Si bien Liam Neeson ha dado vida a una amplia diversidad de personajes, es recurrente su participación en thrillers que al final del día tienen un corte similar y han dado lugar a un subgénero. Ha convertido su carrera en el personaje que encabeza el reparto de esas películas: el hombre maduro que se caracteriza por su rudeza, que se ha ganado la vida con cierto honor –dentro de los códigos criminales–, que manifiesta tanta lealtad a su jefe (quien no corresponde a esa lealtad, y al final es “despachado” por su exempleado) como eficiencia en sus labores. El precio que ha pagado por esta vida es el abandono a su familia. Lo atormenta la lejanía que tuvo particularmente con sus hijos, pero sabe que les hace menos daño en la ausencia que estando presente. La lista de películas en las que aparece este personaje (con diferentes nombres) es larga; traería a cuento un ejemplo: Una noche para sobrevivir (Run All Night, 2015) de Jaume Collet-Serra.

Implacable (2024), dirigida por el noruego Hans Peter Moland, pone al día al personaje, que ahora se llama Thug. Éste ha incursionado en la vejez y presenta un deterioro neuronal que es irreversible. Ante la inminencia del fin de su “vida útil” –y de su vida– busca enmendar en medida de lo posible la lejanía con sus hijos. Con uno de ellos ya no es posible; con su hija hace intentos, en particular acercándose al hijo mayor de ella.
Moland apuesta por un estilo contemplativo, que oscila entre los planos estáticos y una movilidad de cámara sutil. La alternancia de ambos da forma a un ritmo apacible que sólo se rompe en las escenas de violencia, que son pocas y son breves. La paleta de colores instala una frialdad digna de ambientes nórdicos.

El estilo es pertinente para reflexionar sobre la imposibilidad para romper con la herencia paterna, tema también presente en Hombre lobo (Wolf Man, 2025) de Leigh Whannell, estrenada recientemente. Como en algún momento dice la hija de Thug: él reproduce lo que su padre hizo con él, y su padre reprodujo lo que el abuelo hizo con él, y así hasta el origen de los tiempos. De nueva cuenta viene a cuento la frase que anota Thibault de Montaigu en su novela Cœur: “los hijos están ahí para continuar a los padres”. Thug busca romper con la inercia y enmendar algunos de los males a los que ha contribuido, en su casa y en su trabajo.

Pero modificar la inercia es aún más complicado cuando se encaran las contrariedades del envejecimiento. Aquí es donde, me parece, Implacable cobra valor. La pérdida de capacidades físicas y mentales que experimenta Thug –que es algo inevitable para todos los mortales que envejecen– obliga a revisar lo hecho y no hecho. Para él es inevitable llegar en la conclusión de su vida a una conclusión demoledora: la vida es miserable, y él ha contribuido a que la suya y la de su parentela lo sean. El sentido es el sinsentido. Y al final se ilumina una lucecita de esperanza para romper con la maldita herencia de violencia.

Esperemos que Neeson aproveche la ocasión que le ofrece esta película para enterrar de una vez por todas a su rudo personaje. Es probable que ya no pase un tren mejor que éste.