Pulp: el encanto de la gente común

Uno de los matrimonios más provechosos y más longevos que el cine ha sostenido con las seis artes que le precedieron es con la música. Cuando ambos se unen se hacen un favor recíproco y lucen requetebién. No soy un fan del musical –es más, me resulta indigesto, pues me parece que es un género más artificial que genial–, pero el documental que se ocupa de estos menesteres a menudo ofrece pretextos para la felicidad. Es el caso de Pulp: una película sobre la vida, la muerte y los supermercados (Pulp, 2014), que formó parte del programa de Ambulante y permanece en dos “salas de arte” de Guadalajara.

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Dirigido por Florian Habitch, la cinta inicia en diciembre de 2012 con el último concierto de la banda epónima en su natal Sheffield, una ciudad media del norte de Inglaterra. Abre con la canción “Common People”, que no sólo se ha convertido en un himno, sino que es una especie de declaración del interés temático de Pulp. A continuación registra testimonios de esa gente común, de algunos de sus fans, y da cuenta del uso que hace de sus canciones lo mismo una troupe adolescente de danza que un coro de mujeres maduras. El documental exhibe la expectación por la presentación de la banda así como la fascinación que despierta su front man, Jarvis Cocker. Eso, para empezar…

Entre lo visto y lo escuchado aparece la singularidad de Pulp: entre la fuerza de la agrupación en escena y los excesos del performance de Cocker –cuyas contorsiones están a medio camino entre lo genial y lo ridículo, la ilustración y la sátira–. Asimismo se alude al pasado de la banda, si bien es cierto que no se hace mucho hincapié en él. Pero lo mejor, lo más sustancioso, está en otra parte: en el efecto que han tenido las canciones.

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Habitch toma el pulso de Sheffield por medio de la relevancia que Pulp tiene en la ciudad. Es en verdad impresionante el amplio rango de personalidades que han llevado a cabo un proceso de interiorización de las letras y músicas del grupo. Éste inició a finales de los años setenta, y su punch ha entusiasmado a fans que van desde los adolescentes hasta los cincuentones. A este fenómeno contribuye en buena medida el sex-appeal de Cocker (la audiencia más apasionada y abundante es la femenina), pero también el hecho de que sus letras condensan los asuntos que ocupan o preocupan a un amplio rango de escuchas: entre otros, los que son o se sienten marginados, los que experimentan la picazón de la sexualidad, los pensionados. Su público ha crecido con ellos y ha incorporado la propuesta músico-poética a su definición como seres humanos: decir que han hecho de Pulp una parte de su vida no es una exageración. Y esta gente sufre pero también manifiesta una calidez contagiosa, es optimista sin caer en la exagerada falsedad de la euforia; en sus palabras (lo mismo de una chica que pide a los padres apoyar a sus hijos, que de una mujer madura que apunta que “no tiene sentido ser miserable”) aparecen atisbos valiosos de alegría y de sabiduría popular.

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Cocker comenta que al azar de la existencia es deseable imponer una narrativa. Sus canciones, ricas en relatos, son la mejor ilustración de dicho precepto. Por su parte, Habitch muestra el valor de la música cuando se convierte en algo más que entretenimiento o pretexto para la diversión. Recoge un fenómeno que en sus orígenes fue muy británico, el que tiene a las bandas musicales de rock como portavoces de las juventudes urbanas, como parte fundamental de su expresión. En los conciertos, al ritmo de los grupos de su preferencia ventilan sus entusiasmos y sus desencantos, sus ilusiones y sus decepciones. Pulp, de acuerdo a lo que puede apreciarse en el documental, ha recogido las inquietudes de Sheffield. Las canciones, pero también los testimonios de los músicos –en particular de Cocker (quien participó en la concepción del documental)– ayudan a explicar el fenómeno: hablan en primera persona; también ellos son “gente común”.

 

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