Capitán fantástico es fantástico

El cine independiente norteamericano ha sido y sigue siendo un medio de protesta eficaz contra el statu quo. De ahí han surgido propuestas que vuelven a la naturaleza y cuestionan el modelo económico y social, como Camino salvaje (Into the Wild, 2007) de Sean Penn; pero también cintas que replantean los modelos de familia, como Pequeña Miss Sunshine (Little Miss Sunshine, 2006) de Jonathan Dayton y Valerie Faris y Los niños están bien (The Kids Are All Right, 2010) de Lisa Cholodenko. La lista se actualiza con Capitán fantástico (Captain Fantastic, 2016), el segundo largometraje de Matt Ross, quien tiene una larga filmografía como actor principalmente en la televisión.

El argumento recoge las aventuras y desventuras de una familia singular, encabezada por Ben Cash (Viggo Mortensen). Él y su pareja han decidido educar a sus hijos fuera de lo establecido, capacitándolos para vivir en la naturaleza. Cuando los conocemos la madre está ausente y Ben y su prole (seis chamacos) viven en el bosque, principalmente de la caza, lejos del internet y los videojuegos. Pronto nos enteramos que ella padece de bipolaridad y se suicida. Para los Cash el proceso de duelo se convierte en un enfrentamiento… con otros parientes.

Ross, director y guionista, apuesta por una narrativa que sin alejarse mucho de lo convencional reserva una serie de descubrimientos. La estrategia es provechosa para involucrar al espectador, quien experimenta un choque, como la parentela de Ben y sus hijo, pero de orden diferente (pues como espectador es difícil no simpatizar con su dinámica). Descubrimos poco a poco que estamos ante una experiencia aparentemente anacrónica, ante una aventura hippie. Porque los Cash conforman una especie de comuna en la que se privilegia la destreza física, la sinceridad, la creatividad, la crítica a los patrones injustos del capitalismo. Y ver a jóvenes que cazan, que se hacen cargo de sí mismos (¡y que no tienen un gadget en las manos!) es una rareza de otros tiempos. Que celebren el día de Noam Chomsky en lugar de la Navidad es una excentricidad que los pinta de un trazo.

Capitán fantástico explora un más allá de la pareja hippie, el de su descendencia. Responde de alguna manera a la pregunta: ¿qué pasa cuando se reproducen los jóvenes que han decidido llevar a la práctica su postura contra el sistema? La respuesta está en un asunto que cobra relevancia: la educación. Ross muestra cómo adentro o afuera del sistema la educación es una imposición: para cuando los hijos de Ben participan en la democracia familiar, las normas –así sean opuestas a la tradición y razonadas– ya han dado resultados. Pero también nos recuerda que educar es más que adquirir conocimientos y que lo más importante de este proceso se lleva a cabo en casa. Dar la espalda a lo establecido, sin embargo, supone un precio alto, y Ross plantea entonces algo maravilloso: cuando se contribuye al crecimiento de seres libres e inteligentes, los padres proponen pero los hijos disponen de forma activa, decidida. Al menos cuando han crecido cuestionándose su circunstancia, desarrollando su creatividad y sus capacidades críticas (es magnífico el episodio de la hija adolescente que califica la Lolita de Nabokov como “interesante”, adjetivo éste que, en efecto, no dice nada). La propuesta de Ross no es ingenua ni materializa tramposamente una utopía: critica los bemoles de la convención pero también reconoce sus virtudes; ensalza las maravillas de la diferencia pero también exhibe las contrariedades del aislamiento. En la educación no hay fórmula de probado éxito: en ambos casos, justo es consignarlo, el error es inevitable.

Con buenas dosis de humor Ross lleva a buen destino un road movie cálido. Muestra cómo la utopía de una convivencia igualitaria fuera de la civilización sigue siendo estimulante pero hasta cierto punto irrealizable. El resultado es bastante afortunado y alcanzó para el premio de dirección de la sección Una cierta mirada en la más reciente edición del festival de Cannes.

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