¿Adiós Cineforo? Adiós, Cineforo

Hay asuntos de la vida cultural y académica de Guadalajara que no termino de entender. Asumo que no tienen explicación; o que es tan evidente que no hay nada que entender. Una de esas incomprensiones tiene como origen la azarosa exhibición del cine con ambiciones (porque eso de cine de arte que se lo dejen a los que no consideran el cine como arte). Esta labor, en nuestro país, corre por cuenta casi exclusiva de instituciones públicas (secretarías de estado, universidades). Porque este rubro es poco rentable, como prueba la experiencia tapatía. En los últimos treinta años este asunto ha sido más que azaroso; en los últimos treinta años salas van y pocas salas vienen (ninguna de la iniciativa privada, no está de más subrayar). ¿Es vana nostalgia traer a cuento a las que se fueron, como los Cinematógrafos y el Cine del Bosque? Tal vez. Pero este texto no es una elegía. En el paisaje de los espacios sobrevivientes figuran dos salas, dos: la del Hospicio Cabañas, con épocas luminosas y pasajes de inactividad, y el Cineforo de la Universidad de Guadalajara.

La inauguración del Cineforo, en 1988, significó un crecimiento valioso, pues hizo posible la ampliación de la oferta cinematográfica (en momentos en que aún existían las mentadas salas privadas). En el Cineforo vimos por primera vez una Muestra Internacional de la Cineteca completa (antes nos llegaba una muestra de la muestra), conformada por cintas que han tenido un paso exitoso por los festivales más importantes del mundo; también recibimos el Foro Internacional de la Cineteca, con propuestas que hacen del riesgo una constante; por años fue la sede principal de la Muestra y luego del Festival Internacional de Cine de Guadalajara. Asimismo, ahí ha tenido cabida lo que este festival deja fuera, como las cintas incluidas en la Gran Fiesta del Cine Mexicano.

Con el paso de los años, sin embargo, la sala ha mostrado un notable deterioro: el tiempo no pasa por la sala, se ha quedado ahí. Desde siempre ha sido incómoda (el espacio entre butacas, que hoy lucen maltratadas, es diminuto), el sonido y la proyección han tenido épocas poco plausibles, el ruido en la sala es notorio porque se venden botanas en empaques de plástico (recuerdo el fastidio de este sonido constante y un globo que rebotaba en los de por sí ruidosos ductos del aire acondicionado en la función de la restaurada Stalker de Andrei Tarkovski, cuya banda sonora, de una sutileza prodigiosa, es inapreciable en esas condiciones); para acabarla, en fechas recientes se da la bienvenida al espectador (un espectador fiel, que normalmente no necesita ninguna bienvenida) con un video protagonizado por un sujeto que no resulta muy simpático que digamos. Por estas razones prefería asistir lo menos posible al Cineforo, lo indispensable (¿cómo dejar pasar a von Trier y Koreeda?), y privilegio otros medios alternativos de exhibición.

La fidelidad al Cineforo es consecuencia de la oferta más que de las instalaciones. Una programación normalmente valiosa (en las fechas de actividad, porque ésta se interrumpía habitualmente por vacaciones), capaz de llenar hasta cierto punto las lagunas –océanos– que deja la cartelera comercial, de acercar al cinéfilo las propuestas recientes del gran cine. La actividad de la sala ha contribuido de forma constante a la formación de públicos: somos muchos los que ahí hemos tenido parte de nuestra educación audiovisual. Siempre he creído que la asistencia a la sala para los estudiantes de cine (o artes audiovisuales) debería ser gratuita, como de hecho sucede con las cinematecas en otras latitudes, pues la formación que se obtiene en la sala complementa la que se obtiene en el aula.

No termino de entender por qué, si el Cineforo es emblemático y necesario para la actividad cinematográfica local, ha sido desatendido por la U de G. El Diana (cuya función principal no es la proyección cinematográfica), tuvo un buen proyector antes que el Cineforo; la joya de la corona hoy día, según me cuentan, es la Cineteca Universidad de Guadalajara (dicen que la imagen y el sonido son los mejores en la zona metropolitana). No entiendo por qué impulsar un proyecto supone abandonar otro. Entiendo que por acá nos gusta el relumbrón de lo nuevo, el lucimiento con lo que brilla –el esnobismo local tiende a la exacerbación tanto como a la ridiculez–, pero también entiendo que la vocación, la misión principal de la universidad, por lo menos de la universidad pública (¿o no estamos hablando de una universidad pública?), no es la misma que la de una empresa de espectáculos. La formación, la educación y la promoción de las actividades culturales deberían ser, entiendo (¿o ya no entiendo nada?), las funciones principales de una casa de estudios. En todo caso, la desatención del Cineforo genera muchas dudas. Aun más cuando hoy no da muestras de vida: a juzgar por lo que puede verse en su sitio web (en el que, por cierto, hay una fotografía de una sala de cine que no es la del Cineforo), la actividad terminó el 16 de marzo, pues no aparece programación alguna para estos días; y la página en Facebook “no está disponible”.

Quiero creer que estamos en una estratégica pausa, programada pero no anunciada, que se habrá de privilegiar la primaria función universitaria, la formación. Por eso espero, con la conocida pompa, el anuncio sobre la restauración del espacio y la renovación de la programación. Soy ingenuo (bueno, no tanto) pero también malpensado. Ignoro el futuro de la sala, pero en todo caso, y con el pesar de mi alma, yo me despido: Adiós, Cineforo.

 


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