Money Monster: el maestro del dinero (Money Monster, 2016), presentada fuera de concurso este año en Cannes, se suma a La gran apuesta (The Big Short, 2015), que vimos el año pasado, para hacer una especie de denuncia ¿o un recordatorio?: el capitalismo es un animal que evoluciona para que algunos engrosen de forma espectacular sus cuentas bancarias, mientras que numerosos ciudadanos comunes ven cómo las suyas adelgazan (como ha sucedido en tiempos recientes con las cuentas de pensiones en México). La denuncia es pertinente y oportuna; la forma de hacerla tiene sus bemoles.
Money Monster: el maestro del dinero es el cuarto y más reciente largometraje realizado por Jodie Foster (su anterior largo fue Mi otro yo). Sigue las contrariedades que enfrenta Lee Gates (George Clooney), conductor del programa de televisión que da título a la cinta, un show sobre economía con toques de comedia musical. Un mal día ingresa hasta el set Kyle Budwell (Jack O’Connell), un joven iracundo y armado que acusa a Gates de su ruina y busca una explicación: por recomendación del conductor hizo una inversión “segura” –de todos sus ahorros– en una empresa cuyas acciones se desplomaron por un supuesto error informático. El programa sigue al aire mientras la directora del programa, Patty Fenn (Julia Roberts), busca sobrellevar la situación y la policía trata de solucionarla.
Foster apuesta por una estrategia de corte policial para generar tensión. Kyle toma como rehenes a los técnicos y conductor del programa de televisión, lo que por supuesto genera miedo pero no impide que el show continúe, con todo y sus manejos de cámara para obtener el mejor ángulo del agresor. El corte, a veces frenético, y la movilidad de cámara alcanzan para imprimir un ritmo ágil a lo largo de los casi 90 minutos que dura la cinta. La situación y los diferentes ambientes son matizados, a veces de forma evidente (hay un “halo” verde que hace pensar en el dinero y da a algunas escenas un toque enfermizo), por las luces del cinefotógrafo Matthew Libatique, colaborador de cabecera de Darren Aronofsky.
Este marco es pertinente para exhibir las consecuencias de la codicia, que son diferentes para los magnates que para las clases medias. Foster muestra cómo los que engrosan estas últimas, ahogados ante una perspectiva no muy buena de crecimiento (escenario que se presenta a la mayor parte de los asalariados), se dan a la tarea de buscar mecanismos que les permitan incrementar sus ahorros. De ahí que tomen decisiones que no son muy inteligentes y arriesguen su dinero en instrumentos dudosos (y si no lo hacen ellos, lo hace el gobierno, como sucedió con los ahorros para pensiones de los mexicanos hace algunos meses; ¿o sucedió otra cosa?). Para el magnate si algo sale mal es indicador tan sólo de que hay que iniciar un nuevo fraude. Foster nos recuerda que siempre que hay alguien pierde hay alguien que gana, y que en el capitalismo la inmoralidad no es ilegal. No descubre el hilo negro, pero nunca está de más refrescarle la memoria a una codiciosa humanidad sobre las prácticas habituales del capitalismo, un sistema que tiene tintes delincuenciales. Por otra parte denuncia la complicidad de la televisión, en cuya programación, sobre temas económicos y otros asuntos, se ventila cualquier cantidad de falsedades que se dan por verdades. A este medio no le vendría mal, por lo demás, un poco de humildad.
Los asuntos abordados se ven afectados por cierta dispersión. Al final el asunto policial “roba cámara” a las miserias que se exponen y se diluye un poco la fuerza de la película entre Kyle, Gates y Fenn, entre el show de televisión, la miseria de los ilusos clasemedieros y la abyección económica. Y si muy en el fondo se revela un tema mayor –la indiferencia por el otro– como sucede cuando Gates pide ayuda y sugiere una de las escenas finales, los matices son apenas esbozados. Pareciera que el mal sólo cobra gravedad cuando le pasa a uno. Y, para los demás, como acaso puede suceder con la película, es sólo entretenimiento.
https://www.youtube.com/watch?v=vem66U7aZSg
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