¿Elogio de la maternidad?

La habitación (Room, 2015), nominada al Óscar a mejor director, guión, actriz y película hace un uso provechoso del espacio como un condicionante primordial para el desarrollo de la historia. Al inicio, sin saber por qué están ahí, descubrimos que Jack (Jacob Tremblay), un niño de larga cabellera, y su madre (Brie Larson) construyen una cotidianidad sin mayores conflictos en la habitación del título, que es de pequeñas dimensiones y tiene una ventana en la parte alta, por donde se filtra la luz del exterior. Nick cree, pues es lo que le han hecho creer, que lo que ve por televisión no es real, y tiene una relación con cada cosa presente en su entorno: todo el universo es, para él, esa habitación. En el primer tercio de la cinta vemos que para él las cosas no son terribles; no puede decirse lo mismo de ella, quien padece el encierro y se empeña en defender a su crío cuando ingresa Old Nick (Sean Bridges), su carcelero. La habitación en todo momento hace sensible la opresión, y ofrece así valiosos pasajes de tensión que son pertinentes para la reflexión.

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La habitación es el quinto y más reciente largometraje de Lenny Abrahamson, quien obtuvo merecidos aplausos por su largo anterior, Frank (2014). Se inspira ahora en una novela de Emma Donoghue, quien es también autora del guión. La historia inicia, como anotaba líneas arriba, con el encierro, y detona cuando Jack cumple cinco años y su madre lleva a cabo un plan para hacerlo salir, pasaje que reserva montones de emociones. Después la cinta transita con bemoles por las explicaciones terapéuticas y ventila dramas familiares. En silencio, sin embargo, evoluciona en la madre el daño recibido.

Abrahamson hace una exploración de la maternidad y muestra cómo el amor de ella alcanza para construir para su hijo un universo habitable y hasta feliz. En las circunstancias que viven, ella es todo para él: toda fuente de información (porque incluso lo que ven en televisión está filtrado por ella), de afectos, incluso de desarrollo físico. Es una fuerza impermeable que ofrece cobijo y calidez, educación e imaginación. Así Jack crece suavemente, con los reclamos inevitables pero sin mayores reproches. El cineasta muestra cómo la realidad se construye con lo que hay en la inmediatez y con lo que es posible saber. Mención aparte merece la actuación de Tremblay, quien merecía una nominación casi por el hecho de actuar como niño, como un niño verosímil y no un adultito sagaz. (Pero ya me imagino las quejas de las grandes estrellas ávidas de reconocimiento…)

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Las cosas son diferentes para la madre, que sí tiene referentes en el exterior, que tenía una vida y un futuro, y que ha sido privada de su libertad y es objeto de abusos constantes. En la protección al crío vierte la mayor parte de su energía, pero los bajones emocionales son inevitables. Del curso del plan de evasión no sólo depende su posible retorno a la libertad, sino la revisión de lo que hizo, cuestionarse sobre las decisiones que tomó una vez que el niño nació. Aquí se abre tal vez lo más valioso de la cinta. Porque si hasta entonces parecía recibir mayor atención el desarrollo del chamaco y todo apuntaba hacia el homenaje incondicional a la maternidad, ahora se presentan aristas puntiagudas (que van más allá de esta madre y estas circunstancias): ¿ser madre es también –o sobre todo– un acto egoísta? ¿Salvar al hijo no es ante todo una forma de salvarse a sí misma? ¿Protegió o usó a su hijo? La respuesta cae, me temo, en ambos lados; difícil hacer juicios concluyentes, pero la invitación a la honestidad está ahí, puesta con suavidad y casi con timidez, eso sí.

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