Punto de quiebre: extrema…damente vacua

Para muchos directores de cine el principal objetivo de su labor es “contar una historia”. Desde esta lógica lo menos que podemos solicitar, entonces, es que la sepan contar. Y que el cuento tenga algún atractivo, valor, sustancia, sentido, coherencia. Por supuesto que para que el relato funcione es deseable –incluso imperioso– que la emoción aparezca y “lo empuje”. Pero ¿cómo abordar una película que se inventa una historia como pretexto para ventilar un muestrario de deportes extremos por cielo, mar y tierra? ¿Cómo acercarse a una cinta como Punto de quiebre (Point Break, 2015), que busca transmitir emoción pura y apenas alcanza para la pura… indiferencia.

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Dirigida por Ericson Core (quien tiene una breve trayectoria como cinefotógrafo), Punto de quiebre es una puesta al día –un refrito corregido y aumentado– de la cinta homónima que Kathryn Bigelow realizó en 1991. El argumento recoge las contrariedades de Johnny Utah (Luke Bracey), quien luego de contribuir a la muerte de un amigo –al que considera “un hermano”– se enrola en el FBI (¿se necesitará mala conciencia para formar parte de esta institución?). Para ganar la confianza de su jefe, propone un plan para detener a una banda de sujetos que realizan robos espectaculares disfrazados de empresas filantrópicas… y que además son ases del extremo deporte. Utah consigue infiltrarse, y hasta ligarse a la chica.

POINT BREAK

Core entrega algunos momentos en los que abunda la adrenalina. Algunos de ellos provienen de un registro similar al que uno esperaría de una cobertura televisiva de una actividad extrema, de la provechosa multiplicación de puntos de vista, de emplazamientos de cámara a veces insólitos. Funcionan particularmente bien los que se asoman al vacío y hacen sensible el peligro. No obstante, como diría el Príncipe de la canción: hasta la belleza cansa (perdón por la reutilización de una referencia que ya cansa, pero que no deja de ser ilustrativa). Core no sólo no termina por proponer un acercamiento verdaderamente poderoso visualmente (lo que cabría esperar de alguien que, como él, se ha desempeñado regularmente en el rol de director de fotografía), por llevarnos al límite de la butaca (que en algunos casos puede resultar una experiencia extrema), sino que al final el vértigo se vuelve rutinario, predecible. A ello contribuye de buena manera el montaje, que parece gratuito y efectista, haciendo que por momentos se pierda hasta la claridad.

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¿Hacía falta reciclar una historia más bien floja que es un mero pretexto para el espectáculo extremo? Si la respuesta es afirmativa, entonces habría que censurar su laxitud, su superficialidad, su vacuidad, el recurso a personajes y situaciones gastados. Porque si bien se plantea la posibilidad de cuestionar un ideal de juventud, en el que la adrenalina es un requisito imprescindible para sentirse vivo –y que tiene sus bemoles en una “filosofía” poco plausible–, que se exhiben contradicciones flagrantes –la búsqueda de cierta espiritualidad patrocinada por el gran capital–, Core parece más entusiasmado con la idea de contraponer la búsqueda egoísta con el hacerse cargo de los otros (y le da más peso a la primera). En más de una ocasión escuchamos a Bodhi (Édgar Ramírez), compañero y enemigo de Utah, afirmar que la senda de cada uno es responsabilidad del que decide seguirla. Fórmula endeble cuyas nefastas consecuencias podemos ver hoy día en tanta barbaridad que llena la nota roja. Porque si un deportista extremo se juega la vida –cosa que a la larga podría no importar a nadie más que al sujeto que lo hace–, ¿no contribuyen a ello las expectativas de los demás? De no ser así, ¿cómo explicar la necesidad de grabarlo y exhibirlo, de ser reconocido por los otros? Y si a Utah le importan tanto los demás, ¿por qué termina por fastidiarlos a todos sin mayores remordimientos? Reflexiones como ésta (y como cualquiera otra que a uno pudiera pasarle por la mente, porque Core es soft y parece apresurado por ir de la montaña, el desierto o del mar a la fiesta y la pista) pasan de noche en la cinta. Al final sólo queda una pregunta: ¿Tan mal está la creatividad en Hollywood que se han dado a la perezosa tarea de reciclar la vacuidad?

Tráiler:

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