¿Por qué las películas futboleras son tan malas? ¿Por la materia prima? 1 de 2

Por disciplina, por oficio, terminé de ver Campeones (2018), el largometraje de ficción que recoge los antecedentes y las glorias del equipo mexicano de futbol que obtuvo el campeonato sub-17 en Perú en 2005. De otra forma difícilmente habría llegado hasta el final de una película tan mediocre. Después hice un repaso de las películas sobre (con, de, contra) futbol que he visto, y no pude encontrar una sola –¡una sola!– que fuera verdaderamente encomiable. ¿Por qué si el box ha inspirado películas monumentales y el béisbol ha empujado más de una cinta memorable, el futbol arroja tan pobres cuentas cinematográficas? ¿Por qué las películas futboleras son tan malas? La respuesta no está en el aire. ¿Está en la materia prima? Revisar algunos aspectos del futbol, sobre todo el que se practica profesionalmente, puede ser iluminador… y llevar a una respuesta afirmativa.

Me di a la tarea de revisar mi propia experiencia con el deporte de las patadas, que practiqué en la calle y en la escuela, y del que por años fui asiduo espectador y hasta fanático. Desde hace dos años, sin embargo, me he distanciado del futbol; no veo juegos en la televisión ni voy al estadio ni, mucho menos, lo practico. La gota que derramó el vaso del fastidio acumulado y del tiempo perdido fue la Eurocopa de 2016. Vi una buena cantidad de partidos de ese torneo, y tan sólo recuerdo un poco de emoción en la victoria de Francia sobre Alemania (porque tampoco es que haya sido un juegazo). Los partidos fueron para el olvido: no es raro que la copa la ganara Portugal, un verdadero campeón del tedio.

Pero no dejo de enterarme de lo que pasa por acá o por allá. Es inevitable. El futbol está tan presente en la cotidianidad, que se impone aun contra mi voluntad, como algunas músicas que detesto y que termino escuchando un poco por todos lados: la banda, el mariachi y el reguetón. No falta quién se acerque, sin que medie una pregunta o una invitación, y te platique las bondades o las miserias del último juego que vio. Para no ir muy lejos, hace dos semanas un vecino se desgañitaba de vez en vez. Parecía que lo estaban violando, pues luego de estruendosos gritos lanzaba insultos fervorosos. Pensé en llamar a la policía, hasta que caí en la cuenta de su grado de ebriedad… y de que estaba viendo un juego de futbol, pues escuché los gritos no menos escandalosos de un “narrador” televisivo (figura ésta que sobrevive desde los orígenes del cine, cuando un narrador en la sala relataba a los espectadores lo que estaban viendo, para que comprendieran, pues el cine se sustentaba en un lenguaje aún desconocido y era un medio novedoso; lo mismo sigue sucediendo hoy día con las transmisiones televisivas de futbol, en las que se escuchan furibundos merolicos –¿para que el espectador entienda lo que está viendo?– que, como los vendedores callejeros, insuflan los partidos de virtudes que rara vez tienen).

He leído libros plausibles sobre futbol de autores que respeto. Tampoco muchos, justo es reconocer. Recuerdo en particular El fútbol a sol y sombra del uruguayo Eduardo Galeano, Arqueros, ilusionistas y goleadores del argentino Osvaldo Soriano o Dios es redondo del mexicano Juan Villoro. En sus páginas avanzan crónicas inolvidables, crecen anécdotas inverosímiles. El futbol, en sus manos, alcanza una estatura épica nada despreciable. Eso no prueba, sin embargo, que el futbol sea una maravilla. Prueba que estos autores tienen una memoria apasionada y una imaginación extraordinaria; prueba que son buenos escritores, pues con poco ellos han construido maravillas. Al final las obras revelan más de los autores –y aportan más a sus autobiografías– que del futbol. Asimismo, prueba las bondades de la ficción literaria. Un buen uso de ella, con majestuosas palabras y frases hiperbólicas, alcanza para dar grandeza –a menudo grandilocuencia– a algo que rara vez lo tiene. Tal vez el cine pudiera lograrlo, pero no es sencillo hacerlo en un largometraje (los textos de los escritores mencionados son breves, a menudo viñetas); y, además, es difícil mentir en pantalla, porque todo se ve. Y lo que se ve no se pregunta –como diría el divo del abdomen grandilocuente–, si bien se puede magnificar con los estertores del odioso narrador, figura que sin falta aparece en las cintas deportivas.

Sin ánimo de hacer sociología barata (aunque creo que tratándose de futbol es casi inevitable), de esa que abunda en la prensa deportiva local, la pregunta sigue en el aire: ¿por qué no hay grandes películas sobre futbol? ¿Por qué al futbol no se han asomado grandes realizadores? (¿Te imaginas a Fellini o Bergman, a Buñuel o Antonioni en estas lides? Yo, no.) Al inicio cuestionaba: ¿será que la materia prima no da para mucho? Se dirá que el futbol, como el cine, es un fenómeno significativo porque genera harta emoción. Es cierto. Pero en este terreno el cine está en desventaja con el futbol. Explorando un poco qué contribuye a la emoción futbolera se puede observar que una parte nada despreciable de ella proviene de la acumulación a lo largo del tiempo, en particular de la afición previa. Ser partidario de un equipo (“irle” a un equipo) ya lleva una carga afectiva para el aficionado. Pero si uno no tiene mayor conocimiento o afecto por los involucrados en un partido, es poco probable que se llegue al apasionamiento. Tal vez se eluda un poco la indiferencia si juegan dos equipos dispares, pues por lo general existe simpatía por el débil cuando enfrenta al fuerte. Pero ¿a ver quién aguanta los bostezos en un encuentro Gibraltar vs. San Marino o un Xolos vs. Cruz Azul?

Además de la emoción, la evaluación que se hace de un juego a menudo está filtrada por la predilección que da la afición. Cada quién define lo que es un buen juego de acuerdo con lo que le parece o le apetece, lo que conoce o cree conocer, lo que sabe o cree saber (que si la posesión del balón, que si las ocasiones de gol, que si el volumen de juego, bla, bla, bla), pero lo cierto es que si hubo emociones y goles –así sean en su mayoría por errores o por estupideces– y ganó el equipo de nuestra predilección es muy probable que el veredicto sobre el partido sea positivo. Hay quienes juzgan si un juego fue bueno o no exclusivamente por el resultado. Si “su equipo” gana, así haya sido un partido infumable, dirán que fue un buen juego. En contraparte, si pierde, hablarán de un juego “malo” o “malito” (dicho sea de paso, nunca he escuchado que digan otra cosa los seguidores de conocido equipo tapatío cuando éste pierde un clásico nacional). Las emociones a menudo también explican los insultos que alegremente intercambian los fanáticos. Y hoy se intercambian improperios lo mismo a propósito del clásico turco que del español. ¿Es tan escasa la emoción que hoy día obtienen los seres humanos en el día a día que se procuran aficiones por todos lados? ¿El celular no alcanza para lidiar con el aburrimiento? ¿Nos hace mejores seguir a los mejores de no-importa-dónde? ¿Un mexicano mejora en algo –o es mejor persona– si el equipo de uniforme blanco de la capital de España gana lo que sea como sea?

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