Benedetta: la sexualidad da miedo

Ahora que está de moda y es bien visto –y hasta reconocido con premios– diseñar películas de acuerdo con una agenda política (políticamente correcta), y que se quieren imponer intereses personales o de facción a las obras de los otros (recuerdo aquel ególatra que se sentía con la autoridad de endilgarle a Martin Scorsese personajes con determinado perfil “actual”) es pertinente recordar que en cuestiones artísticas no hay deberes. La literatura no debe ser algo o perseguir tal o cual meta (a propósito de este asunto recuerdo aquel debate encarnecido que sostuvieron Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Óscar Collazos sobre los supuestos deberes del escritor y sus escritos, que se recoge en el libro Literatura en la revolución y revolución en la literatura). El cine no debe revelar o hacer reflexionar, basta con que genere alguna emoción en el aburrido espectador (y para muestra está el vacuo y exitoso Tarantino), o ni eso: con distraerse un rato hay quien se da por bien servido. En esta tónica, una película que recoge una historia de otros tiempos (el llamado cine de época) no debe hacer un comentario sobre el tiempo en el que se realizó. No debe, pero en lo que a mí respecta si no resulta revelador y no hace comentario alguno sobre el tiempo en que fue creado, ese cine no me interesa. Amén.

Estos prolegómenos (perdón por el sermón dominical, pero la película lo amerita) vienen a cuento de Benedetta (2021), la más reciente película del neerlandés Paul Verhoeven. No creo que hoy día tenga mayor interés sacar a la luz los trapos sucios de la Iglesia Católica en el siglo XVII, añadir unas cuantas prendas más a una institución que tiene ropa sucia para alimentar varias lavanderías industriales. Más allá de los eventos y personajes en particular, que tienen su valor e interés, está el mensaje que se lanza a los pandémicos tiempos que corren. Y en este terreno, la cinta no tiene desperdicio.

Benedetta se inspira en hechos de la vida real y en el libro Immodest Acts: The Life of a Lesbian Nun in Renaissance Italy de Judith C. Brown. Recoge las actividades de la monja epónima (interpretada por Virginie Efira), quien ingresó al convento de Pescia a principios del siglo XVII. Su fe es extraordinaria y pronto da muestras de una devoción superlativa. También da ciertos atisbos de insania mental, no está de más subrayar. Años después de su ingreso llega a su vida Bartolomea (Daphne Patakia), una joven aldeana que le revela los placeres del sexo. Ante la amenaza de la peste y las intrigas de las autoridades eclesiásticas, los eventos se aceleran dentro del convento.

Verhoeven hace gala de su solvencia narrativa y formal. La cámara revela y oculta, sugiere y grita; contribuye al buen ritmo de la película. La puesta en escena da verosimilitud y brillantez a la época; las luces de la cinefotógrafa Jeanne Lapoirie (quien ha colaborado con François Ozon, Luc Besson y, en más de una ocasión, con Catherine Corsini) contribuyen a matizar emociones y situaciones, ánimos y desánimos. No está de más apuntar que las escenas sexuales, que han escandalizado a más de un pudoroso espectador (que hoy abundan), tienen dosis valiosas de erotismo y algo más. Son tan cachondas como inquietantes, tan irreverentes como reveladoras.

Tantas maravillas formales y hormonales (y valiosas dosis de humor) son provechosas para iluminar los caminos largos y sinuosos –veleidosos– que unen la sexualidad y el poder. Benedetta se dice esposa de Jesús, y uno puede apreciar que el sentido es amplio por literal. Para ella la concupiscencia es una extensión de su pasión religiosa. Hábil, aprovecha el dogma y el statu quo, las vicisitudes políticas, para ascender. Los demás, aun sospechado o sabiendo que miente, se unen a ella. En primer lugar la autoridad eclesiástica local, pues encuentra la forma de beneficiarse con esta supuesta santa. Este paisaje ofrece puentes tangibles con la actualidad; este proceder ilustra la ruta que hoy día siguen algunas ideologías, las cuales tienen amplias similitudes con la religión de antaño (en el discurso y hasta en las manifestaciones). Hoy la fe tiene su sustento en la ideología (y México es un país profundamente religioso), se ha hecho una inversión al “ver para creer”: podemos constatar que la creencia precede a la evidencia. Claro que hay material para escandalizarse en Benedetta. Y no sólo por el dildo sacrílego que aparece en momentos (ora sí que) climáticos. Como señala el realizador en una entrevista a IndieWire, “la sexualidad es la esencia de la vida”. Se pregunta “¿por qué nos da tanto miedo de decir que eso es cierto?” y añade: “Somos animales […] ¿por qué estamos tan asustados de ser vistos como un animal? […] es como si quisiéramos ocultarlo, como si no hubiera sexo”. Sabias palabras en tiempos en los que es clara la reversa a la “revolución” que iniciara la liberación sexual sesentera, en los que el placer asusta y el sexo es culpa ajena.

Calificación 85%

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