Star Wars: el ascenso de Skywalker: el ascenso sólo está en el título

Con Star Wars: el ascenso de Skywalker (Star Wars: The Rise of Skywalker, 2019) llega a su fin la tercera trilogía de Star Wars. ¿La saga también? Lo dudo. Si bien la franquicia, que ya daba serias muestras de adocenamiento (¿alcanzará la docena?), llega a este episodio con inocultables síntomas de agotamiento. No obstante, y para ser honesto, me resultó entretenida y terminó por entregarme más de lo que esperaba. Pues no esperaba mucho, para seguir siendo honesto.

La historia me parece hasta cierto punto irrelevante, y la verdad es que tampoco me acuerdo de muchos detalles. Se trata de más de lo mismo. El héroe (ahora la heroína, como mandan los tiempos) debe ir del punto A al punto B para librar la batalla final de rigor. Siguiendo el librito de Joseph Campbell y su conocido planteamiento del camino del héroe, Rey (Daisy Ridley) rehúsa y luego acepta emprender la aventura; cruza el umbral de lo ordinario y en la ruta tiene aliados y enemigos, etcétera. Sobre todo tiene obstáculos, muchos obstáculos, los suficientes para llenar las más de dos horas de duración pero no los necesarios para tener un desarrollo temático atendible.

Detrás de la cámara estuvo el realizador J.J. Abrams, quien empujó con solvencia a Star Trek y ahora firma su segunda entrega de la fuerza (fue el responsable de El despertar de la fuerza). Si bien es cierto que su registro de la acción es rutinario, su labor es solvente; con una puesta en cámara productiva y provechosa para dar agilidad al relato. La puesta en escena no es particularmente notable, y las coreografías en las peleas no provocan mucha emoción que digamos. En la banda sonora John Williams sale al quite: sigue imprimiendo fuerza a la fuerza, con diferentes tonos y las melodías conocidas.

La ruta no sólo no elude el reciclamiento, sino que lo acoge con fruición: Abrams apela a cada rato a la nostalgia. Las hay de personajes –que pasaron a mejor vida y regresan a decir lo que aún tienen que decir–, de situaciones y de revelaciones al estilo de aquel “Yo soy tu padre” de Vader. El asunto pasa por la identidad (no recuerdo quién dijo que éste es el gran asunto de la literatura y el cine). Al final, de lo que se trata es de dar forma al “Yo”, trabajar por quién se quiere ser y no dejarse llevar por lo que podría definir la herencia o el ADN. Hay un llamado reiterado a la reflexión moral: el ser humano al final tiene la opción de hacer el bien (¿lo correcto?). Es cierto que cuesta más, pero ahí es donde ayuda la fuerza (de voluntad, para empezar). En algún momento se abre una ventana (¿ingenua?) a la esperanza y se trae a cuento aquello de “los buenos somos más”. Estos temas son oportunos y tienen relevancia, pertinencia (aunque tengo mis dudas sobre esto de “los buenos somos más”; cuando lo escucho invariablemente me pregunto: ¿más qué?, ¿más indiferentes?, ¿más abúlicos?). Pero, reitero, la historia no ayuda a generar mucha emoción como para hacer suficientemente significativo el mensaje.

Si Star Wars tiene en su horizonte otra trilogía (y, reitero, no lo dudo), sería sensato apuntar a otras galaxias. Porque el ascenso de esta entrega (¿emulando al tercer rollo del Batman de Nolan?) sólo está en el título.

Calificación 60%

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