Ellas hablan… y él toma nota

A la canadiense Sarah Polley la conocemos por su trayectoria frente a la cámara, como actriz (recuerdo en particular Mi vida sin mí de Isabel Coixet y El dulce porvenir de Atom Egoyan), pero también por su labor detrás de la cámara, como directora (en Lejos de ella). Tal vez su nombre nunca antes había estado tan presente en la escena cinematográfica, ni dado tanto de qué hablar, como ha sucedido recientemente con Ellas hablan (Women Talking, 2022), su cuarto y más reciente largometraje, en cuya producción figuran Frances McDormand y Brad Pitt.

Ellas hablan, cuyo guión también es cortesía de Polley, se inspira en la novela homónima de Miriam Toews. La acción transcurre en 2010, en una comunidad donde la religiosidad marca el curso de la cotidianidad (pareciera, de hecho, que regresamos al siglo XVIII). De entrada, nos enteramos de que por años las mujeres han sido habitualmente drogadas y violadas. Las fechorías se endosan a fantasmas, Satanás o la imaginación. Hasta que descubren y atrapan a uno de los responsables. Entonces las mujeres se reúnen y someten a votación qué van a hacer: “nada, quedarse y pelear o irse”. Dado que hay un empate entre las dos últimas opciones, un grupo de ellas delibera qué van a hacer todas. Y porque ellas son analfabetas (tienen prohibido ir a la escuela), lleva la minuta un joven, quien tiene la función de maestro y cuya madre fue expulsada de la comunidad, años atrás, por rebelde.

Polley acompasa la cinta por medio del relato verbal de una adolescente, quien nos guía por los eventos y hace comentarios sobre el curso de ellos. Las músicas de la islandesa Hildur Guðnadóttir (quien, por cierto, también es responsable del score de Tár y de Joker, entre otras) hacen aportes al ritmo y a los diferentes tonos emotivos –sobresale, acaso, un ánimo que cabría calificar como esperanzador– a la narración. La imagen se reparte entre la deliberación que tiene lugar en la parte alta de un granero y algunos pasajes con ánimo bucólico en los extensos campos de la comunidad. La cámara da cuenta del paisaje, pero de manera recurrente se cierra en expresivos close ups que nos enteran sobre los sentimientos de los personajes. La luz, que es responsabilidad del cinefotógrafo canadiense Luc Montpellier, es rica en matices oscuros, lo cual contribuye a establecer atmósferas más bien opresivas.

El dispositivo es pertinente para hacer avanzar lo que, me parece, es la mayor fortaleza de la cinta: su decurso discursivo. Por medio de los diálogos Polley da buena cuenta de lo que sucede en la comunidad y de lo que piensan y sienten sus personajes. Se estructura así un mosaico sentimental elocuente. Es plausible el desarrollo del discurso, la forma como se van presentando pros y contras, argumentos, diferentes aristas y matices del statu quo. El tono con el que se aborda la opresión de ellas es grave, pero también presenta algunas dosis de ligereza y humor.

El ensamble de personajes que propone Polley es pertinente para construir un personaje colectivo: la mujer (y el título bien podría traducirse como Ella habla). Vemos y oímos a algunas ancianas, a algunas niñas, a mujeres jóvenes y maduras; esposas, hermanas, hijas, abuelas, nietas; hay espacio para la amistad y la solidaridad, así como algunos atisbos de lesbianismo y otros de definiciones genéricas alternativas. Es valiente presentar a mujeres que son fieles a sus creencias y sus valores, que se definen en buena manera por su religiosidad en tiempos en que la fe vive horas muy bajas. El personaje masculino que vemos, por su parte, es un buen ejemplar de las llamadas “nuevas masculinidades”: es un varón sensible (es el que más llora en escena), es dócil y obediente, respetuoso al extremo –al grado de ser incapaz de objetar o pelear por el “amor de su vida”–, que sabe cuál es su lugar y lo asume sin protestar. ¿Es, acaso, el modelo que se proyecta para el futuro varonil, pues él ha sido educado por una mujer emancipada?

El resultado es contrastante. Porque la apuesta presenta amplios rasgos teatrales y el ritmo se atasca en más de un momento. Los pasajes bucólicos –que serían como las pausas entre actos en el teatro– no alcanzan a dar un gran aliento a la propuesta; los diálogos y su escenificación no alcanzan a hacer extensiva su densidad al resto de la cinta; no es raro que para algunos espectadores la cinta sea aburrida (aunque, justo es recordar, ninguna película lo es, ellas no se aburren). Por otra parte, al final, entre el dolor y la rabia, es valioso el ánimo de posar una mirada amplia y de largo alcance: si en el presente para estas mujeres pacíficas es imposible dar una respuesta pacífica, no descartan un horizonte en el que pueda tener lugar el perdón. Al final se apuesta por la educación para contrarrestar el machismo, la educación en casa y la educación en la escuela. Sea.

Calificación 75%
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