Me estás matando Susana, pero no de risa

La filmografía del mexicano Roberto Sneider es breve –tres largometrajes en más de 20 años– y ha tenido sustento en la literatura: Dos crímenes (1995) se inspira en la célebre novela homónima del gran Jorge Ibargüengoitia; Arráncame la vida (2008) en la novela del mismo título de Ángeles Mastreta; y Me estás matando Susana (2016) en Ciudades desiertas de José Agustín. La procedencia es disímbola, pero queda claro el interés del cineasta por las relaciones de pareja inestables y el ruido que en ellas genera un tercero; el comportamiento del amante a la mexicana, con su autoritarismo y sus bemoles.

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Me estás matando Susana sigue las contrariedades que experimenta Eligio (Gael García Bernal) después de descubrir que Susana (Verónica Echegui), su esposa, lo ha abandonado sin dejar rastro alguno. Se da entonces a la tarea de ubicarla (¡bendito internet!) y descubre que está inscrita en un programa para escritores en Estados Unidos. Por allá va a dar para pedir cuentas. Al llegar da a su mujer una desagradable sorpresa, pero las novedades son más desagradables para él.

Sneider no hace eco de la crítica que Agustín hacía al mundillo literario (¿pero sí hay un guiño a “La ley de Herodes”, el cuento de Ibargüengoitia?) y a Estados Unidos (pero sí hace un elogio de la simpatía del mexicano, capaz de superar la adversidad con su ingenio) y se concentra en las vicisitudes de la vida en pareja. Entrega una cinta convencional que oscila entre la comedia y el drama. El híbrido avanza a buen ritmo con una puesta en cámara ágil y una puesta en escena verosímil. El cambio de tono es afortunado, y hacia el final resulta natural reírse de las miserias de Eligio y no dar excesiva seriedad a lo que bien pudiera leerse como un abuso machista. La cinta provoca así más de una carcajada; es ligera y entretenida.

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La estrategia es pertinente para asomarse a los choques conyugales entre un hombre que se dice liberal y es libertino y una mujer que reclama una posición igualitaria… y no es menos libertina. Particularmente reveladores son los atisbos a la incapacidad de él para encarar el fracaso, la ridiculez que cabe en sus reclamos posesivos, en los que se filtra un añejo machismo. Si bien al final se da un giro que parece una concesión al romanticismo más simplón y los personajes terminan por ser dos desconocidos –entre ellos y para el espectador–, en la ruta se exhibe la interdependencia de los que dicen amarse y que en la primera oportunidad se emparejan con alguien más.

Me estás matando Susana no alberga un romance memorable ni observaciones singulares, pero va más allá de lo que normalmente entrega la comedia nacional.

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