Centenario de Oliveira

El 11 de diciembre del año que recién se esfumó, el portugués Manoel de Oliveira cumplió cien años. Su caso es insólito, y no sólo por la longevidad. Y es que el cineasta es un sobreviviente del cine mudo y ha madurado y envejecido con una salud envidiable (cinematográficamente hablando). Para él aplica aquello que se dice de los vinos, y con el paso del tiempo su cine ha ganado en sencillez mientras crece en ambición. Incluso se da la oportunidad de imprimir humor a sus entregas, como es posible constatar en el segmento que aportó a Cada quien su cine (2007), en el que recuerda sus andanzas silentes y ubica en una reunión a Nikita Kruschev y al camarada Papa, Juan XXIII.

De Oliveira fue atleta, corredor de autos (por los que tiene un gusto particular y ofrecieron el pretexto para una de sus primeros cortos documentales, Ya se hacen automóviles en Portugal) y actor. En 1931 realizó su primera cinta, Duoro, trabajo fluvial, que en 18 minutos da cuenta de labores realizadas en el río del título. A él siguieron otros cortos documentales, muchos de los cuales han desaparecido con el paso de los años.

Pero es en la ficción donde el portugués encontró el camino más provechoso, y por él ha transitado con firmeza y originalidad, si bien es cierto que reconoce la influencia temprana del cine japonés (habría que traer a cuento la forma de encuadrar y el ritmo, que recuerdan a Ozu y Mizoguchi). En 1942 filma su primer largometraje de ficción, Aniki Bóbó, en la que retoma las experiencias de su primer documental y da cuenta de las vicisitudes de la gente que trabaja en labores fluviales. Pero a pesar de los buenos resultados ahí exhibidos (obtuvo un diploma de honor en Cannes, pero hasta 1961), pasarían más de 20 años para que volviera a filmar un largo de ficción: Acto de primavera (1963), en la que sigue los pasos de Jesús en una representación que se realiza en un poblado rural.

En los años setenta y ochenta hay entregas memorables (en 1971 El pasado y el presente; en 1988 Los caníbales, que compitió en la Sección Oficial en Cannes), sin embargo es en los noventa cuando consigue la continuidad y la consolidación. Es ahí, también, donde queda claro su gusto por la literatura, ruta que inaugura La divina comedia (1991), que sigue las vicisitudes de los inquilinos de un manicomio y obtuvo el Gran Premio del Jurado en Venecia: la cinta no sólo debe su título y pretexto a Dante, sino que se inspira en algunos personajes de Dostoievski. En adelante vendrían películas inspiradas en cartas, piezas teatrales o novelas (e incluso películas, como Bella de todos los días, que es una especie de continuación de la Bella de día de Buñuel).

Viaje al principio del mundo (1997), una de sus cintas más representativas, sigue a un hombre que va a la búsqueda de su origen, y fue la última cinta en la que participó el actor italiano Marcello Mastroianni. Su más reciente entrega es Cristóbal Colón, el enigma (2007), que rastrea las raíces portuguesas del célebre descubridor. Actualmente trabaja en la postproducción de una cinta y en la preproducción de otra.

El cine de de Oliveira es un cine pausado en el ritmo, sencillo en la forma, denso en conjunto. El tiempo, tema constante de su filmografía, le ha hecho bien. Así, no queda más que desear (más) larga vida a este venerable centenario.

Texto publicado en la columna Cinexcepción del periódico Mural el 8 de enero de 2009

 

Manoel de Oliveira: un tributo

 


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