El rey Arturo: apología del héroe antipático

No espero grandeza de una película firmada por el inglés Guy Ritchie, responsable, entre otras, de Snatch: cerdos y diamantes (Snatch, 2000), Sherlock Holmes (2009) y El agente de C.I.P.O.L. (The Man from U.N.C.L.E., 2015). Como sucede con las entregas de Quentin Tarantino, uno ya sabe qué esperar, pues el británico no se ha caracterizado por presentar giros sorprendentes en su filmografía. El realizador impone un molde similar a todo lo que toca, por lo que en El rey Arturo: la leyenda de la espada (King Arthur: Legend of the Sword, 2017), su más reciente entrega es predecible y previsible la parafernalia estridente. Ni más, ni menos.

El rey Arturo: la leyenda de la espada acompaña desde muy pequeño al personaje epónimo (Charlie Hunnam), quien debe huir ante el embate del mal que termina con la vida de sus progenitores. Crece en un burdel, pero como podemos ver en el tráiler, regresa a pelear por el trono que le corresponde.

Ritchie, productor y guionista, sigue sin disimulo la senda del héroe expuesta por Joseph Campbell: primero se niega al llamado a la aventura, luego enfrenta las contrariedades para ser quien estaba llamado a ser. Asimismo, hay algunos guiños a Shakespeare (aunque parece que la inspiración proviene de su vulgarización en El rey León) que de entrada le dan cierta densidad al visualizar la corrupción del mal y las contrariedades del héroe. En la ruta es valioso el recordatorio de que ser héroe no es opcional y que una parte de la fuerza del bien tiene su origen en el mal. Y en el mal no hay grandeza, también nos recuerda. De todo esto hay atisbos al final: Ritchie busca entregar toda la sustancia en un intercambio de golpes y parlamentos entre el futuro jerarca y su tío usurpador. Carrereado y todo, lo ahí abordado es atendible.

Por lo demás, Ritchie entrega un divertimento ruidoso. Efectista como pocos –en el sentido narrativo y técnico–, el cineasta imprime algo de gracia a su cinta por medio del uso de secuencias de montaje (que aportan condensación y humor gracias a los continuos saltos temporales y espaciales) y del humor verbal, así como de una una serie de situaciones propias de la comedia. Alguien calificó la cinta como “Avengers en la Edad Media” (la época y más de alguna bestia traen a la memoria El señor de los anillos) y la apreciación es justa: es una cinta de súper héroes que, como se usa hoy día, pretende ser una comedia. Y si esta estrategia por lo general crea personajes simpáticos y hasta chistosos, Arturo nunca rebasa el umbral de la antipatía y es bastante sangrón.

Ritchie encuentra justificación a su parafernalia en las artes de los magos que transitan por la cinta. No obstante, hay poca magia: el cineasta empuja un espectáculo que luce poco (pues los efectos especiales no son particularmente grandiosos), mientras filma la acción con poca solvencia, por lo que ésta es más confusa que emocionante. El británico luce calculador: queda claro que mesura los riesgos y se imponen sus cuentas como productor a sus ambiciones como realizador (porque me imagino que las ha de tener).

 

Calificación
60%
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