Prácticamente todas las películas realizadas en Cuba desde el triunfo de la Revolución se ocupan del statu quo, de las miserias cotidianas que padecen los que no han encontrado la forma de irse o, por convicción, han decidido quedarse (como el burgués de Memorias del subdesarrollo… y no muchos más). Tradicionalmente el cine cubano apela a la conciencia y, sin falta, la crítica se hace presente mientras se hace el elogio de la creatividad necesaria para subsistir ante tanta precariedad. No obstante, a menudo el cine cubano parece más didáctico que honesto, más grandilocuente que grandioso. Conducta (2014) se inscribe en la mejor tradición, se ocupa de un sector de la población poco atendido (los niños, los que viven al margen) y, felizmente, elude los reparos arriba mencionados.
Conducta es el tercer largometraje de Ernesto Daranas y reúne los destinos de Carmela (Alina Rodríguez), una profesora veterana, y dos alumnos de 12 años que son contrastantes: el problemático Chala (Armando Valdés Freire) y la brillante Yeni (Amaly Junco). La maestra tiene claridad de la dura realidad en la que crecen sus pupilos (él se gana la vida en actividades poco recomendables para su edad; el padre de ella permanece de forma ilegal en La Habana) y hace hasta lo indebido para apoyarlos.
Daranas propone una sobriedad plausible. Evita caer en las facilidades del colorido y los aires folklóricos que habitan al cine cubano (y que es una forma de edulcorar la crítica). El paisaje que esboza es duro –sin ser crudo– y si aún es habitable es por los empeños de los que se rigen por su conciencia más que por los rígidos preceptos del Estado. Los personajes de Daranas llaman a las cosas por su nombre y, si bien es cierto que algunos dudan, también lo es que descubren qué es lo que deben hacer ante tanta hostilidad ambiental. La tragedia está en la separación –forzada por las circunstancias– de los que se quieren. Porque todos padecen en mayor o menor medida la distancia: mientras la familia de Carmela viaja fuera del país, la madre de Chala se evade en la adicción a los narcóticos y Yeni y su padre, quienes son de Holguín, padecen los obstáculos de las leyes que regulan la migración interna. El amor aquí es una forma de rebeldía, de desafío al sistema, una estrategia por medio de la cual se definen y se acompañan los desamparados.
Conducta es una cinta sobre el crecimiento. Pero no sólo de los chamacos. Muestra cómo nadie escapa del sufrimiento ni de la violencia, y apuesta por la solidaridad como gesto de madurez. No propone recetas para la felicidad ni fórmulas inmediatas para alcanzar las soluciones; y si abre la posibilidad del cambio del individuo, no sucede lo mismo con la colectividad y menos con la autoridad. Deja ver que la educación es valiosa cuando el conocimiento se traduce en convicciones y decisiones, cuando lleva a la práctica de la congruencia. Y el educador es una pieza clave en este proceso. A todo esto Daranas imprime dosis plausibles de calidez y emotividad: la conducta en Conducta es conmovedora.
Una entrevista con Ernesto Daranas en el FICG 29:
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