Enemigo de todos : sin lugar para los decentes

Enemigo de todos (Hell or High Water, 2016) avanza menos por sus personajes que por la meta que ellos persiguen. Sin embargo, en la ruta aparecen algunos atisbos sobre la cotidianidad en Texas que hacen crecer a los personajes y alcanzan incluso para conformar una crítica. Más que atendible, dados los tiempos violentos que corren.

Enemigo de todos es el largometraje más reciente del escocés David Mackenzie y compitió en la sección Una cierta mirada en la edición del año anterior del festival de Cannes. Recoge los asaltos a bancos que llevan a cabo Toby (Chris Pine) y Tanner Howard (Ben Foster). Luego de la muerte de la madre de ambos, el rancho de sus ancestros está a punto de ser propiedad del banco. Para cubrir la hipoteca llevan a cabo robos de pequeñas cantidades en sucursales bancarias pueblerinas. Los atracos no encuentran mayores dificultades, hasta que Marcus Hamilton (Jeff Bridges), un policía racista que para no variar está cerca del retiro (¿cuántas veces hemos visto algo similar?), sigue sus pasos.

Mackenizie propone una puesta en cámara limpia y una puesta en escena reveladora para acompañar a dos hermanos que en cierta medida son víctimas de la voracidad capitalista. Uno de ellos es acelerado y audaz; el otro es astuto. Ambos son producto de la violencia paterna, de la miseria económica en la que crecieron. Tanner vive como si no hubiera mañana; Toby piensa y actúa de forma diferente (porque él tiene dos hijos, y le importan).

Mackenzie lleva a la pantalla un guión de Taylor Sheridan, quien tiene una trayectoria discreta como actor y es el autor del texto de Tierra de nadie: sicario (Sicario, 2015). A lo largo de la cinta exhibe el deterioro de Texas, que luce hundido en la miseria, abandonado por los jóvenes (que ya no quieren ser vaqueros) y habitado por viejos groseros (como el mentado policía, si bien, en su caso, existe la pretensión de darle rasgos positivos). El capital, ávido de crecer robando el petróleo que aún queda en la región y que cuenta con los bancos para hacer el trabajo sucio, ha despojado del futuro a los habitantes. Toby lleva a cabo un acto desesperado pero lúcido y deja ver que ahí no hay lugar para los decentes. Este paisaje sustenta una crítica que si bien no avanza con mucha vehemencia –pues el asunto policial va ganando terreno a la situación moral– sí alcanza para hacer ver un estado de cosas miserable.

Mackenzie entrega una cinta correcta, con algunos pasajes con grandes emociones y otros que parecen más bien demostraciones; deja espacio para la interpretación (particularmente con el policía regañón, que despega poco) y explora con calidez la fraternidad (en la que también caben buenas dosis de mezquindad). Ahí, y en la denuncia de una Texas que no es lo que parece, están sus mayores valores.

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