El cine según Hitchcock… y Truffaut

En agosto de 1962 el francés François Truffaut aterrizó en Hollywood con el propósito de llevar a cabo una serie de entrevistas con Alfred Hitchcock, quien entonces trabajaba en la edición de una de sus obras maestras, Los pájaros (The Birds, 1963). El primero llegaba con un valioso pasado como crítico de cine y una incipiente (mas no insipiente) carrera como realizador; el otro era un cineasta que personificaba una paradoja, un realizador consagrado pero subestimado, pues si bien sus películas eran exitosas en taquilla pocos críticos le concedían reconocimiento como el gran artista que ya era. En Estados Unidos, particularmente, no era tomado muy en serio a pesar de la labor realizada por la revista francesa Cahiers du cinéma (para la que colaboró Truffaut), donde era considerado como un autor. El propósito de Truffaut era convencer, como buen crítico, sobre todo a estos escépticos, sacar de la miopía al que no quería o no sabía ver.

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El encuentro –o, mejor dicho, los encuentros, que en promedio duraban nueve horas diarias–, en el que además de Truffaut y Hitchcock participó la intérprete Helen Scott, acumuló un total de 50 horas. El resultado se convirtió en un libro, que se publicó en francés por primera vez en 1966 (sí: este año celebramos 50 años de su aparición). En inglés y francés circuló y circula con el título de Hitchcock; en español como El cine según Hitchcock. Es un hito en la literatura sobre cine, es un verdadero fenómeno: un documento imprescindible para entender al realizador británico y comprender mejor al cine. (Los mejores libros en esta materia son los que han escrito los propios cineastas o los que han surgido de las charlas con otros realizadores, como Las conversaciones con Billy Wilder de Cameron Crowe o Sobre John Ford de Lindsay Anderson). Su lectura es provechosa para cualquier persona que tenga un verdadero interés en el cine; es obligatoria para los que estudian el cine desde la academia y, aún más, para el que planea ser realizador.

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Una de las maravillas de este encuentro y de este libro es que se plantea como una gran lección de cine. A diferencia de la frívola superficialidad de la prensa de espectáculos, de las limitaciones que con frecuencia presenta la crítica (que rara vez se ocupa de la técnica) o de las sesudas y a menudo petulantes reflexiones de los académicos, Truffaut asume el rol de discípulo más que de periodista (y explora las intenciones del autor, desde la realización, así como las funciones de su labor, desde la perspectiva del espectador). En la introducción del libro comenta que interrogó a Hitchcock “de la misma manera que Edipo consultaba al Oráculo” (felizmente el francés no mató al padre). A partir de cuatro grandes asuntos (circunstancias del nacimiento de cada película, desarrollo del guión, problemas de la puesta en escena y la estimación del resultado) incita al maestro a hablar sobre su arte, sobre su forma de concebir el mundo y dejar constancia de ella en sus películas. El libro congrega así significativos pasajes biográficos, pertinentes explicaciones sobre conceptos fundamentales que manipula el cineasta (suspense, Mac Guffin, etc.) e iluminadores desarrollos de sus temas habituales. Lo más valioso, sin embargo, es lo relativo a los procedimientos técnicos que llevó a cabo el maestro. El conocimiento del cine que Truffaut tenía entonces, desde la crítica y desde la realización, prueban ser un bagaje sensacional para guiar las entrevistas y obtener del cineasta respuestas puntuales sobre la forma de concebir y materializar tal o cual plano, escenas memorables.

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Truffaut consigna que conforme se reproducían los encuentros comenzó a aparecer el verdadero rostro de Hitchcock, quien se mostraba cínico y seguro frente a los medios. A los pocos días fue haciéndose presente “su verdadera naturaleza: la de un hombre vulnerable, sensible y emotivo, que siente profunda y físicamente las sensaciones que desea comunicar a su público […] Este hombre, que ha filmado mejor que nadie el miedo, es a su vez un miedoso”. El rigor del cineasta, la disciplina que imponía en el set y en el trabajo con los otros, en particular con los actores, eran una forma de protección. Asimismo, su estrategia para protegerse del público –siempre de acuerdo a lo que expone Truffaut en la introducción– era “seducirlo aterrorizándole, haciéndole reencontrar todas las sensaciones fuertes de la niñez”. Y lo consiguió mediante la práctica experta del suspense, que funciona ofreciendo más información al espectador que al personaje –y empuja al primero a anticipar lo que puede pasar– y busca intensificar la emoción del pasaje expuesto.

A lo largo de las entrevistas Hitchcock se muestra generoso. Explica las decisiones que tomó tanto en la escritura de los guiones como en la puesta en escena. Asimismo reconoce errores que tuvieron consecuencias negativas, como el bombazo en un tranvía en el que muere un niño en Sabotaje (Sabotage, 1936). El personaje ganó la simpatía del público, el cual no “perdonó” al cineasta que el chamaco muriera en el atentado. “Es muy delicado, me parece, hacer morir a un niño”, concluye este episodio, porque “se roza el abuso de poder del cine”. Conforme habla de cada una de sus películas se aclaran algunas estrategias para hacer funcionar sus cintas en más de un nivel, para vehicular sus preocupaciones y sus angustias, sus lúcidas observaciones sobre el ser humano y sus pulsiones, aprovechando las convenciones de diferentes géneros (thriller, drama, terror, aventura), y pocos cineastas han obtenido tan buenos resultados de la hibridación o la contradicción (y el británico afirmaba que filmaba los asesinatos como escenas de amor y éstas como asesinatos).

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Las conversaciones son constructivas y reveladoras. Porque Truffaut no es un comparsa o un entrevistador condescendiente. Interviene, puntualiza, comenta, refuta. Se hace presente así un diálogo rico entre el cineasta incipiente y el sabio veterano, entre el discípulo atento y el maestro que sabe que no va a convencer con cualquier respuesta. A diferencia de Luis Buñuel en Prohibido asomarse al interior (armado con las conversaciones que tuvo con José de la Colina y Tomás Pérez Turrent), Hitchcock ofrece algunas pistas para enriquecer la interpretación de sus cintas. Y esto se consigue en buena medida porque, insisto, Truffaut dialoga desde el piso común de la técnica. El francés trae a cuento a dos colegas para validar su insistencia en este aspecto; cita a Claude Chabrol y Éric Rhomer (que también “militaron” en los Cahiers du cinéma, escribieron un libro sobre Hitchcock y fueron artífices, como Truffaut, de la Nueva ola) cuando afirman que en Hitchcock “la forma […] no adorna el contenido, lo crea”. El diálogo, en el que a menudo aparece el humor, hace surgir no sólo la perspectiva del cine según Hitchcock, sino también la del cine según Truffaut.

Con El cine según Hitchcock Truffaut buscaba convencer a los críticos norteamericanos del valor del cine de Hitchcock. A la larga entrega una lección de cine capaz de convencer al más escéptico. No sólo del valor de Hitchcock, sino del poder del cine.

Hitchock y Truffaut: del papel a la pantalla

De todo esto (y otros asuntos) se ocupa el documental Hitchcock/Truffaut (2015) de Kent Jones, que se exhibirá en Guadalajara (en el Cineforo, como parte de la Muestra internacional de cine) este fin de semana, y del que nos hablaremos más adelante.

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