Tocando las puertas del paraíso

Tocando la luna (Flores raras, 2013) es el penúltimo largometraje del veterano realizador carioca Bruno Barreto, quien hace casi cuatro décadas llevó a la pantalla una de las novelas más celebres de Jorge Amado, la picante comedia Doña Flor y sus dos maridos (Dona Flor e seus dois maridos, 1976). Ahora se inspira en un asunto de la vida real que también tiene que ve ver con el amor y la geometría, si bien presenta cambios en lo relativo al género de los personajes y al género cinematográfico.

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Barreto se inspira en una novela de Carmen L. Oliveira y recoge la estancia de la poetisa norteamericana Elizabeth Bishop (Miranda Otto) en el Brasil de los años cincuenta del siglo anterior. Aquélla llega con la intención de visitar a su amiga Mary (Tracy Middendorf), quien es pareja de la arquitecta Lota de Macedo Soares (Glória Pires), con quien vive. Pronto Elizabeth y Lota inician un apasionado romance, por lo que Mary decide irse. Pero luego vuelve y adopta una niña con la arquitecta. El triángulo se mantiene –casi bajo el mismo techo– a lo largo de agitados meses.

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Barreto muestra las vicisitudes de una relación (o, más bien, de dos relaciones amorosas más una amistosa que, previsiblemente, deja de serlo) regida por la volubilidad de la pasión. La armonía y los desencuentros se alternan mientras los roces (física pero también metafóricamente) se prodigan. En el paraíso donde se ubica la casona de Lota, ésta establece un matriarcado marcado por su arrogante machismo y su autoritarismo, por los caprichos e inseguridades de Mary y por la sumisión y los miedos –pero también los desplantes– de la poetisa, quien se relaja un poco y explora su sexualidad. Barreto rompe de alguna manera con el prejuicio (¿o pretexto?) esgrimido en algunas películas por algunas mujeres –y por algunos hombres– que quiere hacernos creer que para ellas el sexo es producto del amor, el resultado de una relación romántica. El cineasta aprovecha, además, para hacer una crítica a sus compatriotas, que en la barbarie política (como es un golpe de estado) no pierden la alegría… ni dejan de jugar futbol.

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Tocando la luna exhibe el dolor que antecede a (¿o es responsalbe de?) la creación artística desde una perspectiva contrastante: con una delicadeza que suaviza incluso lo más sórdido y un preciosismo que cubre prácticamente todo y con una música que busca dar un toque de rancio romance a las relaciones sexuales. Al dar cuenta de la psicología atormentada del trío, de la dependencia constante pero también de la indiferencia, la estrategia hace tomar distancia con lo expuesto más que conseguir empatía. Acaso no deliberadamente. De cualquier forma, en la conclusión se imponen los encontronazos egoístas (con sus consecuentes rechazos) más que la comprensión o la complementariedad de las involucradas; y si el afiche y la historia sugieren el esplendor del amor, se impone la explosión de una pasión (si bien se busca explicar la segunda por el primero) que no es contagiosa.

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