Hace 40 años en México algunos periódicos y Televisa eran los medios de comunicación que divulgaban y validaban la información. Lo que circulaba por sus páginas y por sus pantallas era la verdad… oficial. Porque por lo general hacían eco del gobierno: los presidentes (y, a su nivel, gobernadores, presidentes municipales) tenían así numerosos voceros, y los medios eran una extensión de la oficina de prensa. (El nefando Carlos Denegri fue por décadas la expresión máxima del “periodista” oficioso y oficial: sus fuentes eran las mismas autoridades, y desde sus textos o desde la pantalla chica aplaudía o censuraba a conveniencia: y vaya que le convino “cuadrarse” con el PRI, pues gozó de impunidad y acaudaló una gran fortuna.) Hubo plausibles excepciones, justo es consignar. No faltaron las voces que buscaban exponer la verdad, que no sólo no recibían prebendas de la autoridad (el famoso chayote), sino que eran honestos, congruentes y tomaban los riesgos consecuentes; y cuando lo hacían, en automático se convertían opositores al régimen. Particular atención merecía desde los años sesenta Manuel Buendía, quien llegó a ser un auténtico líder de opinión. De estas y otras cosas da cuenta Red privada: ¿Quién mató a Manuel Buendía? (2021), una producción de Netflix que nos recuerda este pasado que parece tan lejano; y pone al día el emblemático caso del periodista de marras.
Escrito y dirigido por Manuel Alcalá (coguionista de Museo, realizada por Alonso Ruizpalacios), Red privada da cuenta de la vida profesional de Manuel Buendía, un exseminarista que se inició en la nota roja periodística e hizo época como columnista en diferentes periódicos de circulación nacional. Ganó prestigio porque investigaba y hostigaba a organizaciones y personas poderosas que por lo general operaban “en lo oscurito”. Así, desde sus textos exhibió lo mismo al entonces gobernador de Guerrero que a traficantes de armas o a los tecos (esa contribución “estudiantil”, tan tapatía, al crimen organizado). Antes de su asesinato –en mayo de 1984– hizo público el nexo entre la Dirección Federal de Seguridad y el narcotráfico. Ya se entenderá por qué Buendía asevera, en una grabación, que “si alguna vez fuera víctima de un atentado […] merecido me lo tenía”. La autoridad sentenció a los presuntos autores del asesinato: del intelectual se culpó a José Antonio Zorrilla, quien era “amigo” del occiso; del material, a Rafael Moro Ávila Camacho. Ambos se dicen inocentes.
Alcalá recurre a material de archivo y a los testimonios de algunos periodistas de diverso calibre que conocieron a Buendía y su trabajo. En pantalla se alternan los comentarios de Virgilio Caballero, José Reveles, Blanche Petrich y Sergio Aguayo, entre otros. Asimismo, hablan exfuncionarios de dudosa probidad, como Jorge Carrillo Olea, quien conocía personalmente a Buendía y era subsecretario de gobernación cuando el periodista fue asesinado. En la ruta se leen fragmentos de algunas columnas del periodista y se ven pasajes de sus apariciones televisivas, así como escenas de películas mexicanas (entre otras, Reportaje, dirigida por Emilio Fernández y protagonizada por Aturo de Córdova) que apoyan, sustentan o ilustran el relato.
Alcalá consigue hacer un atendible esbozo de Buendía, así como del contexto en el que vivió y murió. En Red privada es posible recordar –o enterarse de– la singularidad del personaje, los highlights de su labor profesional: resurge un periodista lúcido y osado, sólido, de prosa fluida y notable agudeza, que asumió grandes riesgos para iluminar las oscuridades de algunos de los grandes males del país. En tiempos como los actuales, en los que no se requiere ninguna virtud para ser “influenciador”, en los que se opina más de lo que se investiga, en los que abundan los “periodistas” criticones y escasean los periodistas críticos, Red privada nos recuerda que en México también hubo periodistas encomiables (como Miguel Ángel Granados Chapa, quien no aparece en esta producción a pesar de haber dedicado sus últimos esfuerzos a un libro sobre Buendía*), y que aún los hay (como Sergio Aguayo).
Red privada tiene el mérito de hacer una labor de divulgación y poner al día el caso (como hace dos años sucedió con Historia de un crimen: Colosio), lo cual tal vez será valioso para que las nuevas generaciones se enteren de una parte del ominoso pasado reciente de México. Para los que vivimos esos tiempos y estuvimos más o menos al tanto de lo acontecido (prácticamente todo lo que se comenta aquí ha circulado en periódicos y revistas) no hay grandes novedades que consignar: es un recordatorio. Al final Alcalá ofrece una crónica ágil y bien documentada, pero su acercamiento y su alcance resultan superficiales e insuficientes (en particular, para responder la morbosa pregunta que plantea el subtítulo: en México las investigaciones gubernamentales dejan más dudas y sospechas que certezas). Para decirlo con cierto apego a los géneros (periodísticos y cinematográficos), Red privada está más cerca del reportaje que del documental: no va a profundidad ni con el personaje ni con su asesinato (yo me quedé con la impresión de que apenas arrancaba cuando llegó a su fin); de lo expuesto, además, tampoco surge con nitidez y fuerza un tema atendible, un comentario memorable, ya no digamos universal.
* Granados Chapa murió antes de terminar la redacción de Buendía, el primer asesinato de la narcopolítica en México, tarea que concluyeron su hijo Tomás y el periodista Tomás Tenorio. El libro se publicó en 2012.