En toda relación humana hay un combate entre la verdad y la mentira. Sería imposible contestar la pregunta ¿qué es verdad, qué es mentira? si no aplicamos criterios absolutos y criterios relativos.
Carlos Fuentes
Y sigue la (mala) mata dando. Netflix vuelve a entregar una producción de no ficción (a las que sigue llamando impunemente “documentales” aunque no pasan de ser meros reportajes, en el mejor de los casos) que recupera con amarillismo eventos de la nota roja/rosa reciente. Ahora enfoca su atención en el juicio que hace meses tuvo como protagonistas (y nunca mejor empleado este término, tan usado en las artes escénicas) a Johnny Depp y Amber Heard. La producción lleva por título Depp vs. Heard (Depp V Heard, 2023).
Se trata de una miniserie de tres capítulos dirigida por Emma Cooper, quien ya había realizado para la misma compañía de streaming El misterio de Marilyn Monroe: las cintas inéditas (The Mystery of Marilyn Monroe: The Unheard Tapes, 2022). A lo largo de esta entrega, cuya duración no amerita la estructura serial (en total apenas rebasa los 140 minutos, es decir, el tiempo que a menudo se lleva un largometraje), somos testigos de algunos pasajes del juicio que tuvo lugar en Virginia y que inició en abril de 2023. Los sucesos de este show –fue cubierto en directo por medios audiovisuales– son comentados por personas que tienen espacios en las redes sociales (conocidos vulgarmente como influenciadores). Algunos parecen saber de asuntos legales; otros opinan sin tener ninguna autoridad aparente; todos hablan como si la tuvieran.
Cooper utiliza los manidos y odiosos mandatos estilísticos que caracterizan a las producciones de no ficción de Netflix, con sus brincos en el tiempo para atrás y para adelante, los cuales se ubican con una línea que aparece en una gráfica (herramienta que resulta efectista y que abona más a la confusión que a la eficacia expositiva: ¿es tan difícil, en nombre de la claridad, contar los eventos de forma lineal?) y sus infaltables planos aéreos grabados con dron para presentar las locaciones (que resultan completamente prescindibles). La realizadora hace un relato fragmentario del curso del juicio y los hechos que lo provocaron: un texto publicado en la prensa por Amber Heard en el que, sin mencionar a Depp, se dice víctima de violencia doméstica. La respuesta del actor fue una demanda por difamación, asunto fundamental a dirimir en la sala judicial.
Lo expuesto en esta producción audiovisual bastaría, me parece, para concluir que estamos frente a un caso de violencia doméstica… recíproca. No obstante, lo relevante, tanto en el juzgado como en la serie, resulta ser la desacreditación del otro (o la otra, como en esta ocasión). Estamos ante un ejemplo de ese ejercicio tan habitual hoy día: el juicio ad hominem. No se busca esclarecer qué pasó realmente entre los protagonistas, sino demostrar quién es peor persona. Y como ambos están actuando (como sucede en la actualidad, creo, con cualquier persona que se plante frente a una cámara, ya sea para la selfie o para asuntos menos frívolos), no es baladí observar quién es más convincente, a quién se le cree más, es decir, quién actúa mejor. En algún momento alguien dice que el objetivo del juicio no es encontrar la verdad, lo cual es una verdad… de Perogrullo: como si no hubiéramos visto decenas de películas de juzgado norteamericanas en las que se prueba esto; como si no lo pudiéramos constatar con facilidad con cada nuevo caso de linchamiento mediático.
La justicia al estilo norteamericano se inscribe naturalmente en una forma de concebir el mundo como espectáculo. Cuantimás un juicio que fue diseñado para serlo, y que fue visto en vivo por todo el mundo. De esto da cuenta en particular el segundo episodio de la serie, que se concentra en el fenómeno que resultó ser en las redes sociales, en las que era comentado en vivo y revisado y regurgitado en videos posteriores. Aquí había una veta rica para explorar con amplitud y profundidad el fenómeno de las redes sociales, en las que son tan habituales los vilipendios y las falsedades, en las que se hacen acusaciones que son tomadas por denuncias por los que las hacen y los que las creen, como si “las redes” fueran un tribunal real. Así, ahí se ensalzan las nimiedades de seres humanos sin atributos y se termina con la reputación y la vida de los que a priori son designados como culpables por inocentes o víctimas autonombrados que a menudo no lo son tanto. Pero Cooper no sólo se queda en la superficie de la superficie, sino que hace eco de los usos y costumbres enredados. Un par de ejemplos: desacredita sin mayores pruebas al jurado, al suponer que tuvo acceso a las redes (a pesar de tenerlo prohibido por la juez) y que no fue inmune a su influjo, que su veredicto obedece a lo que se ventilaba por ellas; le da espacio y validez a todo tipo de influenciadores –incluso aparece un sujeto con una máscara de Deadpool– que opinan y opinan (hoy día la opinión es como la sudoración: tan abundante como pestilente) y hacen las veces de fanáticos como en los deportes (si así andan los influenciadores, no me quiero imaginar cómo andan los influenciados). Dicho sea de paso: sigue faltando un producto audiovisual que ponga en su lugar a las redes sociales, que se convierten en juzgados en los que cualquier y cualquiera X con cuenta en X emite sus veredictos y sentencias.
Al final se hace evidente una obviedad: estamos ante un caso de posverdad, y cada quien cree lo que quiere creer. Y yo creo que Depp vs. Heard es deficiente como crónica, que los autores ofrecen argumentos escasos y se quedan cortos en la exposición del caso; que parecen no querer tomar riesgos y son tibios en sus conclusiones, como si quisieran “denunciar” una injusticia sin fastidiar a los que la cometieron.