Belfast: crecer no es opcional

De su vida y obra numerosos cineastas han dejado constancia en libros autobiográficos: de Luis Buñuel a Roman Polanski, pasando por Woody Allen, Ingmar Bergman y Charlie Chaplin. Algunos van más allá de la página y han rodado películas que recogen y revisan pasajes puntuales de su pasado. La mayoría regresa a la infancia; es el caso de títulos célebres: Los cuatrocientos golpes (Les quatre cents coups, 1959) de François Truffaut; La mala educación (2004) de Pedro Almodóvar; Léolo (1992) de Jean-Claude Lauzon; Fanny y Alexander (1982) de Ingmar Bergman; Verano 1993 (2017) de Carla Simón. Esta clase de películas bien podría tomar prestado el nombre de una cinta emblemática de Federico Fellini: Amarcord (1973). Me acuerdo… Recientemente este ¿subgénero cinematográfico? ha cobrado fuerza, acaso como un eco de Roma (2018) de Alfonso Cuarón. Para no ir muy lejos, en las nominaciones de este año de la Academia de cine norteamericana figuran dos maravillas: Fue la mano de Dios (È stata la mano di Dio, 2021) de Paolo Sorrentino y Belfast (2021) de Kenneth Branagh.

Belfast (2021) es el más reciente largometraje del cineasta irlandés. Es, asimismo, el más personal, pues sin ser del todo una película autobiográfica sí se inspira en las experiencias que él vivió, a los nueve años, en la ciudad epónima. En una entrevista que concedió al portal Deadline, Branagh confiesa que el confinamiento incrementó la introspección, pero el proyecto estuvo rondando en su cabeza por años: “el deseo de escribir algo sobre Belfast ha estado conmigo realmente desde que dejé el lugar, supongo, porque provocó una revolución en mi vida”.

Branagh, también autor del guión, abre la película con algunas panorámicas en color de la ciudad en la actualidad, acompañadas por la música y la voz de Van Morrison –una estrategia que trae a la memoria el inicio de Manhattan (1979) de Woody Allen–, quien interpreta “Down to Joy” y, más adelante, otras canciones (de hecho, en el crédito por la música aparece su nombre). Posteriormente la cámara se eleva frente a un muro (grúa mediante) y se da la transición al blanco y negro… y al pasado. Aterrizamos en agosto de 1969 y, con un plano largo que hace el recorrido a nivel de la calle, llegamos a Buddy (Jude Hill), quien es convocado por su madre (Caitriona Balfe) para merendar, mientras el vecindario hace eco del llamado en repetidas ocasiones. Así nos enteramos de la fraternidad que hay entre los habitantes de ese barrio, del cariño que tienen por Buddy.

Pero de pronto las cosas cambian. El chamaco pone pausa a su marcha y la cámara, travels circulares mediante, gira dos veces alrededor de él: ¡dos revoluciones de la cámara dan cuenta de la revolución que supuso para el autor su salida de Belfast! En el fondo se detona la violencia y descubrimos el azoro de la gente. Luego somos testigos la violencia que caracterizó el período conocido como The Troubles: el conflicto que vivió Irlanda del Norte entre católicos y protestantes y que se extendió por tres décadas. En adelante acompañamos a Buddy en su rutina: las ausencias del padre (Jamie Dornan), quien trabaja en Inglaterra, los problemas económicos y con la autoridad hacendaria, las visitas a los abuelos, los dilemas planteados por el choque de religiones. Y la creciente presión y violencia de los protestantes para expulsar a los católicos.

Branagh construye la perspectiva infantil con brillantez: la cámara se ubica en una altura baja y los emplazamientos a menudo se realizan desde angulaciones singulares; una buena parte de la cinta es registrada con lentes angulares, los cuales tienen buena profundidad de campo y generan alguna deformación del espacio; asimismo, dan valor a los fondos y enrarecen la perspectiva rompiendo con las convenciones de la composición y dejando “aire” en exceso a los lados o arriba del cuadro. La luz, de una limpidez plausible, da cuenta del ánimo alegre de Buddy, que termina por impregnar la cinta. El trabajo de cinefotografía en su conjunto, cortesía del chipriota Haris Zambarloukos (quien ha colaborado en varias ocasiones con Branagh), es verdaderamente prodigioso (tristemente su labor no fue considerada por Óscar –¿acaso porque la plaza para blanco y negro ya estaba ocupada por Macbeth?– pero sí fue tomada en cuenta para los premios de la American Society of Cinematographers).

Este marco es propicio para esbozar las particularidades del período abordado y la carga emocional que provocan: entre el cariño de la familia y el odio de algunos vecinos, Buddy vive diferentes niveles de alegría y miedo. En la construcción de los personajes que lleva a cabo Branagh descubro –y me emociona– una declaración de amor a los padres y a los abuelos. Si por lo general, en el cine y en la vida, es más frecuente atestiguar historias de amor de los padres por sus hijos, aquí el realizador nos presenta una muestra de amor filial. Éste es perceptible en los trazos con los que esboza a Ma y Pa, que tienen sus roces pero se manifiestan su amor con frecuencia y de bellas formas, a veces cantando y bailando. Algo similar presenciamos en el retrato de los abuelos, que nos dan múltiples manifestaciones del cariño y respeto que se tienen y son una fuente de amor y sabiduría. El humor es un rasgo que comparten familiares y vecinos: se diría que, según Branagh, es un importante rasgo irlandés. El universo así concebido es idílico y realista; no se nos ocultan cómo son las personas y cómo se reparten los odios y los afectos, pero la perspectiva filtra, matiza. Las religiones son abordadas con ligereza y a veces se exhiben excesos caricaturescos; están en el origen de la violencia en las calles y provocan más de un momento de miedo a Buddy. Al final éste tiene un acercamiento con la muerte y debe hacerse a la idea de abandonar el lugar donde fue feliz. Tiene ciertas claridades, pierde algunas dosis de candidez ¡y descubre el cine!: crece.

En Belfast Branagh muestra su crecimiento como cineasta. Aún quedan huellas del realizador insipiente e incipiente de Henry V (1989), en la que mostró las virtudes de su formación como actor de obras de Shakespeare, y en la que pensaba más en la puesta en escena que en la cámara. Sin embargo, ahora es tangible el aprendizaje obtenido en la dirección de películas de diferentes ambiciones y calibres: entre la modestia en la producción de Volver a morir (Dead Again, 1991) y el despilfarro visual y presupuestal de Thor (2011) y La cenicienta (Cinderella, 2015) Branagh se ha estado convirtiendo en un autor.

Belfast suma siete nominaciones al Óscar: película, guión original, dirección, actor y actriz en roles secundarios, canción y sonido.

 

Calificación 85%

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