Gloria Bell: la madurez tampoco es fácil en L. A.

Verdad de Perogrullo: los refritos o remakes surgen de ambiciones comerciales más que artísticas. Algunos productores que trabajan en cinematografías poderosas están a la caza de películas que probaron sus virtudes en otras latitudes y perciben el potencial de rentabilidad en el mercado local. Se dan entonces a la tarea de adaptarlas: eliminan los rasgos exóticos, como una lengua que suponga leer subtítulos –el espectador es perezoso, qué le vamos a hacer– y se contratan actores conocidos por su público. Ésta es una práctica habitual en Estados Unidos, pero hay casos de cinematografías tercermundistas que la emulan, como sucedió en México con No manches Frida (2016), que se inspira en una exitosa producción alemana; los franceses tuvieron menos prejuicios con Eugenio Derbez, retomaron No se aceptan devoluciones (2013) y la llevaron su historia a Londres.

Otras razones están detrás de la existencia de Gloria Bell (2018), que ubica en Los Ángeles a Gloria (2013), que transcurría en Santiago de Chile. Surge de una coincidencia: Julianne Moore es seducida por el personaje epónimo (a sus casi 60 años no abundan los personajes inteligentes y provocadores) y Sebastián Lelio (Desobediencia, Una mujer fantástica), guionista y realizador de Gloria Bell así como de la propuesta original, asumía el reto de hacerla funcionar como una propuesta con sus particularidades (comenta que es el símil del cover –un autocover, en este caso– de una canción). En todo caso, las diferencias no hacen gran diferencia –las diferencias subrayan las similitudes–, y con la réplica el mensaje gana en universalidad: no es fácil transitar rumbo a la vejez en ningún lugar del mundo.

Gloria Bell (Moore) es una mujer madura, es madre de dos hijos jóvenes y abuela de un neonato, trabaja en una empresa de seguros, frecuenta salones de baile y no está cerrada a nuevas experiencias sentimentales, pero su vida no gira alrededor de la maternidad, del trabajo o del amor: busca vivir con plenitud e independencia cada faceta de su vida, día a día. Pero no es fácil: su hijo sufre la paternidad y no se deja ayudar, su hija tiene proyectos propios, las parejas, aun maduras, son inmaduras. No queda, pues, sino hacerse cargo de sí misma.

Lelio utiliza planos cerrados y echa mano con sutileza y frecuencia de la cámara en mano; concibe una propuesta luminosa, con una cálida y amplia paleta de color; establece un ritmo calmo y llena la banda sonora con conocidas canciones setenteras y ochenteras. La apuesta formal, el estilo, construye la perspectiva, permite hacer visible y audible la subjetividad del personaje. Se consigue así un acercamiento atento y exento de morbo: ingresa a la intimidad de Gloria con respeto y curiosidad, con simpatía.

Lelio tiende puentes con el espectador sin grandilocuencia y con elegancia. Explora las vicisitudes, los obstáculos que presenta la cotidianidad a partir de cierta edad: para una persona que ha rebasado los 50 años se empequeñecen las posibilidades laborales, sentimentales, y para el que busca vivir a plenitud y no tiene la seguridad económica garantizada, las dificultades se multiplican. Aún más si se trata de una mujer (aún más, para la Gloria chilena, en un país latinoamericano y machista).

Para mí, la experiencia de ver Gloria Bell fue similar a la de un recordatorio; al final fue inevitable tener la sensación de déjà vu. Percibo las sutilezas y algunas diferencias, pero tengo la impresión de haber asistido a una repetición. Lelio subraya que “el misterio de Paulina García es muy distinto al misterio de Julianne Moore […] y que la película se trata en buena parte de ese misterio”. Será que se me escapan los misterios y que las actuaciones nunca me han parecido lo fundamental en una película. En lo que a mí respecta, siento que asistí a la misma película.

Calificación 75 %

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