Buscando a Dory : replicando a Nemo

Con el estreno de Buscando a Dory (Finding Dory, 2016) es posible constatar que, después de la venta a Disney, Pixar ha perdido la inventiva, el riesgo; se ha impuesto la cantidad sobre la calidad, el reciclaje sobre la innovación. Ahora la apuesta es retomar cintas emblemáticas y convertirlas en franquicias; es decir, seguir la ruta probada de lo más rancio de la industria norteamericana. Así, Buscando a Dory es una continuación y una emulación de Buscando a Nemo (Finding Nemo, 2003): es una secuela, especie de réplica con pequeñas variaciones.

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Buscando a Dory inicia en la infancia del pez hembra del título. Ahí, jugando con sus padres, muestra ya sus problemas de memoria. Se instala además el miedo por olvidar a sus progenitores. Años después, y después de la historia que vimos en Buscando a Nemo, tiene un recuerdo de ellos y entonces es imperioso partir en su búsqueda. Inicia el viaje con Marlín y Nemo, y en la ruta tiene una serie de flashazos que ofrecen coordenadas del destino. Todo apunta a un centro de rehabilitación y acuario en California, donde habitan un pulpo escapista, una tiburón medio ciega y unas focas ociosas. Y por allá va a dar el trío.

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Dirigida por Andrew Stanton (codirector de Buscando a Nemo y responsable de WALL-E) y Angus MacLane, Buscando a Dory ofrece la habitual manufactura de Pixar. El diseño, la paleta de colores y el movimiento son extraordinarios. La artesanía es tan efectiva que se genera la sensación de estar buceando, en un mundo casi ingrávido. Este marco esplendoroso es pertinente para empujar una historia que se sustenta en la persecución de una meta (encontrar a los padres de Dory), y como uno se puede imaginar los contratiempos y obstáculos se multiplican, a veces de forma inverosímil. En general el estudio de animación ofrece buenas cuentas. El problema es que nos malacostumbró a ver verdaderas maravillas en cada entrega.

Y aquí las hay, pero los déjà-vu son abundantes. Si bien no falta el humor, la historia recoge etapas similares a las que presentaba Buscando a Nemo, por lo que uno está a la espera de que sucedan las cosas que uno sabe que van a pasar. Los temas que así se abordan son también variaciones sobre lo que vimos en la cinta de marras. Además del asunto de confiar y dejar ir a los hijos, y para ponernos a tono con los tiempos que corren, hay una añadidura: se  hace el elogio de la irracional sensatez femenina, que encarna la osada Dory. Al final Marlín también tiene que aprender a confiar en Dory, que es casi su esposa.

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En el futuro cercano de Pixar aparecen más secuelas: de Cars –la franquicia más floja del estudio–, de Toy Story y de Los increíbles. Las expectativas no son extraordinarias. Cabe esperar entregas similares a Buscando a Dory. El éxito en el mundo capitalista tiende a hacer indistinguibles a los exitosos (uno puede verlo en las celebraciones de los campeones de futbol de cualquier liga o campeonato: todas son iguales). Sin llegar al adocenamiento, con cada nueva entrega Pixar se aleja del buen nivel que mostró en su era antes de Disney. Mientras la gente de Pixar gana cada vez más dinero el cine de animación –al que el estudio hizo contribuciones portentosas– pierde.

 

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Los cortos van en la misma ruta

Antes de Buscando a Dory se proyecta el cortometraje Piper (2016) de Alan Barillaro. Éste sigue a una cría de ave marina en su búsqueda de alimento. La historia presenta algunos momentos gozosos, pero tampoco reserva mayores maravillas. En los cortos Pixar había fallado pocas veces. Ahora parece que acá también la creatividad está en crisis.

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