Huérfanos de Brooklyn: entre el noir y buenas noches

Huérfanos de Brooklyn (Motherless Brooklyn, 2019) es el segundo largometraje como director y el primero como guionista del actor Edward Norton, quien también da vida al protagonista. La cinta se inspira en una novela de Jonathan Lethem y se inscribe hasta cierto punto en los terrenos del cine negro (en el Internet Movie Database aparece como neo noir). La entrega deja ver que Norton es un realizador capaz, reflexivo y atento al detalle (hasta pareciera que por él hablara el personaje que interpretó en Birdman, un petulante actor capaz de dar al clavo en lo relativo al arte y sus ambiciones). Así pues, aun con ciertas dosis de manierismo y digresión, entrega aceptables cuentas.

La acción de Huérfanos de Brooklyn transcurre en el Nueva York de los años cincuenta del siglo anterior. Da cuenta de las vicisitudes de Lionel Essrog (Norton), quien trabaja como investigador privado en la agencia que comanda Frank Minna (Bruce Willis). Lionel padece el síndrome de Tourettte, por lo cual es un costal de tics y todo el tiempo está moviéndose y hablando involuntariamente. Asimismo, posee una memoria prodigiosa, virtud que resulta útil para investigar el misterio detrás de la muerte de su jefe.

Norton entrega una puesta en cámara funcional, discreta. No hay grandes movimientos ni emplazamientos extravagantes. La apuesta estilística principal está en la puesta en escena, por lo que escenografías, vestuarios y maquillajes cobran protagonismo más allá de la recreación de la época. Pero en esta película el actor (los actores) y la luz son las estrellas. Norton se reserva un personaje digno de su filmografía: trabajado, poco espontáneo, singular, exacerbado (Tourette permite que la carta efectista sea amplia). Detrás de la cámara estuvo el cinefotógrafo británico Dick Pope, colaborador de cabecera de Mike Leigh, quien emula la luz del cine negro y entrega un trabajo rico en expresivos y contrastantes claroscuros. Mención aparte merecen las músicas de Daniel Pemberton –quien posee una larga filmografía como compositor– y no es porque sean particularmente notables, sino por su constante irrupción. Entre el parloteo constante y las músicas frecuentes el soundtrack da poco espacio al silencio y el reposo.

El dispositivo es pertinente para poner el piso mínimo de negrura que demanda el género. Algunos elementos de la cinta, narrativos y formales, alcanzan para tender puentes con un hito del noir, Barrio chino (Chinatown, 1974), que aparece en más de un aspecto como referencia: en ambas la corrupción y los secretos familiares ofrecen pretextos, ejes temáticos y giros de tuerca, y resultan fundamentales para exhibir el oscuro pasado de las grandes ciudades norteamericanas (acá, Los Ángeles). Norton entrega valiosos momentos a ritmo de jazz (y hace un guiño a Miles Davis por medio de un personaje, el Trumpet Man) mientras se asoma a las triquiñuelas inmobiliarias que dieron forma a Nueva York. Ya habíamos visto algunos aspectos históricos en Brooklyn (2015), que se ubica en la misma época que la cinta de Norton; hace no mucho vimos en Memorias de Manhattan (5 Flights Up, 2014) cómo se ha valorizado Brooklyn en fechas recientes. Como éstas Huérfanos de Brooklyn lanza también un comentario a la modernidad y una crítica al discurso presidencial, que privilegia las utilidades económicas y el progreso antes que la gente (y Brooklyn ha sido tradicionalmente habitado por las minorías). La entrega se siente pesada –dura casi dos horas y media– porque abunda en aspectos que dan más para la anécdota que para la sustancia, y realmente no profundiza mucho que digamos. Asimismo, el marco ofrece una negrura que no se concreta ni en la historia ni en el abordaje de los temas. El noir nació para exhibir la debacle moral del humano demasiado humano y exploró las negruras que ahí caben: el horror, como anotaría Conrad en su prodigiosa nouvelle El corazón de las tinieblas. Norton se contenta con denunciar la ambición y sacar a la luz secretos familiares (por momentos es, hasta cierto punto, demostrativo), pero apenas se asoma a la oscuridad. El marco, así, queda muy grande para lo que Norton termina por desarrollar y mostrar.

Calificación 65%

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