De festival a festival

El domingo anterior llegó a su fin el Jalisco Jazz Festival, que organiza la Fundación Tónica. Desde hace diez años este evento hace que en la ciudad pueda escucharse una serie de músicos de talla internacional: a lo largo de una semana, diferentes salas de la ciudad vibraron al ritmo del jazz y se contagiaron de la alegría y la fraternidad de los invitados. El concierto del sábado por la noche, el Tónica All Stars, no tuvo desperdicio: en él compartieron el escenario Brian Lynch, John Beasley, Scott Amendola y Charlie Hunter, entre otros, muchos otros. Pero no es esa toda la gracia del festival; lo más importante está en otra parte…

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La parte medular del Jalisco Jazz Festival es el Seminario Internacional de Jazz: una serie de cursos que se ofrecen durante toda de la semana y a lo largo de la mañana y de la tarde. A ellos asisten músicos de diferentes edades y niveles, y de diversos orígenes (lo mismo oaxaqueños de la comunidad muxe que centroamericanos o sudamericanos). La dinámica es similar a la de la escuela, y los estudiantes llevan clases de teoría musical y del instrumento que tocan. Asimismo, conforman ensambles que son encabezados por los músicos invitados. Los resultados pudieron escucharse en las calles de la ciudad el domingo anterior, en las vías recreativas de Guadalajara, Zapopan y Tlaquepaque.

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El Jalisco Jazz Festival es una verdadera fiesta para la ciudad. La onda que ha generado a lo largo de sus diez años de existencia puede apreciarse en los diferentes espacios de la ciudad que hoy acogen al jazz. Aun hace pocos años era casi imposible ubicar un espacio en el que pudiera escucharse esta música, que la rancia tradición ha catalogado erróneamente como elitista y para gente mayor. Una de las bondades del evento ha sido impulsar en los jóvenes el gusto por este maravilloso género musical. En espacios como el Centro Cultural Breton puede sentirse el pulso de la síncopa y la vibración de jóvenes entusiastas. Es justo subrayar que, si bien no deja de haber vanidades y egos, en la comunidad musical es posible percibir una camaradería contagiosa y, en general, una gran humildad. Por otra parte, los conciertos son además de emotivos y entretenidos, bastante divertidos.

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El Jalisco Jazz Festival es congruente y no ha dejado de tener claro el objetivo de hacer una labor de divulgación. Sin dejar de ser ambicioso, tampoco confunde cantidad con calidad. Pero sobre todo ha acercado a la ciudad una música que a menudo es considerada como difícil y, ya lo decía, elitista; una música que en vivo es como se aprecia mejor y se goza más. Ha contribuido no sólo a diversificar la oferta musical sino a generar un movimiento, a educar públicos y músicos. Porque la arista educativa es uno de sus aportes más valiosos. Y, como se puede apreciar en el documental El milagro de Candeal (2004) de Fernando Trueba, la música –la escuela de música– es un factor capaz de influir de forma bastante positiva en la sociedad.

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El paisaje que presenta este evento musical es contrastante con el del Festival Internacional de Cine en Guadalajara, que se extravió hace mucho tiempo. El FICG también ofrece cursos y talleres, y de pronto el organiza funciones callejeras, actividades que merecen aplausos. Pero merecería más si contribuyera a impulsar un movimiento, a convocar a la comunidad cinematográfica local, nacional (claro que no es tan fácil si tomamos en cuenta los egos que hay en el medio cinematográfico) con un verdadero ánimo creativo y formativo. La claridad de objetivos y la congruencia generan resultados bastante positivos, como podemos constatar con el Jalisco Jazz Festival. No sé si con una vocación educativa o divulgadora el FICG presentaría esas cifras crecientes que tanto gustan a sus organizadores, y que son tan dudosas. Pero de hacerlo cumpliría una noble fución, y la ciudad lo recibiría con simpatía… y lo agradecería.

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