Piratas del Caribe: la venganza de Salazar: la estridente búsqueda del tridente

A estas alturas de la franquicia sería ingenuo –aunque siempre es deseable– esperar de Piratas del Caribe más de lo que ha sido hasta ahora: un vehículo de mero entretenimiento. Y en este terreno sí hay expectativas cumplidas de superación: en la más reciente entrega, Piratas del Caribe: la venganza de Salazar (Pirates of the Caribbean: Dead Men Tell No Tales, 2017), Disney pone en marcha toda la maquinaria del parque de diversiones.

Codirigida por los noruegos Joachim Rønning (responsable de Kon Tiki) y Espen Sandberg (realizador de Bandidas), Piratas del Caribe: la venganza de Salazar arranca cuando el chamaco Henry (Lewis McGowan) busca salvar de la maldición a su padre, Will Turner (Orlando Bloom). Para ello debe encontrar el tridente de Neptuno, artefacto capaz de terminar con todos los piratescos embrujos. Años después el joven Henry (Brenton Thwaites) emprende la dichosa búsqueda, y para ello precisa de los servicios del traicionero y borrachín capitán Jack Sparrow (Johnny Depp). En la ruta se encuentran con un fantasmal y añejo enemigo del marino: el capitán Salazar (Javier Bardem).

Rønning y Sanberg proponen una puesta en cámara de un dinamismo incesante y registran con corrección los abundantes pasajes de acción que provee la cinta. Cuentan además con un desempeño afortunado del cinefotógrafo canadiense Paul Cameron (responsable de la luz de Hombre en llamas, entre otras), quien imprime con solvencia ese contraste entre la luminosidad encandiladora y la oscuridad sugerente que sin falta aparece en la franquicia. Y si en la puesta en escena ya hay bastante estridencia, con la banda sonora –con hartas explosiones y con sus músicas manipuladoras de emociones y habitadas por una épica trillada– y el frenesí rítmico se completa un paisaje agobiante, por momentos irritante. Ojos y oídos son asaltados por el estruendo de la acción y del ruido, dispositivo (de 230 millones de dólares) que ofrece sus dificultades para ser procesado en 3D.

La estrategia alcanza para algunos pasajes hilarantes (como el robo del banco, en el que los piratas roban el edificio) y algunos momentos de intensidad cinemática, pero nada más. La diversión decae en repetidas ocasiones, y al final hay cierto cansancio; se tiene la sensación de que la película es más larga de lo que en realidad es. Inútil demandarle alguna coherencia temática o alguna sustancia: por acá no las hay. Al final Piratas del Caribe: la venganza de Salazar es la típica película veraniega: estridente y vacía.

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