El gran hotel Budapest es encantadora… y grande

Inspirado en obras del escritor Stefan Zweig, Wes Anderson vuelve a hacerlo. Con las habituales y abundantes dosis de humor, calidez y candidez entrega una película personalísima, de notable exquisitez, de belleza entrañable: con un reparto multiestelar, El gran hotel Budapest (2014) es una de sus mejores películas.

 

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El argumento se ubica en tres tiempos: en el presente una joven lee la obra de un gran escritor que en los años sesenta se instaló en el decadente hotel del título, donde el propietario le relata las vicisitudes que vivió al lado del singular y galante conserje M. Gustave (Ralph Fiennes) en los años treinta.

Anderson propone una especie de novela caballeresca con aires del siglo XIX desde una puesta en escena maravillosa –con una rica paleta de colores que va del naranja al azul– y una movilidad de cámara que empuja un ritmo ágil. Esboza en particular una época contrastante, en la que se insinúa el nazismo pero aún sobreviven rasgos valiosos de civilización. Desde una nostálgica perspectiva infantil (lo que no significa que la cinta sea para niños) materializa el universo de un lector agradecido y hace de la gratitud un elemento fundamental. La película es de una extrañeza prodigiosa; es encantadora, y uno termina en estado de gracia. Gracias, Wes.

 

Texto publicado en el suplemento Primera Fila del periódico Mural el 16 de mayo de 2014


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