Elle : casi todo sobre ella

En Cannes –festival en el que compitió en la Sección Oficial del año anterior– generó reacciones contrastantes, todas intensas. Este recibimiento se explica desde muy temprano: la escena que inaugura la cinta alcanza para sacudir la indiferencia; de su visita uno no sale indemne: Elle: abuso y seducción (Elle, 2016), la más reciente entrega del holandés Paul Verhoeven, es una película que presenta un abanico de comportamientos empujados por la perversidad, que muestra hábitos contrastantes, que exhibe el ridículo y la violencia que caben en una sociedad hipócrita. Así surgen las inquietudes en el espectador, el rechazo y el gozo. Al final el caudal emocional es tan amplio y fuerte como los asuntos que se plantean, mismos que ofrecen harto material para la reflexión.

Elle: abuso y seducción registra la cotidianidad de Michèle (Isabelle Huppert), una mujer madura y rica que es copropietaria de una compañía que desarrolla videojuegos. Después de ser víctima de una violación (la mentada escena inicial), pretende seguir su vida de forma normal. Pero las amenazas no cesan y, peor, se recrudecen los ecos de un pasado familiar abyecto.

Verhoeven vuelve a hacer gala de su elegancia estilística. Con una cámara que acompaña y toma distancia, que expone e involucra, que asfixia o da un respiro y una movilidad que además de contribuir al ritmo da cuenta del ánimo del personaje principal; con una puesta en escena rica en matices, que subraya la riqueza (con espacios amplios) y una gelidez que surge de la luz y de la actuación de la Huppert. La música, por su parte, más que subrayar tal o cual emoción (como sucede por lo general en el cine convencional) contribuye a incrementar la ambigüedad.

Este paisaje es desconcertante, ya se apuntaba párrafos arriba. Porque hay pretextos para la risa pero también para el sobresalto (pero no es una comedia negra, pues uno no ríe en los pasajes violentos; sí cabe en el terror, pues en esta cinta aparece más de un monstruo), para el acercamiento y para el distanciamiento, porque acompaña un personaje femenino apasionado pero frío, cínico e irreverente, a veces incomprensible. Verhoeven pone en pantalla una serie de consideraciones muy actuales al proponer personajes masculinos bastante débiles y personajes femeninos muy fuertes. Los contrastes se manifiestan en el campo laboral, en la sexualidad (terreno de poder en el que la violencia hace posible un “empate” cuestionable, si es que es posible tal cosa), pero no entrega todas las claves para la interpretación: deja al espectador el trabajo desde los atisbos que se presentan, desde su propia perspectiva. Ella(s) domina(n) a conveniencia, permite(n) o restringe(n); sabe(n) pero hace(n) como que no sabe(n) si así saca(n) provecho; en ella(s) cabe la fe, la amistad desinteresada y más allá de las infidelidades. La búsqueda del placer, en la que no dudan en tomar la iniciativa, establece convenciones otrora poco frecuentadas y menos aceptadas. Así se exhibe, entre otras cosas, la hipocresía de la burguesía.

Mención aparte –y nominación inevitable al Óscar– merece el desempeño de Isabelle Huppert, una actriz cuya labor es rica en matices; según comenta Verhoeven, es una mujer que se siente auténtica, y en su actuación es “ciertamente misteriosa”. Por medio de ella, por lo demás, se hacen presentes realizadores para los que ha trabajado y personajes a los que ha dado vida, como Claude Chabrol (La ceremonia, entre muchas otras) y Michael Haneke (La pianista, El tiempo del lobo). Huppert es una actriz capaz de hacer sensibles los matices que caben en lo femenino (es una especie de Aleph de la feminidad) y que asume riesgos que difícilmente toman otras actrices (lo cual confirma el realizador, quien buscó realizar la cinta en Estados Unidos y cambió de idea al recibir la negativa de más de una actriz conocida).

Verhoeven entrega una cinta que cabe en más de un género y hace apuntes valiosos de género. Más que explorar las profundidades de la psicología (y el pasado de la protagonista abre más de una arista), ofrece desde el terror, el thriller y el drama atisbos (y mucha ambigüedad) para formarse un mapa sobre los comportamientos de Michèle. Refrenda la maestría mostrada en El cuarto hombre (De vierde man, 1983) y Bajos instintos (Basic Instinct, 1992) o Robocop (1987), por citar un puñado de ejemplos.

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