Ant-Man and the Wasp: la hormiga atómica regresa como la hormiga cuántica

Ant-Man and the Wasp (2018) entrega lo que promete. Acaso un poquito más. No es una película más de la épica cómica, porque acá no hay nada de épica. Es una comedia con superhéroes (o debiéramos decir nanohéroes o macrohéroes, porque aquí el tamaño, que es contrastante, también importa y es parte del chiste). La apuesta es básicamente por el humor, y por ese lado no hay reproches: hay bastantes pretextos para la risa.

Ant-Man and the Wasp es la más reciente entrega de Peyton Reed, quien también fue responsable de la primera cinta de esta franquicia, Ant-Man: el hombre hormiga (Ant-Man, 2015), y ha encabezado los créditos de ¡Sí señor! (Yes Man, 2008) y Viviendo con mi ex (The Break-Up, 2006), entre otras. Las hostilidades inician con Scott Lang (Paul Rudd) en arresto domiciliario. Falta poco tiempo para que concluya su reclusión cuando se ve involucrado –al principio contra su voluntad– en las investigaciones que realizan en la clandestinidad el Dr. Hank Pym (Michael Douglas) y su hija, Hope (Evangeline Lilly). Los riesgos se multiplican entonces, lo mismo para Scott en su rol de padre, que para Ant-Man, el súper-mini-macro héroe al que da vida.

Reed emula los procedimientos empleados en la entrega original. La acción, que no es abundante, es registrada con un poco más de solvencia, eso sí. De nueva cuenta se apuesta por jugar con las tallas y se alterna entre el mundo en miniatura, el normal y las colosales proporciones que puede alcanzar Ant-Man. Y si en el rollo anterior había una secuencia memorable en un tren, ahora hay una persecución con más de un bufón, como el latino Luis (Michael Peña), quien es socio de Scott en una empresa de seguridad. Reed saca buen provecho de los efectos visuales y sonoros y da espectacularidad e hilaridad a las peleas y las persecuciones: porque aquí hasta la acción tiene como misión aportar al humor.

Reed reproduce también los lugares comunes de la familia, y los temas abordados están entre la ligereza y la banalidad. Los comentarios se concentran en la paternidad y la filiación, y son grosso modo los mismos que se hicieron previamente, si bien aquí se multiplican por tres. Así, acá también la paternidad es del que la trabaja, y Scott es el padre modelo, del cine, de la publicidad: se ocupa de su hija, muestra interés por lo que piensa, juega con ella; son algo así como cómplices. El Dr. Pym, por su parte, no tiene nada que probar como padre, pero busca regresar la madre a su hija, que en una misión quedó extraviada en la “cuanticiad”. Completa el mapa de relaciones padre-hija, un científico que es un padre putativo de una joven mujer –que odia al Dr. Pym y tiene problemas de desfases cuánticos (de pronto es como un fantasma)–, que a la larga es la villana, una villana que se parece bastante a Ivan Vanko (Mickey Rourke), el malo de Iron Man 2 (2010), quien era hijo de un científico enemistado con los Stark. En la comedia la risa es un medio para la reflexión, aquí es un fin es sí misma. De esta forma, Ant-Man and the Wasp si bien no es insustancial, queda un tanto en déficit.

Con Ant-Man and the Wasp Marvel sigue engrosando su universo, rico en referencias a cintas previas del estudio. Aquí la escena extra, que sin falta aparece entre los créditos, remite a Avengers: Infinity War (2018) y aporta un cambio de tono, así como un poco de gravedad, al final de la entrega de Reed.

 

 

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