes”, escrita por David Bowie y Brian Eno, que empuja con fortuna el tráiler, y “I Wanna Hold Your Hand”, con Los Beatles cantando en alemán.
Este arsenal estilístico es provechoso para concebir, de entrada, dosis apreciables de humor. Waititi plantea con mesurada desfachatez las miserias de la vida bajo el régimen nazi, la ridiculez de algunas de sus concepciones y prácticas. Así, es natural que en la sala oscura se escuchen algunas carcajadas (que no se prodigan generosamente más adelante, justo es consignar; en lo que a mí respecta –y aunque nadie lo preguntó– la verdad es que la cinta no me hizo mucha gracia: reí un par de veces). El entrenamiento militar tiene rasgos caricaturescos, aunque se filtran en él algunos rasgos de crueldad en serio. Y aquí es donde la cinta comienza a presentar deslices, en la alternancia entre pasajes que se proponen desde la seriedad y la solemnidad y otros que van de la fantasía a la pachanga. Los cambios de tono son realizados con torpeza o simplemente en una poco afortunada yuxtaposición, como sucede con la épica cómica de los súper héroes y con el thriller cómico al estilo Bad Boys para siempre, que ponen pausa a la batalla o a la persecución para hacer chistecitos. Esto no sería tan grave si Jojo Rabbit no buscara ponerse grave, porque al final se busca sensibilizar sobre las consecuencias de la barbarie nazi y enviar un mensaje de conciliación (los enemigos son fabricaciones de la sugestión y de la imaginación más que de la realidad). No sólo la historia tiene los deslices mentados (la incidencia del Hitler imaginario parece accidentada, y no el resultado del devenir del personaje y de los eventos, del desarrollo del drama-comedia), sino que el mensaje se diluye en la anécdota. Al final el humor no ayuda a multiplicar la emoción y así contribuir a la generación de un sentimiento; alcanza menos para asumir una postura crítica frente a lo expuesto (como le cuadra a la comedia en serio). Al final no termina de cuajar la calidez al estilo Wes Anderson (en Variety, el crítico Owen Gleiberman anota con justeza que Jojo Rabbit es “como una película de Wes Anderson ubicada en el Tercer Reich”), que al parecer se busca intencionar Tampoco cabe esperar sensibilidad sobre las miserias bélicas o cualquier realidad seria. Lástima, el tráiler prometía.