El reino de los monos en el castillo de Disney

El reino de los monos (Monkey Kingdom, 2015) es la más reciente entrega de Disneynature, el sello del estudio de Mickey que se especializa en documentales sobre la naturaleza y cuyo propósito, como puede leerse en su sitio de internet, es “acercar a los consumidores y audiencias las maravillas de nuestra tierra”. La iniciativa tiene la ambición de educar, y la cinta de marras lo hace, si bien merece algunos cuestionamientos.

Dirigida por Alistair Fothergill y Mark Linfield (también responsables de La Tierra y Chimpancés, producidas por Disneynature), El reino de los monos acompaña la cotidianidad de una hembra macaco en Sri Lanka. Según nos cuenta la narración en off de una voz femenina, la protagonista forma parte de la clase social baja, por lo cual sufre los “abusos” del macho alfa y de unas hermanas flemáticas que forman parte de la “realeza”. Soporta esta situación para gozar de la protección de la manada. Su circunstancia cambia, sin embargo, cuando llega a su comunidad un joven macho y, posteriormente, se convierte en madre.

monkey 2Fothergill y Linfield nos entregan un catálogo de imágenes espectaculares: si la idea es exhibir la belleza del planeta, no cabe duda que este documental cumple con su objetivo. La actividad de los macacos tiene en su hábitat un marco esplendoroso. Y cuando viajan a la ciudad las sorpresas se multiplican: ver a estos hábiles trepadores en antenas de telecomunicaciones o cruzando calles asiéndose de los cables de teléfono o electricidad es asombroso. No faltan las cámaras lentas y los fragmentos que emulan al videoclip musical; por momentos la película es una fiesta. El humor aparece con menos frecuencia, a menudo intencionado desde la narración (que en inglés es hecha por la actriz Tina Fey) y pocas veces desde la imagen. Los cineastas, por otra parte, retoman los parámetros del documental sobre la naturaleza al más puro y convencional estilo televisivo: parten de la individualización –al más puro estilo norteamericano– y de la antropomorfización y siguen a un personaje y lo describen de acuerdo a una serie de rasgos humanos (de hecho al macho se refieren como “el hombre”), hábitos estos ampliamente explotados por Disney en propuestas de ficción, animadas o no. La suma de estos elementos, que no cabe precisamente en los terrenos de la originalidad, sí gana en emotividad y en claridad. La apuesta, así, es asimilable para un amplio público, inclusive para niños muy pequeños (de ahí que si bien se alude al acto reproductivo o a la violencia, no veamos ni lo uno ni la otra; sólo vemos las consecuencias: la cría o la muerte).

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No obstante, en la ruta el relato hace surgir ciertas dudas. Si por lo general uno concede credibilidad a todo lo que aparece bajo la forma documental, aquí aparece la desconfianza con respecto al marco que se nos presenta, pero también al curso puntual de algunos eventos. Por ejemplo: ¿Es razonable pensar en clases sociales o es una simplificación-analogía que facilita la comprensión? Además, se presentan algunas relaciones y se establece el orden de las cosas o las causas más por la narración verbal que por la imagen: abundan las situaciones que se construyen desde lo dicho (y la imagen sería una ilustración) y no faltan los deslices a lo que el gran crítico y teórico francés André Bazin llamó “montaje prohibido”, concepto que desarrolló en el emblemático texto homónimo. En él, Bazin explica: “Cuando lo esencial de un evento depende de la presencia simultánea de dos o varios factores de la acción, el montaje está prohibido”. Dicho de otra forma, para apegarse a la realidad, una situación presentada ha de reunir en la misma imagen (mismo plano) a los actores. Si, por ejemplo, un tigre persigue a un humano habremos de verlos en el mismo plano para creer en la realidad del peligro (así cobra fuerza, por ejemplo, Una aventura extraordinaria). De otra manera, unidos sólo por el montaje, es factible deducir que nunca estuvieron juntos y que entonces no había mayor riesgo.

Fothergill y Linfield implantan a la naturaleza el modelo de la sociedad humana. Reducen así la posible comprensión de la vida en su amplitud; la cinta cae por momentos más en el campo de la suave fantasía que en la crueldad de la realidad. La pregunta que se impone al final es: si bien los cuentos de hadas son formativos, ¿qué tan provechoso es educar omitiendo el dolor? (Tim Burton, por ejemplo, plantea que ofrecer a los niños imágenes “negativas” en el cine los prepara “a enfrentar la existencia de una manera más suave”.)

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