Todo en todas partes al mismo tiempo: frenética película para sentirse bien

Conforme avanzaba Todo en todas partes al mismo tiempo (Everything Everywhere All at Once, 2022) venía a mi mente, una vez más, la letra de Beautiful Boy de John Lennon, en particular aquello de “la vida es eso que pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes” (¿la vida es eso que pasa mientras estás ocupado viendo otra película?). Después del segundo acto, sin embargo, se fue imponiendo una paráfrasis: La vida es eso que pasa mientras estás ocupado autocompadeciéndote, lamentándote, pensando en cómo hubiera mejorado tu vida si hubieras tomado otras decisiones. Al final me resultó inevitable traer a cuento otra canción del buen Winston: All You Need is Love. Habrá que explicarse, por supuesto.

Todo, en todas partes al mismo tiempo es el más reciente largometraje de los norteamericanos Daniel Kwan y Daniel Scheinert, quienes también son autores del guión. El argumento acompaña a una mujer madura, Evelyn (Michelle Yeoh), quien es propietaria de una lavandería y vive bastante abrumada. Entre las responsabilidades laborales y las domésticas, debe encarar problemas fiscales y desencuentros familiares. Todo se complica cuando es empujada al multiverso y descubre las vidas que no vivió.

Daniel y Daniel proponen una película frenética desde el primer minuto. Con un arranque medianamente caótico y una puesta en escena abigarrada y un montaje acelerado pronto descubrimos las miserias de la vida de Evelyn. Apenas tiene un respiro cuando su mente busca bajarse de este mundo y se detona la fantasía. Ésta adquiere rasgos de más de un estilo cinematográfico, de más de un género ídem, y transita por varios títulos célebres; hay referencias más o menos evidentes a Deseando amar (In the Mood for Love, 2000), 2001: Odisea espacial (2001: A Space Odyssey, 1968), Ratatouille (2007), Kill Bill (2003-2004) y Matrix (1999), entre otras. Así, la cámara y la puesta en escena abren un amplio abanico, por lo que hay espacio para la celeridad de las artes marciales lo mismo que para el suspiro y el reposo amoroso al estilo de Woong Kar-Wai, para el corte furioso y para la coreografía vistosa. El conjunto, justo es precisarlo, tiene tintes de cine B, por lo que es lucidor en tanto farsa, en tanto caricatura.

Los Danieles entregan una cinta gozosa, una pachanga tan demandante como hilarante. El multiverso por fin sirve para algo… para algo más que los ociosos negocios marvelianos y funciona como proyección de lo que pudo ser y no fue, como escenario cinematográfico-mental en donde Evelyn ubica los pasados exitosos que pudo tener si no se hubiera casado con el amor de su juventud, que es su actual marido. Y mientras el guión toma distancia, humor mediante, con esas fantasías multivérsicas, el asunto de la cinta va cobrando densidad.

En el fondo vamos descubriendo atisbos en femenino de lo que nos presentaba Darren Aronofsky en La ballena (The Whale, 2022): una madre que se siente culpable por el trato que ha dado a su hija. Pero no hay culpa que sobreviva a la comedia, y con algunas dosis del manual de la superación personal, Evelyn va tomando conciencia y va poniendo cada cosa en su lugar. Comienza así a valorar a su esposo, encara al padre y se acerca a la hija, sin renunciar, eso sí, al rol de madre; o, más bien, asumiéndolo del todo (no se hace amiguis de su hija, pues). Y si aterrizamos en los terrenos predecibles (el final es un strike cantado) del feel-good movie, justo es reconocer que en la ruta se plantea de forma sensible el examen de conciencia y la invitación para ver al otro por medio de una paradoja provechosa: desapasionadamente con amor. Y así va uno de la carcajada al sollozo, del gozo al pozo reflexivo (como diría Murakami). Ya lo decía Lennon: todo lo que necesitas es amor; amor es todo lo que necesitas.

Calificación 75%
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