Deadpool & Wolverine: Marvel es estúpido

Al inicio de Deadpool & Wolverine (2024) Deadpool comenta algo que habría que tomar como advertencia: “Marvel es estúpido”. Sobre aviso no hay engaño; y más: a confesión de parte, relevo de pruebas. Estas frases podrían ser todo el comentario sobre la película (la verdad es que no amerita más). Acaso es ocioso, pero un prurito oficioso me mueve a tratar de elucidar las razones por las que esta película me pereció tan irritante y tan mala. Al terminar la función (bueno, un poco antes, pues salimos mientras aún desfilaban en pantalla los créditos, en los que aparecían, creo, algunos pasajes de películas previas de Marvel), Hugo –el otro Hugo– comentó sobre lo que habíamos visto: “no es una película, es una serie de sketches”. De acuerdo con él: es un buen principio de explicación; pero creo que hay otras razones que pueden dar cuenta del mal rato que pasé en la sala oscura.

Daedpool & Wolverine es el largometraje más reciente de Shawn Levy, responsable de Una noche en el museo (Night at the Museum, 2006) y dos secuelas (2009 y 2014) y de El proyecto Adam (The Adam Project, 2022), entre otras. Sigue ahora las vicisitudes de Deadpool (Ryan Reynolds), quien “quiere importar” y salvar el universo en el que vive. Para ello necesita a Wolverine, a uno en particular (pues con esta multipayasada de los multiversos hay quién sabe cuántos Wolverines). Es justamente el “peor” de ellos el que es requerido (Hugh Jackman, quien interpreta a todos, claro). Ambos van a una especie de purgatorio-universo para enfrentar a Cassandra Nova (Emma Corrin), quien es hermana de Charles Xavier (padre putativo de los Hombres X). Y, justo es añadir, le guarda rencor fraternal al carnal.

Levy concibe una película estridente. Los gags (chascarrillos audiovisuales) que hila recogen una serie de sangrías que resultan insignificantes en imagen, y por una banda sonora verborreica aun más insignificante. Deadpool padece logorrea (que según Wikipedia es “un trastorno de la comunicación, a veces clasificado como enfermedad mental, caracterizado por una locuacidad incoherente”) y prácticamente toda la película nos receta una sandez tras otra. El resto de la banda sonora se llena con hartas rolas (el soundtrack debe dar por lo menos para un disco doble), muchas de las cuales son utilizadas con propósitos con pretensiones humorísticas. En la cámara Levy no entrega grandes cuentas: su registro de la acción es meramente expositivo. La apuesta por la emoción está en las músicas y las chácharas.

El dispositivo busca ser incorrecto, pretende avanzar con las prerrogativas del humor negro, ése que hace humor con la desgracia. No obstante, aquí los asesinatos que lleva a cabo Deadpool resultan tan sangrientos como sangrones (como decía un caricaturesco personaje de Crímenes y pecados de Woody Allen: “si se dobla es chistoso; si se rompe, no”: y aquí todo es rotura). Otros chistes pasan por la ruptura de la cuarta pared (es tal la incontinencia verbal del encapuchado rojo, que en lugar de guardar sus cosas en su cabeza, las habla con el espectador) y la mención de las corporaciones que producen la cinta, al estilo de Barbie (2023), que alude a la compañía que produce la muñeca. Otra fuente de humor es la nostalgia: habría que ver cómo funciona la película con espectadores que no tengan los referentes a los que se alude implícita o explícitamente.

En esta película no hay nada de lo que valoro en el cine o en el género de súper héroes (en el cual no cabría ubicarla, por cierto; si hubiera que colocarla en algún género sería “comedia sangrona”): no ofrece una historia con un desarrollo valioso (aquí no hay ni siquiera una ilación de eventos congruente), no genera mayor emoción, no profundiza en los conflictos de los personajes, no hace comentarios atendibles sobre ningún tema. Pero seguramente exagero, porque en la sala escuchaba algunas risas y alguna carcajada. Yo no encontré ningún pretexto para la risa: sigo creyendo que no hay humor sin inteligencia.

Si Deadpool y Wolverine se tomara a sí misma a guasa de principio a fin no habría mayor queja (solo serían dos horas perdidas), pero el asunto es que sí quiere tomarse en serio, que sí pretende endilgar alguna lección y a pesar de toda la vulgaridad que la habita, sí quiere cumplir con los requisitos de la corrección política. (Si quisiera, por ejemplo, exhibir la pretensión del estúpido por “ser importante”, como vemos a cada rato en las redes sociales, no dudaría en quitarme el sombrero que no uso.) Por supuesto que todo esto es irrelevante para Marvel, que puede ser estúpido, pero no deja de ser codicioso: la taquilla tendrá requetecontentos a sus ejecutivos.

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