Mujercitas se pone al día

En Lady Bird (2017), la primera película que dirigió en solitario, Greta Gerwig acompañó a una chica rebelde que encaraba con imaginación las contrariedades del crecimiento y las adversidades “ambientales” para defender su identidad –aún en construcción–, como mujer, como ser humano. En Mujercitas (Little Women, 2019), su segunda entrega en largo, sigue a una joven que atraviesa coyunturas similares. Con una diferencia: mientras Lady Bird tenía una madre que se concentraba en ver lo peor de ella, la protagonista de Mujercitas vive en un ambiente familiar cálido que la apoya y la impulsa. De entrada, y al final, es una gran diferencia.

Mujercitas es la enésima producción audiovisual (la lista es larga: hay películas, series y animaciones) que se inspira en la novela homónima de Louisa May Alcott, publicada originalmente en 1868. La historia transcurre en los años de la guerra civil norteamericana y recoge las vicisitudes de las cuatro hermanas March. En particular de Jo (Saoirse Ronan), quien tiene gusto por la escritura. Aunque padecen dificultades económicas, su madre (Laura Dern) se encarga de inculcar a sus hijas alegría y valores positivos; contribuye así a establecer un ambiente gozoso en el hogar. Gracias a ello enfrentan juntas y sin mayores dramas (bueno, no siempre) las vicisitudes que la vida les prodiga.

Gerwig nos presenta de inicio un personaje apasionado y empoderado que ha probado –para ella y para nosotros– sus capacidades como escritora al vender un cuento. Nos comparte su gozo por medio de una citación que ya era una citación: Jo corre por las calles de Nueva York como Frances (Greta Gerwig) en Frances Ha (2012) de Noah Baumbach, como Alex (Denis Lavant) lo hizo en el París de Mala sangre (Mauvais sang, 1986). En adelante la cinta avanza a buen ritmo y las más de dos horas fluyen con agilidad. A ello contribuye una apreciable movilidad de cámara y constantes saltos en el tiempo, pertinentes para descubrir el desarrollo de la vida familiar ante más de una eventualidad. La puesta en escena aporta verosimilitud en la recreación de la época y en los diferentes ámbitos que por medio de ella se construyen. Asimismo, la luz –cortesía del francés Yorick Le Saux (colaborador frecuente de Olivier Assayas y François Ozon)– ayuda a imprimir calidez y matizar la adversidad (ésta realmente nunca resulta incómoda). Los vestuarios son parte fundamental de la caracterización, y no es raro que Óscar haya nominado la cinta en este departamento.

Gerwig consigue dar un toque de modernidad y romper con la rigidez que a menudo habita al cine de época, y al final entrega buenas cuentas en este renglón. Estos afanes van al discurso, y conforme avanza la cinta asistimos a más de una demostración sobre las inequidades de género y las virtudes que acaso no habrán de prosperar en un medio adverso a las mujeres: es elocuente en el diseño de la familia y cada hermana cultiva una arista artística que probablemente no termine por ejercer: la escritura, la actuación, la pintura, la música. Asimismo, es posible escuchar declaraciones de principios y protestas, ver en acción a una mujer –a menudo frenética– que se rehúsa a acomodarse al molde que la sociedad le ofrece. En particular se niega a casarse, porque una mujer puede hacer algo más que amar y –nos descubre el hilo negro– el matrimonio es una institución económica (sí pues, como acabamos de ver en Historia de un matrimonio, dirigida por la pareja de Gerwig, Noah Baumbach). Curiosamente el matrimonio puede tener lugar como una concesión al editor, y si ayuda a hacer una carrera literaria (pues claro, si ya nos había dicho que el casamiento es una institución económica). Se diría que la cinta cubre los requisitos de la agenda feminista de ayer y hoy. No obstante, el tono afable, anunciado en el epígrafe inaugural, aleja a la cinta de la agresión; cabe anticipar la conciliación… y el final feliz. Incluso parece aprobar el que una mujer tenga como propósito principal ocuparse de su esposo y sus hijos.

Gerwig construye algo así como una oda al egoísmo y acompaña un personaje de un egoísmo exacerbado: Jo se cree –y en el curso narrativo, lo es– el centro del universo, por lo que ve con disgusto que sus hermanas tengan planes que no encajan con los suyos. Además, declara con honestidad y sin ambages: no quiere amar, quiere ser amada. En la ruta, Gerwig imprime algunas dosis de sensiblería y nos receta músicas a montones. Es cierto que el score del infaltable Alexandre Desplat es conmovedor, pero se escucha a cada rato y con cualquier pretexto. Es inevitable, además, que el parloteo que habita la banda sonora resulte excesivo, como si hubiera que cubrir una cuota de los diálogos de la novela: Mujercitas es una película que se ve y se lee. Por otra parte, la ruptura con el relato lineal (cortesía de la guionista) ayuda a dar fluidez al ritmo y densidad a ciertos temas, pero ocasiona una ruptura constante del flujo del relato y de las emociones (en la función a la que asistí se escuchaban comentarios de espectadores extraviados que confundían el tiempo de algunas escenas). Con todo, cabría decir que Mujercitas es una buena puesta al día.

 

Calificación 70%

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