Dos son familia: No se aceptan devoluciones a la francesa, oh là là

El 29 de junio jugaron al futbol las selecciones de Alemania y México en Rusia. Como de costumbre y como era previsible, los europeos se llevaron la victoria. En nuestro país (al que un entrenador de futbol en cada hijo le dio) los reclamos fueron airados, furibundos. Los únicos que hablaron bien de la representación mexicana fueron… los alemanes. Sirva este comentario para subrayar cómo al mexicano le gana la víscera cuando algo no le simpatiza. Por acá, por ejemplo, Eugenio Derbez es menospreciado por haber hecho la mayor parte de su carrera en la empresa de televisión que es tan vilipendiada como vista es su programación. Sin embargo se trata de un tipo talentoso que ha concebido algunos personajes y algunas comedias atendibles. No es Woody Allen, pero tampoco es un comediante desechable. Menos prejuicios mostraron los franceses y los ingleses, que manifiestan reconocimiento al hacer en coproducción un refrito de No se aceptan devoluciones (2013), cinta que desde hoy circulará en nuestra cartelera comercial como Dos son familia (Demain tout commence, 2017).

La historia que recoge en su segundo largometraje Hugo Gélin es más o menos la misma que contaba Derbez en su ópera prima. Cambian algunas circunstancias y la geografía. Ahora seguimos a Samuel (Omar Sy), un galán playero que un mal día recibe un regalo de una de sus conquistas: un bebé de pocos meses de edad. La madre es británica, y Samuel parte a Londres a buscar a la “desnaturalizada”. No la encuentra, pero se queda por allá trabajando como stunt (doble) en producciones de acción. La niña crece y ambos tienen una relación entrañable. Pero pesa la ausencia de la madre, una supuesta espía. Todo se complica cuando ella aparece.

Como su par mexicano, Gélin apuesta para empezar y terminar por la puesta en escena, en particular por el desempeño de su protagonista. Sí o sí, Sy aparece prácticamente en cada plano y empuja con algunas dosis de estridencia –como le cuadra a la comedia según Hollywood y sus émulos, oh là là– una comedia que se desliza al melodrama de manera un tanto truculenta, como la relación padre-hija que recoge la cinta. No obstante, la cinta transita a buen ritmo y con apreciables dosis de humor (que, en buena medida, son cortesía del actor negro, de cuya gracia sabemos por su participación en Amigos y Samba, ambas de Olivier Nakache y Eric Toledano).

Al final, el conocer la cinta original provoca que la historia pierda frescura: los refritos pueden despertar mayor interés –y tener sentido– en un público que no conoce la ruta de la narración en la que ésta se inspira, por lo que habrá que ver cómo funciona en México y Estados Unidos, donde Derbez bastante conocido es. Por otra parte, si a lo largo de la cinta se vislumbraban algunas críticas a la maternidad irresponsable, al final hay una condescendencia decepcionante: ahora venimos a descubrir que nadie se salva de las dificultades de la vida, lo que hace comprensible el abandono. Gélin hace eco de aquello de que la paternidad es de quien la trabaja: el padre debe ganarse su lugar en el mundo; la madre es. Sin embargo, involuntariamente sí se deja ver que, como sucede con las relaciones de pareja, el amor de padres y madres puede ser puro egoísmo.

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