Desafiantes: el tenis como alegoría o Freud en la red

Desafiantes (Challengers, 2024) es la más reciente entrega del italiano Luca Guadagnino, cuyo protagonismo ha ido en ascenso en años recientes, en particular después del éxito de Llámame por tu nombre (Call Me by Your Name, 2017). Entre ambas cintas figuran dos incursiones más bien fallidas en los terrenos del terror: Suspiria. El maligno (Suspiria, 2018) y Hasta los huesos (Bones And All, 2022).

El tenis provee el pretexto en Desafiantes, que sigue los encuentros y desencuentros de Art Donaldson (Mike Faist) y Patrick Zweig (Josh O’Connor), dos jóvenes jugadores cuyo destino cambia el día que conocen a una atractiva jugadora, Tashi (Zendaya). La historia los acompaña a lo largo de los años, en los que Art tiene éxito bajo la conducción de Tashi, quien se convierte en su entrenadora y esposa. Por su parte, Patrick no tiene mucha fortuna en el juego, pero sigue presente, generando ruido, en la vida de ambos. Sus asuntos se resuelven en un encuentro final entre ambos.

Decía que el pretexto lo aporta el tenis porque de principio a fin éste es eso, un pretexto. La cancha provee el escenario pertinente para que se ventilen las fricciones, deportivas y sexuales, que surgen entre los tres. Al principio sorprende el uso de la música, cortesía de Trent Reznor y Atticus Ross, porque instala un tono que parece desproporcionado para lo que vemos: planos lejanos y cercanos en pasmosa cámara lenta que dan cuenta de un juego que no presenta mayor emoción. Más adelante descubriremos que ese tono obedece a una especie de paradoja narrativa: más que dar emoción al encuentro, la música es una especie de flashforward que subraya un dramatismo que se desarrolla en eventos posteriores. Estos eventos –que se descubren conforme la cinta avanza– constituyen un flashback, pues las acciones corresponden a lo que los personajes vivieron en el pasado. Al final los tiempos musicales y narrativos se unen y cobran sentido.

El deporte blanco es conveniente para dar cuenta del cochambre que alimenta el trío amoroso que se perfila entre los personajes principales. Un triángulo completo, justa es la precisión geométrica, pues hay intercambio de fluidos en todos los sentidos. Tashi cambia la buena relación que había entre Art y Patrick, quienes jugaban como pareja en la modalidad de dobles. Y como describe el cuento La intrusa de Jorge Luis Borges, y como vimos en El tres de copas (1986) de Felipe Cazals, la aparición de ella genera conflictos entre los que eran amigos. Asimismo, y como los tiempos actuales mandan y vimos en Crepúsculo (Twilight, 2008) de Catherine Hardwicke, ella se ubica en una posición privilegiada para manipular y escoger: si en la saga de los vampiros bronceados Bella (Kristen Stewart) tenía siempre a mano su lobito para cuando le diera frío, acá Tashi echa mano de su esposo por motivos profesionales y del otro por motivos pasionales. (De hecho, el título original lo anticipa: ambos son “retadores”.) Porque el marido es el proyecto profesional que ella no pudo llevar a cabo por motivos de salud; y como vimos en Perdida (Gone Girl, 2014) de David Fincher, él se convierte en un proyecto de ella.

El tenis, al final, es terreno de tensiones y aclaraciones. Como juego resulta insulso (es, más bien, farragoso); su atractivo radica en su capacidad alegórica. En medio de los raquetazos se iluminan aspectos oscuros de las relaciones humanas, las prioridades y las jerarquías que las mueven. Y, por supuesto, el buen Segismundo tendría algo que decir al respecto, tendría la autoridad de un juez de silla. Pero tampoco me parece que ahí exista mucha profundidad ni mucho pretexto para la emoción: el deporte blanco es, así, más demostrativo que emotivo. En todo caso, Guadagnino entrega buenas cuentas; mejores que en Hasta los huesos, justo es concluir.

Calificación 70%
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