Cinco cosas que amo/odio de ti: los comunicadores van al cine 2/2

Los comunicadores siguen yendo al cine. En esta segunda entrega hay perspectivas contrastantes. Felizmente…

Juan Pablo Balcells. Sociólogo. Conductor C7 Cine. 35 años.

1. Es la alquimia perfecta, ciencia y arte.

2. Es como sentir que todos los planetas están alineados y giran al mismo tiempo.

3. Voy a que me conmuevan, a que toquen y de cuando en cuando trastoquen mis sentimientos y me sorprendan.

4. El formato cinematográfico tiene que avasallarte, estar en formato gigante, el cine en el cine.

5. Aun cuando la película sea mala o te duermas por diferentes circunstancias (por cierto es riquísimo dormirse en el cine…) es mágico regresar al útero materno de cuando en cuando…ja!

Y las cinco cosas que me disgustan (detesto, odio).

1. Pues realmente no llegaría a las 5 cosas, pero… la gente que no puede desconectarse aunque sea un pinche momento de su celular.

2. Las otras 4 estarían relacionadas con lo mismo: uso y abuso del celular en la sala: responder en voz alta, estar «texteando»… en fin…

3. Los altos precios en las entradas y en la dulcería en la mayoría de los chiquero/complejos…

4. La eterna bronca con la programación y distribución de cine nacional e iberoamericano en general…

5.

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Si pudieras elegir, ¿prefieres ver una película en el cine o en otro espacio y por otro medio?

El cine en el cine definitivamente, sin embargo aprovechar las herramientas tecnológicas: películas en línea, DVD`s, Blu-ray de colección, documentales y detrás de cámaras en línea…

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Enrique Vázquez, 47 años. Conductor de CineDK en Radiorama de Occidente.

¿Asistir o abandonar a las salas de cine?

1. Exilio.

Empiezo por enumerar las circunstancias que me hacen dudar de acudir a una sala de cine, cosa que aún no he dejado de hacer; de esta manera podré revalorar las razones que me siguen gustando de acudir a una proyección con público. Confieso que me causa desazón tener que pensar en la posibilidad de dejar de ir al cine.

Sin duda, el mal aprovechamiento de la tecnología actual se reduce al abuso de los teléfonos celulares y recientemente, hasta de las tablets. Quizás es la molestia más indignante: en medio de una secuencia con poca luz, o del momento cumbre de un diálogo hay que distraer involuntariamente la mirada de la pantalla grande porque a alguien se le ocurrió sacar el dispositivo móvil para responder apresuradamente un mensaje de texto “urgente” o decir en voz alta al interlocutor del otro lado del teléfono “estoy en el cine, ¿qué pasó?”. Si llevan una vida tan apresurada, apremiante y llena de urgencias impostergables a otro momento, ¿a qué demonios van al cine si no pueden sustraerse de sus ocupadas vidas?

Otro de los abusos al respeto ajeno es la pareja o grupo de espectadores que acuden juntos y que han decidido que la sala entera se convierta en la sala o el comedor de su casa, en donde han instalado para hacer sobremesa e ir platicando no sólo pormenores de sus vidas cotidianas sino de detalles de la película que, junto con ellos, los demás estamos intentando ver justo en ese momento; y describen situaciones que todos –simultáneamente- apreciamos y repiten diálogos para luego admirarse o reírse de ellos, en dado caso que se trate de una comedia. La situación empeora cuando alguno de esos espectadores no han entendido la historia y hacen preguntas sobre la proyección misma, no faltando quién animadamente haga un resumen de lo que hasta ese momento se ha visto.

El público joven es punto aparte. Acuden gregariamente, con todo lo que eso implica: mientras corre la película, hay risas exageradas, bromas entre ellos a voz de cuello, comentarios jocosos durante la proyección, nada que no haya hecho yo mismo en su momento; así que en ese aspecto hay ocasiones en que mejor sonrío. El asunto es que ahora la autoridad parece haberse disipado para darle cauce al egocentrismo: los jóvenes viven para sí mismos, se conducen por la vida sin pensar en los demás, ni siquiera en los que comparten su edad y esto no es privativo en el cine: si en la fila de atrás a un adolescente se le cansan las piernas, no duda en subir los pies a la butaca vacía que está junto a mi lugar y señalárselo para que deje de hacerlo es para ellos una afrenta. Aun así, jamás dejo pasar la oportunidad de prohibírselo a quien se atreva a hacerlo. Por supuesto, ellos sobre todo son quienes más abusan de los dispositivos electrónicos dentro de la sala.

Las razones anteriores me parecen las más graves afrentas a la civilidad que debería imperar en una sala de cine, desde mi particular punto de vista; pero a riesgo de resultar extremadamente neurótico, no dejo pasar la oportunidad de este texto para detenerme en quienes van más allá de la degustación de las consabidas e inherentes palomitas para ver una película para ir más allá: ahora degluten ruidosamente paninis, crepas y baguettes; además de postres y sushis que ahora se sirven en otro moderno invento: las llamadas salas VIP (Very Important People) que además de ofrecer incómodas butacas dobles de imitación piel hay que escuchar los murmullos de los meseros (sí: meseros dentro de una sala de cine) que ratifican en voz alta las órdenes de alimentos mientras las entregan a los ¿comensales? y espectadores que vuelven a repetir que habían solicitado las bebidas sin hielo y los sándwiches en pan de centeno. Soy quizás parte de una minoría muy reducida que no disfruta estas salas y que por un elevado precio debería considerarme persona muy importante, al menos por los 100 o 120 minutos que dure la proyección de una película.

2. Refugio.

Por otro lado, vienen ahora las razones que hacen que se disfrute una película en una sala de cine.

Sin duda, hay que destacar la tecnología que permite apreciar una nitidez inusitada en la pantalla grande, el sistema de sonido que, independientemente de las certificaciones Dolby u otras que garanticen un correcto desempeño, ahora cuidan y mantienen en ecualizaciones exactas, casi perfectas con los volúmenes adecuados y equilibrados en el sistema de bocinas que circundan la sala desde detrás de la gran pantalla hasta los costados y parte posterior del recinto. No obstante, a veces siento nostalgia por la pérdida de la granulosidad y contraste atenuado que resultaba de una filmación en 35 milímetros. Supongo que a estas alturas ya es una manía, un extravagante y costoso gusto vintage; como los formatos VHS o las audio cintas magnéticas de dióxido de cromo.

Para resarcir un poco mi actitud ermitaña ante los abusos señalados unos párrafos arriba, admito que en ocasiones se siente bien estar en cómplice e involuntaria compañía con el resto de los espectadores en una sala, sobre todo si se acude solo, como regularmente lo hago cuando voy al cine. Las risas ajenas, las exclamaciones moderadas de sorpresa, los suspiros e incluso las lágrimas compartidas con un puñado de extraños que en sintonía están recibiendo el pathos o empatía por personajes o situaciones propuestas por el director en su obra.

Detallando más, también resalto el gozo o gusto por acudir al cine va también por los distintos motivos de quienes buscamos en dicha acción y más específicamente, en las películas. A veces en ella depositamos distintos ánimos: evasión de situaciones en conflicto de la vida personal de este espectador, otras motivados por la curiosidad o morbo del tema a desarrollar ya sea de índole humano (alegría extrema u oscura abyección) o de conflicto social o histórico. También hay ocasiones en que los parámetros de identificación con personajes, situaciones o hechos disparan sucesión de sentimientos, de regocijo o de golpes certeros en el estómago. Gozo y sufrimiento. Disfrutables ambos, hay que admitir.

La fantasía y la ciencia ficción son rubros que van aparte. Para estos géneros hay que entregarse con cierta disposición al asombro, al descubrimiento de nuevas expresiones o adentrarse en el mundo imaginado por otro u otros. Y si dentro de esos universos particulares pero compartidos logra encontrarse coherencia, hechos bien desarrollados y sobre todo, elementos jamás imaginados por nosotros mismos, entonces la labor del cine como entretenimiento queda más allá del cometido propuesto y que contribuye al gusto siempre constante por el cine con el cual ahora he establecido una relación más estrecha gracias a que en casa podemos disfrutar en equipos avanzados de video y audio con ciertas semejanzas (jamás igualadas) a una sala de cine; películas a las que se acude más de una vez, cuando ya se han visto anteriormente o cuando se acceden a obras que se han estrenado del otro lado del mundo y que posiblemente jamás tendríamos programadas en las carteleras locales o nacionales.

Entonces, ¿exilio o refugio? Por ahora, es posible alternar el gusto por el cine en las dos modalidades, aunque creo que terminaré por ver películas en casa, ahora con la inmediatez de la internet que por diversas maneras, como el streaming o renta de video en demanda, que pone al alcance del control remoto desde la más reciente exitosa película en taquilla mundial hasta las más lejanas e inconseguibles producciones festivaleras o filmografías de directores que, en mis tiempos de estudiante de Ciencias de la Comunicación sólo era posible de ver en copias de copias de gastadas cintas beta o VHS.

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Rogelio Villarreal. Director de la revista Replicante.

Me gusta ir al cine porque:

1. Me gusta ver las reacciones del público.

2. Es una especie de comunión, un ritual.

3. Hay salas muy acogedoras.

4. La pantalla gigante, sin duda.

5. El sonido, cuando es bueno.

Lo que no me gusta:

1. El público ruidoso, irrespetuoso.

2. Una mala proyección.

3. Los anuncios.

4. La suciedad de la sala.

5. Que la película resulte un fiasco…

Desde hace unos años me gusta más ver películas en casa, en una pantalla grande y de buena calidad, y con la posibilidad de escoger entre incontables opciones del cine clásico y contemporáneo, sin ruidos ni comentarios impertinentes.

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