Spider-Man: lejos de casa: crecimiento escaso y por obligación

Si actualmente los súper héroes caben mejor en la comedia que en la épica, a nadie ha de extrañar que Spider-Man: lejos de casa (Spider-Man: Far from Home, 2019), la “nueva” aventura del chico araña, sea una comedia juvenil. Así las cosas, habría que medir el funcionamiento de la cinta a partir de las risas y las reflexiones que provoca más que por las hazañas o el conflicto del héroe (y de la taquilla, por supuesto, si no para qué tanta vuelta a lo mismo). En este terreno, seguramente los fans del arácnido –clientes fieles– quedarán en paz. Por lo demás, hay poco que consignar: en lo relativo a los temas que aborda realmente hay pocas novedades. Muy pocas…

¿De qué va “el nuevo” Spider-Man? Como hay un terror en los estudios y distribuidores por las revelaciones de la historia que puedan arruinar la visión de la película (los mentados spoilers), me limito a reproducir la sinopsis que publica conocido complejo exhibidor: “Después de lo ocurrido en Avengers: Endgame, Spider-Man deberá estar a la altura para enfrentar nuevas amenazas en un mundo que ya no será el mismo.” Está además lo que presenta el tráiler: Peter Parker (Tom Holland) hace un viaje con sus compañeros a Venecia. Busca descansar y no lleva el traje de súper; para no variar, pretende conquistar a Mary Jane, hoy abreviada en MJ (Zendaya). Por allá se ve obligado por Nick Fury a ponerse el disfraz y combatir enemigos insospechados cuyos procedimientos se parecen sospechosamente a lo que vimos en Los increíbles de Pixar.

El responsable de la realización es Jon Watts, quien también se hizo cargo de la entrega anterior de este súper héroe: Spider-Man: de regreso a casa (Spider-Man: Homecoming, 2017). El director norteamericano presenta cuentas correctas, pero de su labor no hay nada extraordinario para escribir a casa. Filma la acción de forma rutinaria y un tanto confusa; más cómodo parece en la comedia juvenil, en la que tampoco tiene un desempeño memorable, pero da cierta fluidez a la sucesión de chistes y gags.

Para dar forma a esta reseña –y evaluar medianamente la entrega– es indispensable remitirse a algo concreto, por lo menos a constantes temáticas que son spoilers hasta cierto punto. Dicho esto, me ocupo de lo que me parece relevante de Spider-Man: lejos de casa. Hay una serie de cuestiones del arácnido de las que Watts hace eco. Peter Parker sigue siendo un Edipo de historieta que invariablemente termina por matar las figuras paternas que aparecen en su vida (sin importar de qué serie se trate o quién la protagonice: y abstengámonos por favor de la ociosidad de definir cuál histrión es el mejor Spider-Man). Sigue siendo el adolescente que se ve en el dilema de decidir hacer lo que debe o lo que quiere; asimismo, se ve en la necesidad de asumir la responsabilidad de sus actos. Encara, pues, las vicisitudes del crecimiento. En cada entrega, animada o de live action, se abordan, con particularidades diferentes, estas cuestiones. Hasta aquí, el manual básico que Stan Lee concibió para el arácnido. Pero también hay emulación en la proveduría de villanos para Tony Stark/Iron Man, mismos que para no variar surgen del ninguneo de los colaboradores y la rabia de estos. Para no variar, además, se vuelve a la práctica de ese “deporte” que tanto le gusta al cine norteamericano: destruir ciudades europeas. Acá lo mismo vemos caer torres en Venecia que en Praga y Londres. ¿París se salva porque ya la han “destruído” tantas veces que ha perdido su chiste?

Con todo esto en mente queda claro que en Spider-Man: lejos de casa Spider-Man crece porque está en su ADN, pero no mucho ni de formas particularmente dramáticas. Eso sí, se inaugura una nueva etapa del mentado Universo cinematográfico de Marvel. Por eso es imperioso esperar hasta el final-final –hasta después de la interminable cadena de créditos– para tener atisbos del futuro de la franquicia. Personalmente, este universo y este futuro me dan cada vez más pereza que curiosidad.

 

Calificación 65%

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