La libertad del diablo: Terror muy mexicano

A lo largo de su filmografía, el cineasta mexicano Everardo González ha dado voz e imagen al México que no aparece en los noticiarios ni en las redes sociales. Se ha acercado con humildad y honestidad a personajes singulares que habitan en el margen. Por medio de sus películas uno puede ir trazando un mapa de los otros, que son cercanos pero nos esmeramos en mantener lejos, fuera de nuestra cotidianidad, de nuestra realidad. Desde La canción del pulque (2003), en la que es posible seguir las raíces del México profundo por medio de la bebida emblemática del título, Everardo ha practicado el documental con un rigor notable. Ha reflexionado estrategias y estilos pertinentes para llevar a la pantalla su discurso, que es profundo y es crítico. En sus cintas, la persuasión –ingrediente que habitualmente se demanda a la no ficción– se trabaja con pasión, apoyada en herramientas narrativas, en historias que surgen de lo cotidiano y se nutren de los grandes géneros dramáticos. De ahí que la emoción aparezca más temprano que tarde, y que ésta sea un factor fundamental para empujar la reflexión: las películas de Everardo dan mucho que pensar.

La libertad del diablo (2017) es su sexto y más reciente largometraje documental. Éste se sustenta en uno de los grandes abrevaderos del género: el testimonio. Everardo convoca aquí las voces de hombres y mujeres, que en su mayoría son jóvenes y que se han involucrado voluntaria o involuntariamente en la espiral de violencia que desde hace algunos años sufre México. Así van creciendo personajes singulares que nos revelan un mosaico social y que nos descubren de qué está hecho el tejido social, las circunstancias que provocan la hostilidad nacional. Se esboza así el rostro de un México que está muy lejos de la ficción solidaria y muy cerca del diablo: aquí se aborda un terror que desafortunadamente es muy mexicano.

Everardo asume riesgos extraordinarios para dar forma a su entrega. Uno de los más comentados es el enmascarar a los entrevistados. El ocultamiento de los rostros, que podría ser un salvoconducto para la mentira, resulta ser una ruta para la revelación: en los ojos –que aquí son ventanas de almas adoloridas– es posible descubrir la verdad de cada personaje. Los entrevistados –jóvenes que se han convertido en sicarios; jóvenes que han sufrido el asesinato de familiares cercanos; una madre, un hermano, un militar que tiene consciencia– se liberan de la posibilidad de ser identificados y del miedo por las posibles consecuencias. El proceso, que podía convertirse en una tortura al revivir pasajes aciagos, se convierte en una catarsis.

Everardo tiene la virtud de ir más allá de las cifras. Esboza las consecuencias de la guerra que se inició en la irresponsable presidencia de Felipe Calderón y sigue las consecuencias de la cotidianidad de la impunidad, que hoy vemos con naturalidad. Nos plantea un espejo incómodo (es difícil salir indemne de la proyección) y nos invita (¿o más bien nos empuja?) a enfrentar con sinceridad y valor el México que en mayor o menor medida hemos construido o dejado construir. Nos invita a quitarnos la máscara, el miedo que es hoy un rasgo que nos define.

La libertad del diablo fue presentada hace más de un año en el festival de Berlín; de ahí salió con el premio de Amnistía Internacional.

 

Una entrevista con Everardo González que no tiene desperdicio

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