Tár: el arte es riesgo y cuestionamiento

Juan Arturo Brennan, que es egresado del CCC (Centro de Capacitación Cinematográfica) y uno de los escasísimos críticos musicales merecedores de dicho título en este país, hace un lúcido abordaje de Tár (2022) en un texto publicado en el periódico La jornada: ¿Quién es Lydia Tár? En él reconoce la verosimilitud con la que se aborda la industria de la música en la película, y si bien el personaje epónimo es ficticio, el autor explora la relación entre ella, Leonard Bernstein y Gustav Mahler; también invita a la mesura sobre Lydia Tár, cuyo diseño como personaje convoca a la hipérbole, y concluye calificando la película como “muy potente”. No le falta razón a Brennan.

Tár es el tercer y más reciente largometraje de Todd Field, quien es también autor del guión y ofreció buenas cuentas en sus entregas anteriores: En la habitación (In the Bedroom, 2001) y Juegos secretos (Little Children, 2006). La sinopsis que presenta la IMDb nos informa sobre la historia: “Ambientada en el mundo internacional de la música clásica, se centra en Lydia Tár (Cate Blanchet), considerada una de las mejores compositoras/directoras vivas y la primera directora titular de una importante orquesta alemana.” Ésta es la Orquesta Filarmónica de Berlín, la misma que ha sido dirigida nada menos que por Wilhelm Furtwängler, Herbert von Karajan y Claudio Abbado, entre otros.

Field inicia la cinta con osadía, con una burla sobre su personaje protagónico. Justo después pone a prueba la paciencia del espectador, pues sobre una pantalla en negro comenzamos a escuchar un canto folklórico, el cual sigue mientras desfilan los créditos (hábito que se ha perdido: actualmente se envían al final y circulan cuando el público abandona la sala). Esta “obertura” trae a la memoria el inicio de Bailando en la oscuridad (Dancer in the Dark, 2000) de Lars von Trier, que abre también con la pantalla en negro mientras se escucha una pieza musical, apuesta pertinente para hacernos más receptivos a lo que vendrá y darle, de entrada, amplio valor a la música.

A continuación, Field hace una extensa presentación del personaje: Tár espera el ingreso a un foro donde tendrá una entrevista y luego vemos una secuencia en la que se confecciona un traje a su medida, mismo que hace evidente sus afanes emuladores (en algún momento ella reconoce que ha estado copiando; no es raro, así que su hermano le haga ver más tarde que luce extraviada); luego viene la entrevista. En más de diez minutos nos enteramos de su vida y milagros, pero también descubrimos sus tics, su fetichismo, su egolatría. Los contrastes se van incrementando en adelante, y ante nuestros ojos va tomando forma una especie de monstruo contradictorio: Lydia es insegura y soberbia, afirma que “no hay mérito en copiar”, pero la descubrimos copiando al detalle la fotografía que aparece en la portada de un disco de Claudio Abbado; es condescendiente y exigente, generosa y mezquina, honesta y cruel. Más adelante Field hace un esbozo “de cuerpo entero” en un soberbio planosecuencia de más de diez minutos, el cual tiene lugar en la Academia Julliard, uno de los conservatorios más reputados de Estados Unidos, en el que tiene un encuentro con estudiantes y hace escarnio de uno de ellos.

Field ofrece buenas cuentas como guionista y realizador. En el primer renglón hace gala del procedimiento conocido como “entrar tarde y salir temprano”: la mayoría de las escenas inician cuando la acción ya está en curso y cierran antes de la conclusión. De esta forma se incentiva la curiosidad y el involucramiento del espectador, quien es invitado a “llenar los huecos” narrativos y dramáticos (verbigracia: la última intervención que la directora tiene en Berlín). Asimismo, más que contar una historia, la cinta nos da cuenta del devenir del personaje (es cierto que personaje e historia son indisociables, pero a menudo la apuesta hace mayor hincapié en la segunda que en el primero (como en Sin novedad en el frente, para citar otra cinta nominada a mejor película por Óscar este año); en este caso, cabría afirmar que estamos ante una película “de personaje”). Así, en el curso de la cinta si bien seguimos una serie de eventos y la historia presenta una progresión, sobre todo asistimos al despliegue, al desarrollo, de los diferentes matices del personaje. El catálogo de características así expuesto es rico. Estamos ante un personaje femenino con profundos rasgos de conducta habitualmente asociados a la masculinidad, desde los más superficiales, como el vestuario y el maquillaje, hasta algunos menos evidentes, relativos a la sexualidad y el ejercicio del poder.

En la realización las cuentas también son positivas. Field hace un registro atento y sobrio, con una cámara que acompaña –con planos abiertos y con buena profundidad de campo en general– a Tár. La puesta en escena es plausible. Ya mencionábamos el vestuario y el maquillaje; habría que añadir la luz, cortesía del alemán Florian Hoffmeister, cuya labor es pertinente para instalar atmósferas más bien gélidas y alcanzó para conseguir una nominación de la Academia norteamericana. Resulta inevitable subrayar, además, el desempeño de Cate Blanchet, quien ha sido premiada en más de un festival (en Venecia, por ejemplo) y no sería raro que continuara acumulando reconocimientos. La caracterización, que ya aparece en el guión, así como el arsenal técnico del que echa mano la realización y su actuación contribuyen a conformar un personaje terriblemente antipático, mas rico en matices, complejo y voluble. En el sonido es inevitable dar crédito a las numerosas músicas, pero no habrá que perder de vista (o de oído) el valioso trabajo de diseño sonoro. Porque si la música está en el primer plano (como la puesta en escena, la actuación), en segundo y tercer plano cobran relevancia sonidos apenas perceptibles cuyo nivel sube y baja en función del encuadre. Todo esto es sugerente y consecuente (y contribuye, también, a la caracterización del personaje principal): en algún momento alguien menciona que “Schopenhauer medía la inteligencia según la sensibilidad al ruido”, y Tár es hipersensible al sonido; y si vemos rasgos claros de inteligencia, también somos testigos de su permanente inquietud, de su falta de paz, de sus dificultades para componer.

Field se toma su tiempo para ir desarrollando el abanico de temas que habitan la cinta. En la cúspide estaría lo relativo al mundillo musical, con su exploración del fenómeno creativo y las particularidades de la dirección musical. Aquí queda de manifiesto, ahora que los plagiarios reciben toneladas de pedradas, el planteamiento de la imposibilidad de la originalidad: la mención a Beethoven y Mozart es elocuente, pero sobre todo la construcción interior y exterior que Lydia hace de sí misma, que está en deuda con más de un director extraordinario. En estos terrenos cobra valor el ejercicio del poder y la manipulación que gracias a él lleva a cabo ella. Y el poder marea, y el poderoso se siente intocable, invulnerable, y pierde de vista el alcance y las consecuencias de sus actos. A la par van apareciendo asuntos que, en conjunto, son pertinentes para hacer un diagnóstico de los tiempos que corren.

En El libro de la risa y el olvido, que se publicó originalmente en Francia en 1979, Milan Kundera alude a eventos pretéritos que son pertinentes para hacer un vaticinio sobre el infantilismo por venir, el que hoy podemos constatar: “Los niños no son el futuro porque algún día vayan a ser mayores, sino porque la humanidad se va a aproximar cada vez más al niño, porque la infancia es la imagen del futuro”. Este futuro llegó hace rato, y en Tár asistimos a más de una manifestación. Acaso la más notable aparece en el mencionado episodio en Julliard. Un joven alumno, que se declara BIPOC (término utilizado para hacer referencia a grupos discriminados: negros, indígenas y gente de color) y pangénero y que se forma como director, comenta que no le gusta Bach; y “argumenta” por qué: el músico alemán tuvo una vida misógina y para él es “imposible tomar su música en serio”. Tár, que considera que para todo músico Bach es inevitable, lanza entonces una serie de sarcasmos y agresiones que remata con una frase para la posteridad: “Frena tus ganas de sentirte ofendido. El narcisismo por las pequeñas diferencias conduce al conformismo más aburrido.” (En estos tiempos un profesor como Fletcher (J.K. Simmons), que aterraba en Whiplash (2014) a sus alumnos y era un inconforme feroz, no tendría empleo alguno; acaso podría tocar en algún establecimiento de escaso renombre.) 

Lydia es movida por sus pulsiones y no duda en ejercer el poder para conseguir sus objetivos. En la ruta, sabemos, ha tenido relaciones cuestionables y ha cometido abusos. Y asistimos a más de un diálogo que más de alguno catalogaría como de abuso verbal; los asuntos sexuales son aludidos en los diálogos, pero no vemos acciones concretas tipificadas como abuso. Lo cierto es que, como se ventila en un parlamento –en el que se afirma que “hoy ser acusado es lo mismo que ser culpable”– se deduce que en la actualidad las consecuencias que padecen los acusados por estos menesteres son similares a las que enfrentaron los que fueron señalados por tener simpatías con los nazis.

Es un acierto notable que Field diera a Lydia Tár las características que tiene, en particular que sea mujer, lesbiana y madre. De esta forma Tár puede desmantelar discursos oficiales y cuestionar ideologías y programas catalogados como progresistas. A algunas personas no les hace gracia y por eso devalúan la cinta. Pero digámoslo de forma contundente: el apego a la corrección política, la propaganda de la ideología de moda y el cumplimiento de cuotas de inclusión no son virtudes artísticas. El arte demanda riesgo; el artista toma riesgos y encara lo que lo fastidia. Esto supone estudiar y regresar sobre la obra de personalidades con las que uno puede tener más de una reserva. ¿Qué alcances tendrá, entonces, un músico que deja de estudiar a Bach porque lo considera misógino, a von Karajan porque tuvo un pasado nazi, a James Levine, Charles Dutoit o Plácido Domingo porque han sido acusados de abuso sexual? ¿Qué solidez tendrá el pensamiento de un estudiante de filosofía que deja de leer a Heidegger porque lo tacha de nazi; qué interpretaciones hará un aprendiz de sociólogo que evita a Foucault porque éste ha sido acusado de pedofilia; a qué profundidad aspira un estudiante de cine que se abstiene de ver las películas dirigidas por Emilio Indio Fernández porque era machista y asesinó a alguien?

Lo cierto es que Lydia Tár es un personaje que no se reduce a los límites del blanco y negro, que va más allá del maniqueísmo, de la tiranía y el victimismo. Y Tár es una colorida rara avis en un zoológico monocromático, conformista y uniforme.

Calificación 100%
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