Elementos o la tibia forma del fuego de la corrección política

Recuerdo aquellos tiempos en los que Pixar aportaba frescura y originalidad al mercado animado, en los que comenzó a hacer cine de autor (con realizadores como John Lasseter, Pete Docter y Andrew Stanton, que han mostrado que tienen algo que decir y lo han dicho por medio de agudas y profundas historias, llenas de humor, escritas por ellos) en un género y un país donde más bien predominaba el cine corporativo. Los recuerdo como si fueran tiempos bastante lejanos, porque lo que ahora vemos en pantalla es bastante distante de lo que ofrecía en sus primeros años. ¡Y no han pasado tres décadas desde Toy Story; apenas dos del estreno de Monsters, Inc.! Lejos quedaron, ésos sí, los acercamientos cálidos e irreverentes, los cuestionamientos iluminadores, el afán de ir detrás de lo evidente y darle una vuelta a lo asumido; distante quedó el afán crítico, pues.  

Es claro, hoy día, que Pixar no supo escapar a la maquinaria económica, política y temática de Disney, imperio que lo compró para seguir engrosando sus cuentas bancarias y que no duda en sumarse al tenor de los tiempos: la renta está en la masa. Así las cosas, cada “nueva” entrega de Pixar es una mercancía que termina por convertirse en un vehículo propagandístico de la ideología de moda, que antes que presentar un cuestionamiento incómodo se suma irreflexivamente a las causas que gozan de simpatía. El cuestionamiento no pasa por los temas que presenta, sino por cómo los desarrolla; o, más bien, cómo no los desarrolla. Elementos (Elemental, 2023), la entrega más reciente, se suma a esta tendencia y sigue restando valor cinematográfico al estudio de la lamparita. 

Dirigida por Peter Sohn, Elementos da cuenta de las contrariedades que viven Ember y Wade en la ciudad epónima, habitada por seres de tierra, aire, agua y fuego, y sospechosamente parecida a Nueva York. Ella es fuego y él es agua, ella vive malhumorada y él es todo positividad, y se conocen cuando Wade –un joven adinerado que inexplicablemente trabaja como inspector municipal, que es muy sensible y llora a cada rato por cualquier pretexto (es un buen ejemplar de las “nuevas masculinidades”, pues) pero no duda en levantar multas a diestra y siniestra– llega accidentalmente al negocio del padre de Ember. A contracorriente inician una relación amorosa capaz de vencer las leyes de la química. 

Elementos presenta un colorido llamativo y un diseño que por momentos resulta fascinante y que hace de la ciudad una especie de galería, un muestrario ecléctico de los diferentes elementos y que tiende puentes con los diferentes ámbitos que vimos en Intensa Mente (Inside Out, 2015). No obstante, este paisaje, que parece ser la apuesta principal en términos audiovisuales, resulta excesivo y fatigoso, tan estridente como abrumador (como diría el filósofo de la canción, hasta la belleza cansa), si consideramos el acelere que habita la cinta, con personajes que aportan sus dosis de histeria a la pantalla y a la banda sonora. 

A pesar de todo, en la forma no estaría la censura principal, sino en el curso de la historia que relata, en el devenir de los personajes que acompaña y en la falta de crecimiento de los temas que aborda. Una de las virtudes de Pixar se sustentaba en la progresión de historias que terminan por dar verosimilitud y calidez a los cambios, a veces radicales, que viven los protagonistas, así como al desarrollo de las historias y al crecimiento de los temas; así resultan creíbles y entrañables: la transformación de un juguete arrogante en un camarada humilde dispuesto al sacrificio (Toy Story), la valentía que empuja a un padre miedoso que aprende a confiar (Buscando a Nemo) o el giro educacional que supone apostar por la risa más que por el miedo (Monsters, Inc.). En Elementos, el romance entre Ember y Wade y los cambios que experimentan (arco del personaje) siguen las inverosímiles rutas que tanto gustan a la comedia romántica. Los temas que aborda (para empezar el amor entre los que provienen de extremos no sólo distantes sino opuestos, pero también la migración y la ruptura de prejuicios) parecen obedecer menos a un ascenso dramático que a una agenda de corrección política y al afán de quedar bien con todos y a todos hacer sentir bien.  

La revisión del asunto que al final cobra mayor relevancia es elocuente al respecto: la oposición a los designios paternos no es un asunto particularmente original, ni siquiera para Pixar, que había seguido una ruta similar en Valiente (justo es comentar, eso sí, que este tema lo hemos visto con mayor frecuencia en historias protagonizadas por personajes masculinos). Al final, sin embargo, el meollo se resuelve mediante una terapia básica de superación personal: Amber, sin hacerlo consciente, vive enojada porque no quiere hacerse cargo del negocio paterno (aunque tampoco sabe lo que quiere ser y hacer), pero Wade (que en el doblaje suena más bien como “wey”), cual psicoanalista exprés y sin hipnosis de por medio, rápidamente descubre ello (los deseos profundos de ella) y se convierte en el yo que aplaca al superyó de ella (los deberes a los que se cree destinada).  

Así las cosas, Elementos es una tibia entrega (que bien hubiera podido titularse La forma del fuego) que se aleja mucho del cine de autor, en la que la labor del director se parecería menos a la de un artista que a la de un gerente que administra una empresa. El cine, sin embargo, demanda más que rentables buenas intenciones y plausibles afanes conciliadores e inclusivos; el buen cine exige algo más que un panfleto. Parece que Pixar se va, se va…  

Agridulce regreso de los cortometrajes 

Como otrora era un hábito pixeriano, la proyección de Elementos es precedida por un cortometraje. Se trata de La cita de Carl ( Carl’s Date, 2021). Escrito por Pete Docter y Bob Peterson (quienes compartieron los créditos por la dirección de Up, una aventura de altura) y dirigido por el segundo, el corto sigue las contrariedades de Carl (el anciano protagonista de Up) cuando involuntariamente acepta tener una cita con una conocida. Justo es comentar que la entrega tiene algunos pasajes graciosos, pero al final resulta un tanto insulso. 

Calificación 50%
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