Para Roald Dahl, como para Tim Burton, la fantasía es una forma de lidiar con la hostilidad que el mundo presenta a los niños y a los jóvenes. Pero lejos de voltear para otra parte ante el peligro (como sucede actualmente, en que se retira y se oculta todo aquello que disgusta o perturba), sus obras acercan a los personajes y al público –de entrada, infantil, pero no solamente– a las amenazas, y los invitan a encararlas. Dahl hace uso de la imaginación para realizar una labor que tiene matices educativos, formativos. Lo valioso es cómo responden sus personajes ante los peligros que prodiga la vida (Matilda en la cinta homónima, Charlie en Charlie y la fábrica de chocolate, James en James y el melocotón gigante, por mencionar algunos). Ahí reside, también, parte del valor de Las brujas (The Witches, 2020).
Las brujas es la segunda visita a la novela homónima de Dahl: hace treinta años Nicolas Roeg se inspiró en ella; ahora lo hace Robert Zemeckis. El argumento, en cuya escritura participó Guillermo del Toro, acompaña a un afroamericano que cuenta cómo ha sido su experiencia con las brujas. Para ello se remonta a su infancia, cuando tuvo su primer contacto con ellas, en especial en una reunión que las brujas tienen en un hotel donde el chico también se hospeda.
Fiel a su estilo, Zemeckis (responsable, entre otras, de Forrest Gump y de la franquicia Volver al futuro) imprime calidez al relato. A ella hacen valiosos aportes dos colaboradores de cabecera: el cinefotógrafo Don Burgess y el músico Alan Silvestri. Músicas y luces matizan las situaciones que vive el protagonista y contribuyen bastante a la emoción. La puesta en escena en su conjunto es valiosa para recrear los años sesenta, la época en la que se ubica la historia, y para construir a las brujas, pero también para crear ambientes y atmósferas expresivos. Con la cámara Zemeckis muestra su conocida habilidad, y su propuesta es rica en emplazamientos singulares que contribuyen de buena forma a la narrativa y al drama, así como al ritmo.
Zemeckis entrega una cinta que avanza con fluidez y que garantiza el entretenimiento, que es pertinente para refrendar el paisaje expuesto en la novela: el mundo está lleno de amenazas y crueldades para los niños, que sufren las vejaciones de algunos adultos. Las brujas condensan la voluntad de hacer el mal a los más pequeños, y son una amenaza constante. El interés no está, sin embargo, en las abyectas brujas, sino en la respuesta que se ofrece ante ellas, ante el mal. Ante la adversidad, el héroe de Las brujas no “se tira al melodrama” ni se estanca en el llanto autocompasivo o exhibicionista, sino que se da a la tarea de responder de forma creativa. La fortaleza la encuentra, para empezar, en él mismo, pero no es despreciable la solidaridad que encuentra en la ruta.
Zemeckis realiza una puesta al día de la novela de Dahl que presenta matices atendibles, para bien y para mal. Ofrece una versión menos oscura que la propuesta de Roeg y, por otra parte, cumple con las cuotas de la diversidad. Ambos aspectos se explican por los tiempos que corren, por supuesto, pero también cabría ver ahí una invitación a la respuesta creativa por parte de los que son agredidos. Zemeckis ofrece una versión infantilizada de Las brujas a un mundo infantilizado. La exhortación que hace, sin embargo, hoy día es más que oportuna y válida: ser activo e imaginativo es una ruta al crecimiento.