Tenemos que hablar de Óscar

Antes de comentar las “cuotas de inclusión” que recientemente hizo públicas la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas –responsable de la repartición de Óscar–, valdría la pena revisar someramente el rol que dicha institución juega de cara a la industria del cine en Estados Unidos y en el mundo. Óscar ha validado la concepción del cine según Hollywood: es un reconocimiento para éste y para aquélla. En principio, se trata de una industria local y, por ende, de un reconocimiento local. Pero en Óscar se materializan los afanes megalómanos norteamericanos, y sucede lo mismo que con el béisbol: se llama “serie mundial” a una serie que juegan equipos norteamericanos. ¿Por qué, entonces, Óscar es considerado como parámetro del cine universal? Entre otras cosas porque “la forma americana” se ha impuesto en bastantes ámbitos de la vida, y se replican por todos lados sus usos y costumbres (la fuerza económica se ha convertido en una fuerza cultural). No es raro, así, que a Óscar se haya concedido por propios y extraños una autoridad global y que se crea que es el máximo galardón que se puede obtener en el mundillo del cine. (No es raro que los galardonados brinquen eufóricamente –cuando sus condiciones físicas lo permiten– más allá de su origen, pues son reconocidos por una institución a la que conceden autoridad planetaria; aunque la razón esté tal vez en la frivolidad o en la memoria, pues crecieron con las películas premiadas por la Academia.)

Dicho lo anterior, habría que subrayar que Hollywood y la Academia están en su derecho de imponer las reglas que les plazcan para manejar “su negocio”. Es lo que sucede en cualquier industria. Para el caso, vale la pena traer a cuento lo que recientemente ha sucedido con una agencia chilanga de VW. Ésta se quedó sin concesión después de que se hizo público que en uno de sus muros colgaba una fotografía en la que aparece el primer vocho en medio de la parafernalia nazi. Más allá de los reproches que se pueden hacer al uso deleznable de las redes sociales –ese gran lavadero de la modernidad–, es incuestionable lo que ha hecho la automotriz alemana (si bien la cancelación de la concesión la hizo la filial mexicana): aunque tenga un pasado nazi, puede dictar reglas en las que condena la puesta en escena nazi en instalaciones que utilicen su marca. Es cierto que hay un tufillo de hipocresía en todo esto, un rasgo presente, dicho sea de paso, en una compañía que engañó a sus clientes y a los gobiernos del mundo con softwares diseñados para alterar, en las pruebas, los datos sobre los contaminantes que generan sus autos.

La Academia puede establecer las reglas que crea convenientes. No habría que escandalizarse por el oportunismo y el afán de complacencia que pueden exhibir, pues son prácticas habituales: a Óscar le encanta quedar bien con todos, y en el pasado ha sabido sacar provecho de situaciones puntuales. A la luz de estos antecedentes, creo, valdría la pena comentar los parámetros que se tomarán en cuenta para que una cinta pueda ser nominada a la categoría de mejor película. Dichos parámetros se traducen en cuotas y se inspiran en normativas de la industria británica (BAFTA), se hicieron públicos a inicios de septiembre de 2020 y se utilizarán de forma efectiva a partir de 2025. En todas ellas se establecen mínimos de inclusión en el cast (actores) y en el crew (equipo) para grupos considerados como subrepresentados: mujer, LGBTQ+, personas con discapacidades y grupos raciales o étnicos (asiático, hispano/latino, negro/afroamericano, indígena/nativo americano/nativo de Alaska, mediooriental/norafricano, nativo de Hawai u otra isla del Pacífico, otra raza o etnia subrepresentada). En el ANEXO[1] aparecen a detalle los criterios adoptados.

Creo que hay poco que reprochar a las normativas que se han establecido. Busca generar mayores oportunidades a grupos que en el pasado no han tenido una participación constante. Ahora la tendrán garantizada por escrito, como sucede en otras industrias. Por otra parte, al menos algunos de los criterios establecidos ya han sido efectivos en el pasado. Para no ir muy lejos, mencionemos las ganadoras de los últimos cuatro años, en las que es posible verificar la aplicación de los criterios del estándar A: Parásitos (Gisaengchung, 2019), Green Book: una amistad sin fronteras (Green Book, 2018), La forma del agua (The Shape of Water, 2017) y Luz de luna (Moonlight, 2016). Óscar realiza así un gesto de congruencia, inusual pero oportuno (¿oportunista?), con lo que venía haciendo. Los cuestionamientos tendrían que ser con lo que pudiera suceder como parámetro de calidad cinematográfica, pero ahí tampoco hay mucho que señalar, pues la Academia no suele premiar la mejor película del año producida en Hollywood. Es más, ni siquiera a la mejor de las que nomina. Ahora, eso sí, queda claro que la categoría a mejor película será una subclase: será la mejor película que cumpla con las cuotas. Normalmente no se hacen públicos los criterios. Ahora sí, al menos algunos que son cuantificables. Y habrá que ponerse a hacer cuentas para que pase el filtro de las auditorías. (¿Habrá VAR?) Óscar quiere ser incluyente, quitarse cualquier sospecha de discriminación, pero lo que hace es, por definición, discriminar, cuya primera acepción, según la RAE es “seleccionar excluyendo”.

No estoy seguro de que la Academia actúe por convencimiento. Quedan justificadas sospechas para pensar que con el establecimiento de cuotas pretende evitarse reproches, críticas y cuestionamientos (la Academia nunca ha dado trazas de ser muy crítica y menos autocrítica) de “movimientos” que hoy tienen mucha presencia en la prensa y en las redes sociales, que han mostrado ser un medio invaluable para el linchamiento. Como ha sucedido con otras industrias, cualquier atisbo de falta a la corrección política es mejor desaparecerla. ¿A quién le importa si la familia de Lilian Richard quiere que ella sea la imagen de Aunt Jemima porque está orgullosa de ella, que es considerada una heroína en su lugar de origen? PepsiCo la retirará igual ante las críticas que señalan que está basada en “estereotipos raciales”. El equipo de futbol americano de Washington dejó de ser Pieles Rojas porque “ofende a los indígenas” en Estados Unidos. En terrenos cinematográficos: Amazon canceló un contrato a Woody Allen porque se reavivó el escándalo por “asalto sexual” del que ha sido objeto; YouTube retiró El triunfo de la voluntad (Triumph des Willens, 1935) de Leni Riefenstahl, que registra un evento nazi, por su política “contra los discursos de odio”; HBO retiró Lo que el viento se llevó (Gone with the Wind, 1939) de Victor Fleming porque hay quién dice que “glorifica la esclavitud”, si bien la reestableció semanas después con una introducción que habla sobre el contexto. En todos estos casos lo que está de fondo, me temo, no es el convencimiento de que se estaba haciendo algo indebido o censurable. La cuestión es económica, pues los financiadores y patrocinadores (el capital, pues) no quieren estar ligados a marcas, productos o personas sobre los que cae la sospecha de racismo, abuso, machismo u odio (más allá de si hay elementos constatables para la condena: con la mala fama basta); y la corrección política es hoy día, antes que nada, un terreno bastante rentable.

No sé si las cuotas habrán de generar una industria más justa o más sana. Tampoco sé si la inclusión de los mentados grupos subrepresentados detrás y frente a la cámara, como empleo o como tema, habrá de generar un cambio social. Sólo el tiempo lo dirá. Lo que sí sé es que Hollywood ha probado que es capaz de afianzar estereotipos y prejuicios, de provocar cambios más bien negativos en algunos terrenos de la vida, y no ha sido muy proclive a la crítica. En el sentido positivo, las pruebas son menos contundentes. Ha dado pruebas, por lo demás, de sumarse a las modas y premiar de acuerdo con ellas, de ahí que no haya reconocido en su momento a directores que escapaban a ellas, como Alfred Hitchcock, Stanley Kubrick y Orson Welles (¡al que no premió ni siquiera por esa obra maestra que se lleva por título Citizen Kane!). Lo que sí sé es que el arte en general y el cine en particular no es mejor por consignas, designios o manipulaciones ajenos a la creación; no crece por obedecer a agendas coyunturales y cuotas sociales. El arte no es asunto de voluntad. Incluso ha conseguido obras memorables a contracorriente. Así lo probó el cine socialista. Esto a menudo es irrelevante e insignificante para Hollywood. Parafraseando el cierre de “Esbozo de una psicología del cine”, el célebre ensayo de André Malraux (que rezaba: “por lo demás, el cine es una industria”): Hollywood es ante todo una industria. Y la industria, como Estados Unidos, no tiene amigos, tiene intereses.

[1] ANEXO:

Las cuotas están presentes en tres “estándares” y toman en consideración grupos “subrepresentados”, que para abreviar en lo que viene llamaremos GS: mujer, LGBTQ+, personas con discapacidades y grupos raciales o étnicos (asiático, hispano/latino, negro/afroamericano, indígena/nativo americano/nativo de Alaska, mediooriental/norafricano, nativo de Hawai u otra isla del Pacífico, otra raza o etnia subrepresentada), que citaremos por sus siglas: GRES. El A tiene que ver con “representación en pantalla, temas y narrativas”. Se debe cumplir con uno de los siguientes criterios: A1, el cual reza que “al menos uno de los actores principales o actores secundarios importantes pertenece a un GRES”; A2, que gira sobre el reparto “del conjunto general” y anota que “al menos 30% de todos los actores en papeles secundarios y menores pertenecen al menos a dos de los cuatro GS; el A3 toma en cuenta que las tramas o temas se centren en uno de los cuatro GS. El estándar B contempla “liderazgo creativo y jefes de departamento”: el B1anota que deben pertenecer a los GS al menos dos de los siguientes puestos de liderazgo creativo y jefes de departamento: director de casting, director de fotografía, compositor, diseñador de vestuario, director, editor, peluquero, maquillador, productor, diseñador de producción, decorador de escenarios, sonido, supervisor de efectos visuales, escritor; y al menos uno de esos puestos deber ser ocupado por alguien que pertenezca a los GRES; en el B2 se anota que “al menos otros seis puestos técnicos y del crew (excluidos los asistentes de producción) deben pertenecer a un GRES; estas posiciones incluyen pero no se limitan a Primer asistente de director, Gaffer, Continuista, etc.”; el B3 norma la composición del equipo detrás de cámaras (crew) y especifica que al menos 30% del equpo ha de pertenecer a los GS. El estándar C contempla el “acceso y oportunidades en la industria” y manda a las distribuidoras y compañías de financiamiento pagar prácticas o internados a personas pertenecientes a los GS en los siguientes departamentos: producción y desarrollo, posproducción, música, efectos especiales, adquisiciones, distribución, marketing y publicidad.

Con información de Tomatazos.com:

https://www.tomatazos.com/noticias/496005/Academia-solicitara-cuotas-de-inclusion-para-competir-por-el-Oscar-a-Mejor-Pelicula

y Oscars.org:

https://www.oscars.org/news/academy-establishes-representation-and-inclusion-standards-oscarsr-eligibility


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